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miércoles, octubre 31, 2012

Leopoldo Quevedo y Monroy: Casandra, Madre de los escritores

CASANDRA, MADRE DE LOS ESCRITORES


 
 
 
Por Leopoldo Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

 

“Los relatos siguen ofreciendo a sus lectores otras
ciudades imaginarias cuyos ideales probablemente
contradirán o subvertirán los de la República oficial.”

Alberto Manguel.*


Cada página del libro La ciudad de las palabras del argentino-canadiense Alberto Manguel que estoy leyendo, es una lección de sabiduría. Va, entreparafraseando y caminando por entre laberintos luminosos por autores y mitos como se viajaría a un paraíso de palabras y de sombras idas que exhalan el aroma de historias de tristezas y utopías.    

No he culminado el primer capítulo. Es denso, que no es lo mismo que sinuoso o pesado. No. Manguel va llevando al lector de la lengua casi, como del cabestro el jinete. Y con facilidad uno se deja conducir. Montado en su grupa puede uno ver como por sus ojos, los hallazgos que él ha ido encontrando en sus lecturas y va oyendo quedo y claro los comentarios de hondura con que los sazona.

Ya iba en la página 34 de este primer capítulo que se titula La voz de Casandra y no había hecho referencia a este personaje de nombre sonoro y sugestivo. Cassandra, “que ilumina a  los hombres” o hermana de los hombres. Hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya, recibió de Apolo el don de la profecía. A cambio de halagos amorosos a los que se negó Casandra, Apolo la escupió en la boca y la condenó a que todo lo que predijera nadie le creería, como sucedió con sus repetidos anuncios de que Troya sería destruida por un caballo de madera. 

Manguel sigue discurriendo con el lector y matizando su camino con emocionantes trozos para demostrar que siempre los poetas y escritores han sido considerados como hacedores de una sociedad que nadie entiende. Platón hablando por Sócrates dice que los poetas no caben en la sociedad griega, modelo de las civilizadas, cuadradas y/o circulares como las españolas o francesas. Categorizadas, diseñadas para que las castas convivan sin mezclarse. Con un centro eminente a donde confluye como su eje, el sacerdocio, los militares y en la periferia el pueblo. Los poetas, hacedores de utopías, no caben, deben irse a sus reinos de la fantasía.
 
Los poetas, los escritores, los novelistas, los guionistas de cine, fabulan, crean nuevos paisajes, lugares, - como Macondo -, estados, situaciones, - como en La ceguera -, en donde viven a su modo seres impensados – como en Avatar - y suceden hechos sorprendentes nunca antes soñados. Ellos los imaginan, los describen y hacen de cuenta que allí es un refugio, un edén o muestran infiernos de deleites o bacanales o atardeceres plácidos o placeres sádicos. 

Los poetas cantan proezas épicas, luchas de libertad, con trompetas de juventud, alas de viento y diademas de laurel. Sueñan con ríos de nácar, gacelas de piel de mujer, hombres de otros planetas, espadas clavadas en piedra de donde solo el amor las puede domeñar. Al escribir buscan salvarse del odio, la guerra, la fachenda. Y ofrecen a la sociedad de su tiempo nuevos modos de hacer frente a las cadenas que los atan, a la invasión de su intimidad y de huir, sin que nadie lo note, de la banalidad y el conformismo.   

Por supuesto esto no lo toleran mentes prudentes, no lo entienden quienes gozan empuñando el poder y expiden leyes que coartan salirse de los cauces que ellos trazan. Sus moldes son férreos, controlan la conducta de la masa y castigan a quienes infringen su voluntad soberana. No los entiende el aparato comercial en que solo vale el metal, el oro, la ganancia del más fuerte. 
 
Sí. Los escritores siempre seremos seres incomprendidos. Decimos, hacemos posible una visión diferente de las cosas, parece que fabuláramos y habláramos en clave. Y cuando alguien nos lee se ríe, o a lo más, dirá que el lenguaje es fino y rico, o con efectos muy bien logrados, que lo entretenemos. No cree la masa que estamos lanzando profecías de verdades sobre la escueta y crasa realidad.
 
* MANGUEL, Alberto. La ciudad de las palabras. Traducción de Carmen Criado Fernández. Madrid: Del nuevo Extremo. 2010, Pág. 41

27-10-12                                                    11:58 a.m.

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