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miércoles, enero 11, 2012

Alicia Dorantes: El caballo pinto



El caballo pinto
Alicia Dorantes

Los niños son el reflejo de la bondad olvidada de los adultos.

DONALD ZOLAN



Érase que era, comenzaba siempre mi abuela cualquier cuento que nos contase, un caballo pinto. Su piel, de fieltro blanco con grandes manchas negras, brillaba en el sol… Lo compré cuando Aimara tenía apenas unos dos o tres años de edad. La pequeña lo montaba, y junto con el caballito ambos relinchaban y se remontaban a tierras imaginarias a donde los adultos no tenemos acceso. La llaman: el país de la fantasía.

Aimara nunca usó el fuete, sólo palabras amorosas para conducir aquel brioso corcel…y lograr que se balanceara sobre su base de madera. Si le apretaba una oreja, el caballo le contestaba con relinchos de amistad, mientras que sus fuertes casos resonaban en los caminos de la ilusión. Aimara creció rápido, más de lo que hubiésemos querido. Creció sin pedir permiso y un día, un día triste para su amigo caballo, lo abandonó; cuando le pregunté por qué ya no lo usaba, replicó:

                        ̶   ¡Ay abuela, el caballo no crece como yo!

Luego llegó Andrea, su hermanita menor y la historia se repitió una vez más… el corcel volvió a mostrarse  alegre, juguetón; hasta pareció rejuvenecer. Andrea lo usó una y otra vez… hasta que, como Aimara, también creció y el potro le quedó pequeño…

Entonces, vino el abandono y con él, su gemelo: el olvido. El otrora alegre corcel cayó en la tristeza, quizá en la depresión… pero los caballos y los juguetes, esos que se dice que no tienen alma… son más nobles que muchas de las personas que creemos tenerla… y el caballito guardó silencio muchos años.

Ahora, el potrillo de fieltro pinto en breve va a ser regalado… a un niño que no tiene juguetes y sueña con tenerlos… El dócil corcel ha vuelto a su vida antigua: endereza las orejas en señal de alerta; no relincha como antes, porque la pilas que le daban voz, se han agotado, pero sé que su corazón de juguete, palpita feliz al saber que pronto tendrá un dueño que sabrá valorarlo… como un día lo hizo Aimara… Como un día lo hizo Andrea…

Sabe que ahora transitará por calles carentes de pavimento; calles de piedras y polvo, pero eso a él, no le importa, por que sabe bien que, sobre esas casuchas humildes, algunas de madera y cartón, el sol sale diariamente… desparrama su luz e ilumina la bóveda celeste; entonces, sólo entonces en el campo florido de los sueños, jinete y caballo recorrerán las sendas del amor y las quimeras… Jinete y caballo vivirán de fantasías, de la luz y del amor…




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