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martes, agosto 14, 2012

Intenciones: Oscar Wilde


 

INTENCIONES

Oscar Wilde


La buenas intenciones pueden tener valor en un sistema ético; pero en arte, no. No basta tenerlas; se ha de realizar la obra. 

La decadencia de la mentira
Una observación

Diálogo: Personajes: Cirilo y Viviano

Escena: La biblioteca de una casa de campo en Nottinghamshire


Cirilo.— (Entrando de la terraza a través de la ventana abierta). Querido Viviano, no te encierres todo el día en la biblioteca. El aire es exquisito. La bruma que vela el bosque se antoja la purpurina floración del ciruelo. Vamos a reposar sobre la hierba, a fumar cigarrillos y a disfrutar de la Naturaleza.

Viviano.— ¡A disfrutar de la Naturaleza! Me alegro de haber perdido enteramente esa facultad. Dicen que el Arte nos mueve a amar la Naturaleza más de lo que la amábamos antes; que nos revela sus secretos, y que después de un estudio cuidadoso de Corot y Constable vemos cosas en ella que anteriormente escapaban a nuestra observación. Mi propia experiencia es que mientras más estudiamos el Arte menos nos importa la Naturaleza. Lo que el Arte realmente nos revela es la falta de designio de la Naturaleza, sus curiosas crudezas, su extraordinaria monotonía, su condición absolutamente incompleta. La Naturaleza tiene buenas intenciones, por supuesto; pero como Aristóteles dijo alguna vez, no puede llevarlas a cabo. Cuando miro un paisaje me es inevitable ver todos sus defectos. Es una fortuna para nosotros, sin embargo, que la Naturaleza sea tan imperfecta, porque de otro modo careceríamos totalmente de Arte. El Arte es nuestra animosa protesta, nuestra bizarra tentativa para enseñar a la Naturaleza su propio lugar. En cuanto a la infinita variedad de la Naturaleza, es un mito. No se la encuentra en la Naturaleza. Reside en la imaginación o fantasía o cultivada ceguera del hombre que la mira.

Cirilo.— Bueno, no necesitas mirar el paisaje. Puedes tenderte sobre la hierba, fumar y charlar.

Viviano.— Pero es tan incómoda la Naturaleza. La hierba es dura, húmeda y está llena de terrones y de horrorosos insectos negros. Aun el más humilde menestral de Murris es capaz de fabricarte un asiento más confortable que la Naturaleza toda. La Naturaleza palidece delante de los muebles de la calle “que de Oxford tomó su nombre” como en una ocasión lo fraseó vilmente el poeta que tanto admiras. No me quejo. Si la Naturaleza hubiera sido confortable, la humanidad no hubiera inventado nunca la arquitectura y yo prefiero las casas al aire libre. Dentro de una casa nos sentimos de las propias proporciones. Todo está subordinado a nosotros, modelado para nuestro uso y regalo. El propio egotismo tan necesario para el justo sentido de la dignidad humana, es enteramente resultado de la vida puertas adentro. Puertas afuera uno se vuelve abstracto e impersonal. Nuestra individualidad nos abandona en absoluto. Además, la Naturaleza es tan indiferente, tan exenta de apreciación. Cada vez que me paseo aquí en el parque, siento que no soy más para ella que
el ganado que pace en la ladera, o la bardana que florece en el foso. Nada es tan evidente como que la Naturaleza aborrece el entendimiento. Pensar es la cosa más malsana en el mundo y la gente muere de ello como de cualquiera otra enfermedad. Afortunadamente, al menos en Inglaterra, el pensar no es pegadizo. Nuestra espléndida constitución como pueblo se debe enteramente a nuestra estupidez nacional. Deseo solamente que nos sea dable conservar este gran baluarte histórico de nuestra felicidad por muchos años venideros; aunque temo que comenzamos a ser supereducados; por lo menos, todo el que es incapaz de aprender se ha dedicado a enseñar; esto es realmente a lo que nuestro entusiasmo por la educación ha llegado. Entretanto harías bien en volver a tu tediosa e inconfortable Naturaleza y dejarme corregir mis pruebas.

Cirilo.—¡Estás escribiendo un artículo! Lo cual no cuadra con lo que acabas de decir.

Viviano.—¿Quién ha menester de ser congruente? El aburrido y el doctrinario, que llevan sus principios al amargo fin de la acción, a la reductio al absurdum de la práctica. No yo. Como Emerson, yo escribo sobre la puerta de mi biblioteca la palabra “Capricho”. Además, mi artículo es la más saludable y valiosa advertencia. Si reparan en él puede haber un nuevo renacimiento en el arte.

Cirilo.—¿De qué trata?

Viviano.—Me propongo intitularlo La Decadencia de la Mentira. Protesta.

Cirilo.—¡Mentir! Pensaba que nuestros políticos cultivaban este hábito.

Viviano.—Te aseguro que no. Nunca van más allá de la tergiversación y llevan su condescendencia hasta probar, discutir, argüir. ¡Cuán diferente es el temple del verdadero mentiroso con sus francos, impávidos asertos, su soberbia irresponsabilidad, su sano, natural desdén por toda clase de pruebas! En resumen, ¿qué es una hermosa mentira? La que es su propia evidencia, simplemente. Si un hombre carece de imaginación hasta el punto de aducir evidencias en apoyo de una mentira, más vale que diga de una vez la verdad. No, los políticos no mienten. Algo se podría alegar respecto del foro. Sus miembros se embozan con el manto de los sofistas. Sus fingidos ardores e irreal retórica son deliciosos. Pueden hacer aparecer mejor la peor causa, como si acabaran de salir de las escuelas Leontinas, y se sabe que han arrancado de rehacios jurados veredictos de absolución para sus clientes, hasta cuando dichos clientes, como ocurre a menudo, eran sin duda y a todas luces inocentes. Pero son suscintos de puro prosaicos, y no se avergüenzan de recurrir a los precedentes. A pesar de sus esfuerzos se trasmina la verdad. Hasta los periódicos han degenerado. Son dignos de absoluta confianza. Se siente al recorrer sus columnas. No ocurre sino lo ilegible. Temo que no pueda decirse mucho en favor del abogado y del periodista. Además, por lo que yo alego es por la mentira en el arte. ¿Te leo lo que he escrito? Te hará mucho bien.

Cirilo.—Con mucho gusto, si me das un cigarrillo. Gracias. Entre paréntesis, ¿a qué revista lo destinas?

Viviano.—A la Revista Retrospectiva. Creo haberte dicho que los elegidos la han resucitado.

Cirilo.—¿Qué entiendes por los “elegidos”?

Viviano.—Los Cansados Hedonistas, naturalmente. Es un club al que pertenezco. Se nos supone llevar rosas marchitas en el ojal cuando nos reunimos, y tener una especie de culto por Domiciano. Temo que tú no seas elegible. Te gustan demasiado los placeres sencillos.

Cirilo.—Me rehusarán por razón de mi fogosidad supongo.

Viviano.—Probablemente. Además eres un poquitillo viejo. No admitimos a nadie de la edad usual.

Cirilo.—Me imagino que estaréis bastante cansados unos de otros.

Viviano.—Lo estamos. Éste es uno de los objetos del club. Ahora, si me prometes no interrumpir con mucha frecuencia, te leeré mi artículo.

Cirilo.—Soy todo atención.

Viviano.—(Leyendo con voz clara y musical.) “La decadencia de la Mentira”.Una protesta.—Una de las principales causas que se pueden asignar al carácter curiosamente vulgar de gran parte de la literatura de nuestra época, es sin duda la decadencia de la mentira como un arte, una ciencia y un placer social. Los antiguos historiadores nos legaron deliciosas novelas en forma de hechos; el novelista moderno no nos presenta hechos aburridos a guisa de novela. Ha hecho su ideal del Libro Azul así en el método como en el estilo. Tiene su tedioso documento humano y su miserable pequeño rincón de la creación, en el que observa con el microscopio. Se le encuentra en la Biblioteca Nacional o en el Museo Británico leyendo vergonzosamente su asunto. No tiene al menos el valor de las ideas de los demás, sino insiste en ir por todo directamente a la vida, y por último, entre enciclopedias y experiencia personal, pone manos a la obra, después de haber delineado sus tipos de entre el círculo de su familia o de la lavandera, y de haber adquirido un acopio de información útil de la que nunca, ni en sus más meditativos momentos, logra emanciparse.







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