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sábado, mayo 05, 2012

Gabriel Fuster: Escondida detrás de los árboles..


ROCÍO DEL ALBA DÍAZ RAMÍREZ, ESCONDIDA DETRÁS DE LOS ÁRBOLES Y CONTANDO HASTA CUARENTA.
Gabriel Fuster
Texto alusivo al libro de la autora que se presentará en el CEVART (5 de mayo y Mario Lerdo, Centro Histórico) el 8 de mayo del 2012,  a las 19: hrs. Presentan Maestro Porfirio Castro, Martha E. Durazzo, Gabriel Fuster y Jesús Garrido.

 “Denme la siembra de más árboles o denme la siembra de más parquímetros”, dijo el ecologista, interponiéndose repetidamente en el camino que es traza de una vía romana secular, con la respuesta resistente que disminuye la marcha de aquella formación de maquinaria pesada dando empiezo a los trabajos de ampliación de la Alameda Díaz Mirón, porque la ciudad es la arquitectura de hoy y las ruinas de mañana, enterrada y resucitada cada día. En consecuencia, un amparo es concedido por el Juez Sexto de Distrito para proteger la permanencia de los centenarios arboles que duermen y sueñan de pie, nuestros vecinos que viven a la intemperie y casi indefensos, que son vulnerables y lo saben. La señora alcalde es fotografiada con el hacha al hombro, enemistada con nuestro árbol genealógico. Ella defiende su postura, declarando: Testarudos, yo los exhorto a hacer las paces con el progreso. Mi presidencia es una nueva historia de prosperidad. Eso es andarse por las ramas, porque el acto jurídico no tenía nada que ver con parar los trabajos de florecimiento urbano o no, sino evitar la tala imprudente de los lacónicos olmos y las palmeras cantantes. Al final los magistrados fallan a favor del ayuntamiento. A la chingada la ley, que no quede un árbol derecho. La alegría en la señora presidente municipal brilla con ojos metálicos, luego que esta resolución del Segundo Tribunal Colegiado del Séptimo Circuito en la revisión incidental 23/2012, negó la suspensión definitiva, lo que la lleva a afirmar públicamente que la revocación del recurso legal sienta un precedente porque privilegia a la sociedad, respaldando una obra que la ciudad merece. Asimismo, invita a las personas que interpusieron el amparo a sumarse a las acciones de reforestación. Sí, claro, yo y mi familia podríamos subirnos al auto y traer con nosotros un gato muerto. Entre risas y festejo, nos aventaríamos por turnos el gato muerto a lo largo del paseo, pero en ningún momento se podría decir que el gato está volando. No, lo que su discurso nos quiso decir es: A mí me la pelan, insinuando con respetuosa majestad que los árboles, al igual que la cabellera, son un recurso renovable. Siendo así, valga la pena probar tusarle la cabeza con unas buenas tijeras de punta y mirarla quieta como el bosque lineal del paraje rehabilitado. Las banquetas para los violinistas. Intacto todavía, en el momento de contemplar el primer tocón como suelen verse los dioses decapitados, se miran los anillos de la madera. No se trata de un prólogo a la ciencia de Dendrocronología, sino un poema épico que delata la forma que fue desarrollándose ese tallo leñoso. Cada año forma un anillo. De su correcta lectura, se puede saber la edad del árbol, deducir los eventos alrededor del mismo. El cine de Hitchcock es muy personal. En una escena de “Vértigo”, Kim Novack sigue lentamente con el dedo los nudos concéntricos que marcan el tiempo y refiere: Aquí nací yo…y aquí morí. La ciudad, a un tiempo historia en espiral, repasa  lo vivido entre las vetas violetas, apenas lo que dura un parpadeo. Delante de nosotros, el patrón se interna hacia dentro y localiza la fundación de la ciudad por Hernán Cortés. Fuera del centro, semejando la disipación de las ondas sobre un plato de sangre, se miran las pistas dejadas por los episodios de saqueo a la ciudad de tablas por los piratas Van Hoorn, Laurens de Graff y Michel de Grammont. La etapa del amurallamiento de la ciudad. El bombardeo de las fuerzas francesas, durante la Guerra de los pasteles. La ocasión de la primera invasión americana. El momento que Juárez expide las Leyes de Reforma. El día que Porfirio Díaz zarpa a Europa en su exilio. La segunda invasión americana. El atentado a Alfredo V. Bonfil. Finalmente, en el corte longitudinal que enmascara el contorno, se despliega la marca de Una Nueva Historia de Prosperidad, deteniendo de manera inequívoca el terminus ante quem, o la fecha más cercana a la desaparición de un fenómeno, lo mismo que se puede hablar de la guerra de las Dríades a o de la transformación de Dafne en árbol. Alguien dirá que los árboles no eran tan antiguos, pero daremos fe del tiempo en el vaivén de las hojas sigilosas. Los arboles también son libros. Y las iniciales del amor, mi invención de la historia.

Teofrasto, que amaba los árboles, no me puede hablar de ninguno, porque los trenes cargados de madera, salen todos los días de la redención del Terciario. Oigo hablar un niño gorrión, donde anidan los juramentos del hombre con bejucos y epifitas por nervios. Sin embargo, la poda de tupidos follajes pensamientos puede percibirse mejor a la sombra, o a la luz, de los cuentos de Rocío del Alba Díaz Ramírez, dentro de su libro titulado “Museo de los árboles locos”. Cierto, hay demasiados mimos imitando un árbol, cuyo sueño es parárseles el pajarito. Esto es el áureo teorema de la raíz cúbica. Precisamente, poniendo atención de cerca, las hormigas del surrealismo francés suben y bajan por las escarpaduras del cuello y cara. Rocío del Alba trabaja como un pájaro de oficio carpintero. La ventaja de estas cuarenta narraciones es su discurso intenso, el monólogo por asalto, conseguido de escribir poesía en los talleres de Nacho García. No es equivocación que las palabras sean semillas. La caligrafía enredada con tinta simpática interpone siempre la misma escena: el fuego verde de Roció del Alba empieza en el suelo y termina en la copa, Nacho gustaba probar lo contrario. En un planeta indescifrable, esto lo disuelve la lluvia. Por ejemplo, tomemos el primero y segundo cuento de referencia, titulados “El Murciélago” y “El Guardián”, respectivamente. A ninguno parecen faltarles impulso para desagradar, para disentir de los haikues japoneses, para adelgazar su benevolencia lírica, para no perder nunca la picardía, gracia y ligereza gongorinas, ni cuando fueran insensatamente incomprendidos en su utilería de metáforas. Agreguen a las urdidas ficciones el álbum de fotos y estarán plantados en el museo de los árboles locos. A propósito del cuento titulado “La Diosa del Mar”, la fotografía de cotejo se ocupa del legendario árbol del bikini, fuera del mapa en la muerte pequeña y el olvido total, según acredita la demencia del notario. La madre Naturaleza sabe una canción de cuna que te hará dormir. Mientras tanto, el pleno del cabildo, en sesión solemne, considerará el dilema de la casuarina que le crece en la frente y pronunciará su veredicto: La ciudadana Rocío del Alba Díaz Ramírez escoja un baldío y póngase a leer a T. S. Eliot. O el mismísimo vate Díaz Mirón. En la arboleda, el otrora ecologista de amuletos y clorofila, quedó solo, sereno, frente a criptas de asfalto, que sirven de estacionamiento a los automóviles. Ahora, agreguen un barril o dos de agente naranja, para no volver ver crecer una planta en años y causar grotescas mutaciones en el perro del vecino. Otro agente marrón para observarte. Y cuando marchamos a tentar el destino, socavando la viga maestra que carga nuestra ciudad, lo mismo que el ideograma chino se pronuncia por el perfecto equilibrio de cielo y tierra, fuego y agua, metal y madera, relámpago y montaña, hombre y mujer, por más que se reparen los opuestos malheridos, el futuro está temblando en una banca de cemento, vigilando el sitio del Árbol Zocheneger, mitad orgánico, mitad maquinaria, y las hojas de papeletas de multa. 
Gabriel Fuster. Febrero del 2012

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