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martes, agosto 28, 2012

Leopoldo de Quevedo y Monroy: El amor es posible y no habita en una cama






EL AMOR ES POSIBLE
Y NO HABITA EN UNA CAMA
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy 

Con ligeras alas de amor franqueé estos muros
pues no hay cerca de piedra
capaz de atajar el amor…

 W. Shakespeare.

 
Haga el amor, trate con amor, cocinado con amor, se acabó el amor. Son expresiones en las que aparece camuflado de caqui y gorra uno de los sentimientos más nobles del ser humano. Se escamotea en ellas, como en una etiqueta, mito, tabú, verdad a medias o  mentira. 

El amor no es deporte, ni condecoración, ni adminículo de adorno, ni pose de melancolía o romanticismo. No es voltear los ojos cuando se besa o derretirse de zalamería cuando se abraza o se habla con la persona amada. Del amor se han montado encuentros y espectáculos pedestres, grotescos, ridículos que no tienen otra cosa que morbo, engaño y distractores. 

Del amor, cosa sorprendente, casi no se ha escrito ni se han descubierto sus secretos y encantos y poco se dicho su verdad monda y lironda. Solo quien lo ha encontrado podrá decirlo porque lo ha probado. De él muchos se han burlado, han fabulado juegos y otros han especulado, confundido con erotismo y tejido historias ociosas.  

Dios es amor, I love you, haga el amor y no la guerra, son frases cortas que se pintan en el vidrio trasero de los buses y en grafitis enormes. El amor no entra al cuerpo con flores en la solapa, con bombones ni mascando chicle, no se aprende como un juego milimetrado como el ajedrez o saltando entre los cuadros de una rayuela sin caerse para llegar al cielo.  

El amor ha existido sin esa palabra, en cualquier idioma, ha subsistido pese a la ciencia, a la tecnología y a la literatura y la psicología. Ha resistido ultrajes, banalidades, distorsiones y nimiedades. Es inmune a toda grosería o dilentantismo. Está inoculado al cuerpo humano y parece que a veces habitara en la mirada del caballo, el lamido del perro o del gato o que alzara su voz en el canto a compás del búho o de la torcaza cuando están en celo. 

Lo cantaron con lirismo en sus historias y en sus versos, sin mencionar su nombre Homero, Neruda, Quevedo, Goethe. Y también lo han manoseado y profanado otros autores en su prosa o canciones procaces. En fin de cuentas, el amor es un fenómeno humano susceptible de ser interpretado según el propio lente. 

El amor es un humor que sale aromado como en una sala de sauna por entre el calor o la caldera de los orificios de las neuronas, de los poros, de la hinchazón de las venas y arterias ante la presencia y alboroto que produce el ser amado. Es un fuego sin llama, es un hervor físico, es el paso de una lengua tibia que lame por sobre toda la piel, es el despertar de las entrañas por el gozo de experimentar respuesta del mismo color, timbre y suavidad del ser que nos mira o abraza y que amamos. 

Para que exista amor no es necesario saberse de memoria el Kamasutra ni saber besar en varios estilos, ni pedir consejo a lunáticos o monjes ni someterse a pruebas de laboratorio o ser ardiente en la cama o ser capaces de ir a duelo para tener derecho a la dama. El amor no viene de fuera. Nace un día dentro del sujeto afortunado sin pedir permiso ni que haya habido quinta noche de cita. No es como lo pintan los actores y divas del cine o las novelas rosa. 

El amor es un estado físico, medible, que se puede derramar, conservar en el frasquito del cuerpo por muchos años, que se puede evaporar si se descuida, que duele o rasca como el prurito de un exzema cuando se aleja la persona amada. El amor no es un oasis causado por una ilusión óptica ni un fuego fatuo que se mueve como una bailarina semidesnuda. Es un sentimiento humano que se alimenta de yerbas aromáticas que hace desaparecer la miopía,  alivia el peso, lava las heridas causadas en el camino y levanta el ánimo y la mirada cuando hay dificultades.  
 
El amor no tiene antídoto  ni se puede matar con un veneno. Es más fuerte que la muerte, dice un libro. Sin embargo, el amor, como expresión del sentimiento humano es posible, es alcanzable. No es mera ilusión o fetiche, o espejismo. El amor en el drama final de Julieta con Romeo pudo hacer resucitar a la envenenada y el vivo, a continuación, bebió la pócima. Julieta, entonces, se clava una daga para irse a encontrar con Romeo en su destino.  

Cuando existe el amor, es como una carta as que gana siempre, es un instrumento feliz que llena de gozo y aunque a veces causa tormento, este es delicioso remedio para desearlo con más intensidad y para que resurja más radiante.

Cali, 27-08-1                                              9:41 a.m.

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