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miércoles, abril 22, 2009

Gaby Velázquez: El libro



Una mañana, X se paseaba aburrido por la calle XX.
X no sabía que hacer: ir a un café, sentarse en el parque…No, no sabía. De pronto, se detuvo frente a una biblioteca y decidió entrar. Con pausada curiosidad, revisó los estantes y tomó el primer libro que le pareció interesante, más por la portada que por el desconocido tema. Grande fue su sorpresa cuando, al iniciar la lectura, se dio cuenta que ésta iniciaba así: “Una mañana X se paseaba por la calle XX…”. Cerró el libro de golpe. “Imposible, no se trata de mi, ¿una persona como yo?”. Pensó, y sonrió, volvió a abrir el libro en la misma página. “Imposible, no se trata de mi ¿una persona como yo? ¿Por qué alguien escribiría sobre una persona como yo? Se preguntó X”. Volvió a cerrar el libro, esta vez más consternado que asombrado, más preocupado que contento. La lectura es exactamente lo que estaba pensando. ¿Por qué no podría explicarse como una alucinación? Por principio de cuentas, el libro en sus manos era pesado y viejo. Volvió a pensar que no podía escribirse algo nuevo sobre él, pues era un libro viejo, o…¿tal vez parecía sólo un libro viejo? Ah…tendría que saberlo. Él no era un tonto. Tal vez aburrido, pero no tonto. X caminó hacia una mesa próxima para poder leer con calma. Ciertamente, este día no era como los anteriores, es decir, aburrido, largo, incoloro. Precisamente había encontrado un libro que no era sólo un montón de palabras hiladas en alguna forma y que, después de la primera línea, extraviaba el interés. Miro a su entorno y notó poca gente en la biblioteca. La mayoría universitarios consultando algún texto, además de la bibliotecaria, una joven simpática que estaba detrás de un escritorio siempre sentada, copiando algo. Había más personas, probablemente empleados, pero no es que le interesara mucho, a decir verdad él no se interesaba mucho por las cosas o la gente. En fin, X se sentó y el asiento le pareció cómodo, luego se recargó sobre el respaldo y estiró los pies. Abrió de nuevo el libro.
“… y estiró los pies, vestía como todos, unos jeans ya usados, y una camiseta de algodón, de un color incoloro como él. Vestirse no era su prioridad, así que cada mañana se ponía los mismos jeans, y una camiseta incolora…”. El corazón se le constriñe y comienza a pensar en sus amigos, pues ahora que leía se daba cuenta que él siempre vestía igual, y sus amigos no. Ellos siempre iban llenos de colores. Especialmente Evelina. Ah, esa chica era realmente algo hermoso, parecía un arco iris. Cuando vestía de rosa, parecía una niña. Cuando vestía de rojo, era hermosa y atractiva Y si vestía de azul, a él se le imaginaba que había iniciado la primavera. X la amaba en silencio, Evelina no miraría a un hombre como él tan equis, bueno, no que no lo miraría, eran amigos, pero si él le hubiera pedido una cita…No, Evelina no aceptaría, mejor no lo haría…
Ya pensó en Frank. Frank era otro amigo suyo y tenía una casa en las afueras, siempre llena de gente. X la conoció por mera casualidad, tratando de encontrar algún interés, y entró. La gente, hombres y mujeres saludaban a todos, sonreían. Algunos llegaban con pastel, o con frutas. Siempre llevaban algo en la mano. Otros, una botella de vino, esos eran sus favoritos, y él se acomedía a pasar los vasos para servirlo. Frank generalmente vestía de azul y usaba camisas de manta, algunas blancas, algunas de colores. Usaba lentes y hablaba de cosas interesantes. Sonreía siempre. Aunque, ¿Cómo no iba a sonreír, si todos le llevaban regalos? El sonriente Frank, como agradecimiento regalaba todos sus libros y todas sus experiencias. Por ello, X siempre se sentía bien cuando visitaba a Frank.
Luego pensó en Cecilia. Ella era artista. No muy diferente a Frank, siempre sonriente e igual rodeada de gente, pero hablaba de cosas más raras, por eso él no ponía atención. A ella la había conocido desde siempre, eran vecinos de casa, y ella un tiempo se había ido al extranjero, para regresar así: ¡pimpante! Llena de colores de tierras desconocidas y por ratos a X le era cómodo estar a la sombra de esos colores.
Después pensó en Sebastiana. Hasta ella tenía un color, negro. Siempre oscura. “Dark” de piel blanquísima. Su inusual vestimenta negra y de cuero era un contraste. La seguía por eso. Ella era un contraste de amargura y atractivo. Él era gris. Ese era su color, que realmente no era un color sino una sombra. Esta vez comenzaría una nueva historia. X repasa la página. “-Señor. Señor- decía la voz delicada, X se volvió a mirarla, pero no la reconoció”
-Señor, se quedó dormido y ya vamos a cerrar la biblioteca.
La voz de la joven bibliotecaria lo despertó. X sonrió como ido, el asiento era cómodo y tenía los pies estirados. Todo había sido un sueño. X se levantó se acomodó el pantalón desteñido. Caminó hacia la salida de la calle XX.
-Señor, no devolvió el libro al estante
-Oh, lo siento. Olvido que alguien más tiene que venir a reinventar su historia
-Por supuesto.
-Es un libro entre otros. Sin embargo, las dos primeras ediciones, Bruguera y Salvat, no coinciden plenamente en las ilustraciones XXX. ¿Lo sabía?
-Por cierto, ¿Sabe por qué se suicida un libro de matemáticas?
-No
-Porque tiene demasiados problemas
X Sonrió esta vez, guiñándole un ojo.




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