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jueves, abril 02, 2009

Victor Daris Hanson; La debacle americana


“Hace unos 60 aos, Arnold Toynbee llegó a a la conclusión en su monumental “Estudio de la Historia,” de que la causa última del colapso imperial era “una política estatal suicida.” Lamentablemente para el lugar de George W. Bush en la historia y – mucho más importante - para el futuro de Estados Unidos, esa exacta frase parece ser cada vez más aplicable a la política seguidas por Estados Unidos tras el cataclismo del 9/11.”
Brzezinsky añade: “En un sentido muy real, durante los últimos cuatro años el equipo de Bush ha socavado peligrosamente el lugar, aparentemente seguro, de Estados Unidos a la cabeza del mundo transformando un desafío que era, aunque serio, en gran medida de origen regional en una verdadera debacle internacional.”
¿Qué debemos pensar de todo esto cuando un antiguo asesor de seguridad nacional escribe que la guerra que empezó cuando terroristas del Medio Oriente golpearon en el corazón de Estados Unidos, en Nueva York y Washington – algo que ni los nazis ni los militaristas japoneses ni los soviéticos consiguieron nunca – era simplemente “un desafío en gran medida de origen regional?”
Vaya “región”: el mismo centro de Maniatan y de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Independientemente de la involuntaria ironía de que el mismo Arnold Toynbee no haya sido siempre “exacto” sino simplemente equivocado en la mayoría de sus conclusiones, y de que esas críticas provengan de un alto funcionario en una administración que presenció la debacle de los rehenes de Irán, la desastrosa misión de recate, la tragicómica odisea del agonizante Shah, el primero y el último de los boicots a las Olimpíadas, los aumentos de la gasolina a niveles mucho mayores que los de hoy, la infiltración comunista en América Central, la invasión soviética de Afganistán, el holocausto camboyano, la triste aceptación de que la perpetua paridad con la URSS era nuestra mayor esperanza, el realismo que consolidaba nuestros vínculos con las corruptas autocracias del Medio Oriente (orwellianas ventas de aviones F-15 a los sauditas menos sus extras), y esa simultánea combinación, tan difícil de emular, de alto desempleo, alta inflación y altas tasas de interés, el Sr. Brzezinski es, al menos, un valioso termómetro del actual pesimismo sobre nuestra situación actual.
Este pesimismo parece estar de moda. Actualmente, Irak es habitualmente descrito como una ciénaga o como “perdido.” Se supone que Osama bin Laden todavía está activo cuando estamos empezando nuestro quinto ao de una guerra “más larga que la Segunda guerra Mundial.” Abu Ghraib y Guantánamo aparentemente son pruebas de nuestra brutalidad y nos ha hecho perder las simpatías del mundo entero mientras los precios de la gasolina suben astronómicamente. Se supone que las fuerzas armadas de EEUU están “sobreextendidas” si no “destrozadas” por Irak mientras la guerra en Afganistán “se sigue prolongando.” Mientras tanto, “sólo es cuestión de tiempo” hasta que nos vuelvan a golpear con otro ataque terrorista de la magnitud del 11 de septiembre. Para rematarlo todo, nos hemos buscado la antipatía de todos los país, irritados por nuestro “unilateralismo” y nuestras “guerras preventivas”.
Todo esto es una síntesis del actual pesimismo.
Pero ¿en qué medida son exactas esas acusaciones? Si uno las fuera a evaluar desde el punto de vista de los fundamentalistas islámicos, no parecerían ciertas ni realistas.
Muchas de las cartas interceptadas y los comunicados de Al Zaqawi o AA Zawahari revelan temores verdaderamente paranoides de que Irak se está efectivamente perdiendo, pero los que lo están perdiendo son los terroristas. El enemigo habla de tácticas constantemente cambiantes: decapiten a los contratistas, no, maten chiítas; no, maten maestros y niños; no, vuelva a volar los convoyes americanos. En contraste, nosotros tenemos una estrategia consistente: perseguir a los jihadistas, entrenar las fuerzas de seguridad iraquíes, promover un gobierno consensual para que Irak se convierta en una república autónoma, libre para decidir su propio futuro. Nos iremos en cuanto el gobierno electo de Irak nos lo pida; los terroristas no va a cesar hasta que no le hayan impuesto su teocracia tipo siglo VIII a los iraquíes.
Teóricamente, bin Laden anda “suelto” pero no puede ir a ninguna parte como sea a la salvaje frontera entre Afganistán y Pakistán o, quizás, a la frontera con Cachemira. Su alto mando está desperdigado, y muchos de sus principales cuadros están muertos o, como él, escondidos. Pese a toda la legítima preocupación sobre la triangulación de Pakistán, todavía es más seguro para los americanos que para bin Laden caminar por las calles de Islamabad. En todo caso, al menos nosotros tratamos y él no. ¿Y cuántos alimentos y equipos médicos va a mandarle bin Laden a sus compatriotas musulmanes devastados por el terremoto?
Fíjense como al Qaida ha dejado de hablar de restaurar el califato sobre los infieles y ahora excusa su violencia con el pretexto de que son víctimas. “Después de todo esto, no tienen derecho las víctimas, cuando atadas y arrastradas al matadero, a tratar de escapar? ¿No tiene el derecho, cuando la están sacrificando, de lanzar un zarpazo? ¿No tiene el derecho, cuando la está matando, de atacar a su carnicero?”
La guerra contra los terroristas podrá estar entrando en su quinto año pero, pese más de 2,000 bajas, todavía sólo hemos perdido poco más de 2/3 de los que murieron en el primer día de la guerra, hace casi 50 meses. Es un agudo contraste con los más de 400,000 americanos muertos al final de la Segunda Guerra Mundial. Y Alemania y Japón, derrotados y ocupados, no estuvieron avanzando seguramente hacia la democracia hasta seis años después de que EEUU entrara en la guerra, a diferencia de Afganistán e Irak que fueron derrotados sin tener que matar a millones de personas y que ya han celebrado plebiscitos sobre sus nuevas constituciones.
Es cierto que los occidentales magnifican los abusos de Abu Graib y son más sensibles a los supuestas “torturas” en Guantánamo que a las matanzas de niños y las decapitaciones de los terroristas. Y que la gran prensa liberal americana nunca escribe sobre el heroísmo de nuestros marines al reconquistar Faluya ni de los gallardos batallones del ejército que garantizan que los civiles de Afganistán e Irak se sientan suficientemente seguros como para ir a votar.
Pero nuestros enemigos saben perfectamente que Abu Graib es radicalmente distinto a las cámaras de tortura de Saddam Hussein y que en Guantánamo no se decapita a los prisioneros lentamente y a sangre fría, como hacen ellos. Los terroristas saben que, muy por el contrario, allí tienen condiciones mucho más favorables que las que tienen los civiles en libertad en muchas partes del mundo.
El petróleo es un tema conflictivo cundo se discute sobre la guerra. Nuestros opositores alegan que fuimos a la guerra para robarnos el petróleo. Pero al igual que en 1991 cuando teníamos el control de las enormes reservas de Kuwait, lo que hemos hecho es devolverlo a sus propietarios locales, asegurando que, por primera vez en décadas, un gobierno iraquí transparente - no los franceses, no los rusos, no los baasistas, no la cleptocracia de Saddam – tenga el control de su propio petróleo. Mientras más hablan los terroristas de como Occidente les roba su herencia nacional, más los corruptos dirigentes de los países de la OPEC estafan al mundo industrializado y esconden miles de millones en petrodólares en bancos extranjeros.
La historia de la guerra desde el 11 de septiembre es que el ejército de EEUU no ha perdido una sola batalla, ha derrocado dos crueles dictaduras y ha hecho nacer la democracia en el Medio Oriente.
Afganistán se está acercando al status de los Balcanes, después de cuatro, no de ocho, años de mantener controlados los remanentes del fascismo mientras la democracia echa raíces. Y Afganistán fue una guerra que, como Irak, fue aprobada por el Congreso de EEUU, a diferencia de los bombardeos sobre Serbia ordenados por la administración de Clinton.
El enemigo parece frustrado porque no ha podido repetir un 11 de septiembre aquí en EEUU. Cientos de terroristas han sido arrestados y han perdido la dirección central de Al Qaida. Matar jihadistas en Afganistán e Irak, como muestran sus propios comunicados, los ha puesto a la defensiva, muy comprensible tras haber perdido el apoyo de gobiernos amigos como el de los talibanes.
Hemos cometido muchos errores desde el 11 de septiembre, frecuentemente no hemos sabido articular nuestros objetivos y valores, y hemos estado discutiendo amargamente entre nosotros. Los gastos federales están fuera de control y nuestra actual política energética no nos va a permitir prescindir del petróleo del Medio Oriente durante años. Pero lo que se pierde de vista en medio de tantos problemas es que el viejo apaciguamiento de los años 90 se ha terminado, que los terroristas está perdiendo táctica y estratégicamente y que, como dijera Tony Blair, refiriéndose a la mentalidad occidental, “las reglas del juego están cambiando.”
Por último, tenemos que ser sistemáticos en nuestra evaluación de esta guerra y no sólo preguntar si los Estados Unidos son más populares y queridos. Es intelectualmente honesto preguntarse si Afganistán, Irak, Líbano, Libia y Egipto se están moviendo en una dirección correcta o incorrecta. ¿Está Europa más o menos consciente de los peligros del fundamentalismo islámico, y más o menos dispuesta a trabajar con los Estados Unidos? ¿Está empeorando la disputa israelí-palestina o se está estabilizando? ¿Está mejorando o empeorando nuestra seguridad, y comprendemos mejor o peor al Islam? ¿Están los neutrales del Medio Oriente como Arabia Saudita y Pakistán más o menos inclinados a cooperar en la guerra contra el terrorismo? ¿Están potencias mundiales como la India y Japón más o menos inclinados a Estados Unidos? Y enemigos claros como Irán y Siria están sintiéndose cada vez más fuertes o cada vez más aislados?
Si examinanos estas preguntas desapasionadamente y olvidamos la furiosa retórica de la extrema derecha e izquierda, tenemos que llegar a la conclusión de que las cosas están mejorando, no empeorando, aunque los medios de comunicación y el mismo público piense que una estrategia claramente exitosa está fracasando.
En cuanto a las acusaciones del Sr. Brzezinski, la mayoría de nosotros preferiría los Estados Unidos del 2005 al caótico país de 1977-1980. Es bueno recordar que aquel gobierno que hizo muy poco por confrontar el ascenso del fundamentalismo islámico, y que ést levantó la cabeza en serio, por primera vez, con aquella verdadera debacle que fue Irán.
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Víctor Daris Hanson es un historiador militar, autor de “Ripples of Battle”.Tomado de National ReviewTraducido por AR

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