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sábado, octubre 12, 2013

Alicia Dorantes: Palabra ajenas: Carta de Abraham Lincoln al maestro de su hijo

Palabra ajenas:
Carta de Abraham Lincoln al maestro de su hijo

Buscando aquí y allá, ahora con el problema de magisterio que tantos dolores de cabeza ha causado a niños, padres y gobierno y tratando de situarme en el justo medio, encontré esta carta. Es una carta vieja con olor a respeto y dignidad. Con amor a la vida. Se la envió hace muchos, muchos años, el Presidente de los EUA, Abraham Lincoln, a quien en ese momento, era maestro de uno de sus hijos. Creo que es una carta que todos del partido, credo o religión a que pertenezcamos, debemos leer y conocer.
«Querido profesor, mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son veraces, enséñele que por cada villano, hay un héroe, y que por cada egoísta, hay un ser generoso. También enséñele que por cada enemigo hay un amigo y que más vale moneda ganada que moneda encontrada. Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias. 
Aléjelo de la envidia y que conozca la alegría profunda del contentamiento. Haga que aprecie la lectura de buenos libros, sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas vistas de lagos y montañas  Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos.
Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa. Que crea en sí mismo y en sus capacidades aunque se quede solo, y tenga que lidiar contra todos. Enséñele a ser bueno y gentil con los buenos y duro con los perversos. Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen, que sea amante de los valores. Que aprenda a oír a todos, pero que a la hora de la verdad, decida por sí mismo.
Enséñele a sonreír y mantener el humor cuando esté triste y explíquele que a veces los hombres también lloran.  Trátelo bien pero no lo mime ni lo adule, déjelo que se haga fuerte solo. Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y sobriedad.    
Transmítale una fe firme y sólida en el Creador. Teniendo fe en Dios también la tendrá en los hombres. Entiendo que le estoy pidiendo mucho, pero haga todo aquello que pueda.»
Abraham Lincoln, 1830

            Creo que a pesar del tiempo transcurrido, la carta es tan vigente el día de hoy, como lo fue en aquel 1830. Abraham Lincoln fue el decimosexto Presidente de los Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano. Este hombre que a mi juicio fuera uno de los mejores Presidentes de la unión Americana, nació el día 12 de febrero de 1809, en Hodgenville, Kentucky, Estados Unidos y fue vilmente asesinado a los 56 años de edad, el día 15 de abril de 1865 en Washington D. C.
Se opuso fuertemente a la esclavitud en su país. Durante su período, ayudó a preservar los Estados Unidos por la derrota de los secesionistas Estados Confederados de América en la Guerra Civil estadounidense. Finalmente introdujo medidas que dieron como resultado la abolición de la esclavitud, con la emisión de su Proclamación de Emancipación en 1863
Lincoln supervisó estrechamente el resultado de la guerra hasta que ésta llegó a su fin. Movilizó con éxito a la opinión pública a través de su retórica y discursos. El discurso que pronunció en Gettysburg es sólo un ejemplo de ello. Es ésta la traducción del mismo:
 «Hace ochenta y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada en el principio de que todas las personas son creadas iguales. Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa. Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí.
Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra». Al finalizar la guerra, Lincoln estableció la reconstrucción de la nueva nación, tratando de reunir rápidamente al país a través de una generosa política de reconciliación.
La tarde del 15 de abril de 1865, Lincoln invitó al General Grant a un evento social. Grant rechazó la invitación. Lincoln y su esposa Mary Todd, salieron para asistir a una representación en el teatro Ford. La obra era “Our American Cousin”, una comedia musical. Cuando Lincoln se sentó en el palco, John Wilkes Booth, un actor de Maryland, residente en Virginia y simpatizante del Sur, apareció por detrás disparó un único balazo a la cabeza del presidente y gritó “Sic semper tyrannis!” (Expresión que en latín significa “así siempre a los tiranos”). Booth saltó desde el balcón al escenario; el público creyó que al incorporarse estaba haciendo una reverencia, pero la verdad es que se había fracturado una pierna. Alcanzó cojeando su caballo y logró escapar. El presidente, mortalmente herido y tras ser atendido por el joven médico militar Charles August Leale, presente en el teatro, fue llevado a una casa, atravesando la calle donde entró en coma hasta que falleció diez horas después del atentado. Booth y varios de sus cómplices fueron capturados y ahorcados o encarcelados.
El cuerpo de Lincoln fue llevado por tren en una gran procesión fúnebre por varios estados. La nación se afligió por un hombre, al que muchos consideraron el salvador de los Estados Unidos y el protector y defensor de lo que Lincoln mismo llamó “el gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo”. Su asesinato en 1865 fue el primer magnicidio en los Estados Unidos.
Alicia Dorantes


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