Encuentra a tus autores aquí

miércoles, abril 22, 2009

Enrique Patricio: De la(s) plástica(s) porteña(s)




De la(s) plástica(s) porteña(s)

Articularemos este sucinto comentario crítico a partir de dos preguntas fundamentales a considerar hoy día por parte de los creadores en torno a una adjetivación que se hace dentro de la plástica veracruzana, a la conocida ya en nuestros días como porteña. Estas interrogantes que hacemos son de un carácter, repito, toral para una pléyade de artistas de un signo u otro, e irían más o menos formuladas en el siguiente tenor:

Serían acerca de, a) ¿si es correcta la apreciación que generalmente poseemos en derredor a ella al decir, simple y llanamente, que hay una –y sólo una--- plástica porteña? O si, en su defecto, b) ¿sería prudente, por aconsejable para todos, hablar por ahora (justo en estos precisos instantes de discusión, análisis y reflexión, no sólo estrictamente artísticos en la materia), antes bien, en términos más particulares ya, no de una, sino de que coexisten dos plásticas porteñas perfectamente identificables por separado, en cuanto a su concepción, como productos culturales netamente porteños. O sea, por decirlo de alguna manera, estamos aludiendo directamente aquí a todos los bienes artísticos que salen desde esta ciudad y puerto de Veracruz, México, con el “sello aduanero” de lo veracruzano porteño.

Y, está claro, de otra parte, que a la cuestión anterior debería de hacérsele acompañar (obligadamente) de una pregunta mayormente punzante: ¿qué tan porteño (culturalmente hablando) sigue siendo en nuestros días el Puerto? Pero, por el momento, pues la cuestión abriría un debate bastante profundo, nada más concentrémonos en esa(s) plástica(s) en cuanto a su conceptualización de porteña, con un breviario cultural de cada una de ellas y rematando este comentario con una muy modesta propuesta de quien esto escribe. Y, es decir, lo mismo pero con otras palabras, sólo para pugnar por una mejor ymàs precisa conceptualización al respecto, para que nuestra plástica vaya incluso más allá de lo únicamente teórico.


LA UNA

Es la que podríamos contemplar, desde un punto de vista terminológico, como la propiamente dicha plástica porteña. La que basa su(s) temática(s) en lo que es lo vernáculo, poniendo así el énfasis en lo popular. La que tiene que ver con todo aquello que huella al porteño en su nativo y colorido entorno cotidiano. Es, pues, la que plasma lo típico. Y, ese imaginario es lo que la identifica. La idea espacio-temporal central de este signo, es preservar, promover y difundir, incluso explotar turísticamente –cuando no, y para mal, flolcklorizar su enfoque también— acerca de lo que se representa como calidad de esa vida (porteña). Pone así de relieve el patrimonio, tanto el tangible como el intangible, de esa su ubicua sociogeografía cultural. Y si bien esta particular manifestación –hecha por los menos—es más dable en autores nacidos en el Puerto (hay que decirlo, aunque suene a perogrullada) por cuanto a que se deben de conocer muy bien la tradición, las costumbres, las sutiles características que sustentan las relaciones en la cohesión sociocultural, etc., sin embargo, esta labor artística no es propia únicamente de los oriundos de estos lares, ya que así mismo, es muy bien observado el arte de la mirada del “otro” (para el caso, la del foráneo avecindado aquí) son para nosotros igual de importantes los intentos de esos “otros” artistas para desentrañarnos culturalmente –si bien nos va, o mejor dicho, si bien les va--, toda vez que nos dicen, de manera genuina, lo que no vemos o pasamos por alto de nosotros mismos; aunque la mayoría de las veces más bien nos digan tan sólo cómo se nos observa desde lejos, lo cual, como sabemos, no es más que una mirada alejada ya en mucho de lo que sería verdaderamente lo esencial. Y, por otra parte --algo obligadamente--, como que no pode4mos dejar pasar de largo ese otro renglón., en que bien señalábamos acerca del “enfoque” líneas arriba entre paréntesis, es decir, el tocante a las “escenificaciones” folcklorizantes; verbi gratia, sobre un decorado con peces u barquitos, o con sirenas y/o naves hundidas, o con playas, cocos y palmeras, por decir (que, exceptuando la pintura infantil, no es mucha la exageración en algunos desastrosos casos), como representación de la porteñidad… Pero, ojo, no estoy queriendo decir con esto, por ejemplo, que la pintura porteña exente de lo que hay en su hábitat, solamente subrayo lo que sería llegar sin ton ni son al exceso con ciertos elementos, al pintoresquismo, al afiche, a la folcklorización, pues. Quizás y fuese conveniente, además de investigar otras cosas, que se volteara de cuando en cuando un tanto de reojo y no, en cuanto a la escuela de artistas plásticos cubanos, por ser la que idiosincrática y culturalmente está más próxima a nosotros, para ver cómo es que en el mundo de hoy han logrado un realce en su pintura sin perder la impronta cubana y, entre otras cosas --y que es de lo que hablamos--, a partir de un extraordinario manejo en la combinación de elementos tropicales entre sí (monotemáticamente) o con otros muy diversos elementos. Mas, dejemos estas miradas por ahora, que no es en este momento el punto, para pasar a mencionar algunos de los tópicos abarcados en este tipo de pintura porteña por ciertos, desde luego, no todos sus creadores, y que resultan de sumo interés, ello antes de encaminar nuestros pasos al siguiente breviario: Así tenemos que, en la obra de Néstor Andrade encontramos lo carnavalesco como punta de lanza; que es donde subyace bastante de ese pensamiento mágico que es una constante en el porteño; materia de su sueño, materia de su realidad. En los trabajos de Francisco Galí tenemos lo afroide veracruzano porteño como rasgo distintivo; mismos en los que él ha podido narrar (aunque en muy contadas ocasiones) aún más allá de un semblante poblacional, sorprendiéndonos favorablemente con ese su estilo “acubanado” muy veracruzano. También rememoro de Milburgo Treviño en este instante, el contar igualmente –evocando una de sus pinturas-- entre otras, con la idea “proalista”, inquilinarista de un lado (como documento histórico porteño plástico) y, de otro lado, con la muestra de una típica barriada ( y es que por increíble que parezca, no sólo perviven algunos barrios populares con sabor porteño que prácticamente se han atrincherado a piedra y lodo, sino que también sobreviven unos cuantos patios de vecindad, ya deslocalizados hoy en esos sí barrios “comidos” de sus características porteñas). Igual, pero en el mural, Bruno Ferreira hace lo propio (un tanto a la manera de Teodoro Cano –toda proporción guardada-- que lo hace, acerca de los mitos y leyendas del Totonacapan), ejecutó con su pincel en función de los mitos y leyendas porteñas. (Y es que básicamente nada hay de prehispánico en la ciudad y puerto, salvo en sus proximidades y frente a Veracruz --casi a nivel “escultórico”— en la isla de Sacrificios y en lo que fue el islote de San Juan de Ulúa, algo hubo; de haber habido, no dudo en que Bruno lo hubiese plasmado). El muro se encuentra en un conocido y otrora zocalero y popular café del Malecón, con tal fama de democrático que se dice que en una de las tan disímbolas mesas podían estar departiendo pacífica y amistosamente policías y ladrones, y que una vez abandonando el lugar esos comensales, comenzaban las persecuciones. Valga la charada –no tan mentirosa--, por estar a tono con lo que nos expresa (entre otras cosas) la pintura mural en ese sitio; confluencia que fue de la veracruzanía porteña en su momento, en el Veracruz de ayer. Y hay más, otros autores con algún cuadro, pero sirvan estos modelos como botón de muestra de una “plástica autóctona” porteña. Tanto así, como podemos decir de un arte pictórico de la cultura de Sotavento por ejemplo, aquí sí jarocho, con figuras de la talla de un Alberto Fuster o de un “naif” como Ignacio Canela, et. al. tlacotalpeños, dignos e incuestionables creadores del “arte plástico jarocho”. Y, ya para concluir con este apartado terminemos, más que hablando en forma extensa, apuntando solamente acerca del muy trillado asunto de las representaciones (varias) de la “jarocha” como arquetipo de lo veracruzano porteño, puesto que han sido “usadas” (falsamente) –la imagen de la mujer campirana, que pertenece a la cultura sotaventina—como propias de la ciudad y puerto de Veracruz, también. Craso error histórico-cultural, pero que aquí ha sido y es empleado, únicamente con fines propagandísticos –económicamente es muy barato y, a su vez, es fácilmente folcklorizable—para turismo y comercio.

LA OTRA

Otra(s) fórmula(s) visual(es) la(s) tenemos con la apropiación o, tal vez sea mejor decir, mediante la influencia de elementos culturales distintos a los propios, amén claro está, de los incorporados por aquellos artistas que aquí se domicilian y que ya traen consigo su formación cultural, es decir, esos que viniendo de fuera, de lejos, también “nos llegan”. Estamos hablando entonces de “la otra plástica porteña” o, vamos a decirlo así, nos referimos con ello a “una plástica porteña diferente”, distinta de la que ya vimos. Y, en esta “plástica otra” porteña, hay una inmarcesible visión que apuesta por una propuesta más universalista que localista en el arte. En todo caso, en la multifocalidad de “lo otro”. Y es segida por los más, y sobre todo, es en donde se alistan y más afanan los jóvenes. Es aquí donde concurren las más variadas temáticas y tendencias formales y de estilo y las `modas´ del mundo actual, y alguna que otra del pasado (que lo “retro” idénticamente tiene hoy cabida). Y cabe preguntarse, ¿cuál es el contenido potencial de ese mundo de imágenes? E, ¿implícitamente, cuál es su cometido? Pasemos a tantear entonces, bajo el punto de vista de esa libertad de expresión del creador de este signo, o lo más cercano a él, toda vez que no podemos –aparentemente__ comprobar nada, ya que todo es aquí más subjetivo que objetivo, sin embargo, intentémoslo de nuestra parte, desde algo del figurativismo hasta indagar con lo no figurativo, igualmente. Y empezamos, digamos que comentando sobre la más reciente exhibición pictórica de Estrella Carmona en esta que es su tierra, su puerto, Veracruz, con “Posthumano”, donde expone una suerte de organismos cibernéticos (¿de un futuro cercano?) fuertemente pertrechados con armamento de alto poder, que si bien nos permite establecer un discurso visualmente impactante, en su contenido se observa, no obstante, una relación en tèrminos de hostilidad a la era tecnológica de parte de la autora. Mas, con este novedoso perfil “ideológico”, la pintora mucho le está “quedando a deber”, ante la urdida idea de la posibilidad –por otra parte siempre latente—de una deshumanización, a la historiadora de arte y ensayista del contemporáneo Luz María Sepúlveda con su libro La utopía de los seres posthumanos (Fondo Editorial Tierra Adentro, No. 276) al haber ilustrado su portada con Arquitectura Militar IV. Cabe el ver en esta reciente obra plástica la sospechosa influencia que de la obra literaria tuvo, no en el sentido de si comprendió del todo o no las argumentaciones textuales, sino en el de que engarzó perfectamente esta idea del futuro con su inmediatamente anterior línea argumental expuesta en “arquitectura militar”, es decir, independientemente de si coincidiera o no con su propia hipótesis futurista, concibió ahora una atmósfera posthumanamente bélica –que, no obstante, se corresponde más con una muy válida preocupación por el presente--, un ciclo de muerte y generación. (Sabemos, sin embargo, que el caer en alguno de los extremos, tanto en el de un “futurismo” como en el de un “primitivismo” , éstos siempre traerán aparejadas algunas de sus problemáticas internas, por ejemplo, el de la especulación filosófica y la del decadentismo, respectivamente). Mas, si ahora dejamos atrás lo figurativo y decimos de esos otros lenguajes plásticos (más aleatorios), como el conceptual, el abstracto, y demás etcéteras --cuando no hablamos de una pirotecnia pictórica o de un arte de pacotilla--, entonces tendremos que ir más despacio con esta breve y somera disquisición: y es que se trata de una pintura vista por sí misma, hecha con una inteligencia otra, que es la de la sensibilidad pura. (Pero no se trata de pintar por pintar, pues aunque en algunos casos se haya convertido en la imagen lujuriosa de sí misma, se trata de otra cosa). Aunque también es cierto que, por una parte, esa(s) nueva(s) narrativa(s) ha(n) manufacturado la sensibilidad de estos creadores con tal o cual sello, así como por otra parte, esta “plástica otra” porteña se ha “desterritorializado”, su entorno “físico” ya es “otro”; o hasta cierto punto es otro, como veremos. Y,
por otra parte, la ingente cuestión aquí sería averiguar, ante tan marcada y continua aceptación por “lo otro”, si efectivamente existe un esfuerzo por interpretar la naturaleza de “eso otro” o si se está trabajando con una simple mecánica que sólo hace copia de modelos extraños –es decir, o es nada más lo “otro” de los “otros”; o es, lo otro con los otros y nosotros—Ya que si sólo se hace copia, ello sería nada más “medianamente aceptable” en términos no artísticos sino culturales, o sea, pictóricamente valdría, pero no valdría más allá de una mera “apropiación” en cuanto a imágenes (y esto es una piratería), debida a insoslayables influencias tanto formales como decorativas o alegóricas (una “kitschificación”, igualmente, en el sentido corriente que se le da al término). Habrían, tal vez, de estudiarse a fondo y confrontarse tanto los contactos como los problemas artísticos y culturales derivados de influencias, copias y apropiaciones. O sea, sería necesario seguir paso a paso la compleja ruta de: la creación, el procesamiento, el almacenamiento, la transmisión y la asimilación (cuando menos) de la información cultural que se manipula. Y, así sea aun con las más marcadas diferencias identitarias respecto de otras culturas. En tanto que, de existir una auténtica “asimilación” de “eso otro”, sería por su parte, el tener hoy por hoy una visión comprometidamente globalizada (aunque en el fondo quizá no se pretenda, sin embargo, se puede conseguir sin querer). Pero, ¿cómo saber, en medio de la paradoja, qué es “bueno” y qué es “malo” en esta “plástica porteña otra” de ahora? Cuando al través de esa indefinición cultural en que se cae aquí es, decimos paradójicamente, como esta misma queda “definida”, de manera provisional en el concierto internacional como una plástica indeterminada en muchos aspectos. Así, comprobamos que en ella caben también, a diferencia de la anteriormente vista, lo sobrante, lo eliminable, lo inexpresivo, etc., incluso pueden ser los elementos claves a destacar por encima de técnicas y formas o estilos, o de la improvisación misma y hasta del azar. No hay parámetros ni medidas para arrojar ese “producto artístico novedoso”. Hay oferta y hay demanda. Podemos decir que si existe un consumismo, para mal, por qué no puede existir un “produccionismo”, también para mal, en el arte (una sobreoferta, así como la hay en la economía, cuya calidad puede dejar mucho que desear). Pues bien, todo vale. Además, si partimos de que es muy válido, al ir también de esta forma –como creadores, o sea, apelando entonces a esa referida libertad de expresión—en busca de una identidad artística en lo personal (o en lo grupal), no quiere decirse que deviene de esta manera forzasamente la asimilación identitaria respecto de una cultura a la cual, incluso, se puede aspirar (esto es más como un juego de espejos distorsionador únicamente del sentido visual). Lo que creas sólo es, virtualmente hablando, el espacio imaginario de “lo otro”. Nada más. No obstante, hay una representación, una composición y una comunicación, no las habitualmente conocidas, es otro el entretejido por que simple y sencillamente todo queda catalogado como arte aquí y por que el soporte tecnológico de nuestros días puede inmisericordemente engendrarlo a raudales.

NI LA UNA, NI LA OTRA
(…sino todo lo contrario)

Permítaseme comenzar la siguiente propuesta, pergeñada como una expolición, con una licencia poética de tan sólo seis versos (mismos que hace algunos ayeres escribiera el vate José Velarde), a modo de mostrar la idea vertebral a perseguir en ésta: Y es de ver la misma ola / que en la arena de la playa / rumorosa se desmaya, / cómo, no lejos, rugiente, / va a estrellarse en la rompiente / a los pies de la atalaya. Hasta aquí la poesía. De donde, concluyamos reflexionando entonces –grosso modo—con que es tan válida una plástica porteña como la otra. Sin embargo, es en el sentido “comunitario” que dan nuestros artistas plásticos a su libertad de expresión donde reside el meollo del asunto a resolver. Se trata de una libertad (¿libertina?) que no reflexiona en torno a lo que tuvo, tiene e, inclusive, tendrá que ver con su porteñidad. Así las cosas, hace falta –desde mi punto de vista— la cabal reconsideración de parte de todos ellos, en la noble idea de reconciliar ambas posturas. De tal suerte, la presente proposición no es cosa de otro mundo, y es la siguiente: que, para hacerse un favor, no hayan –veladamente— “dos plásticas porteñas”, la una localista, la otra universalista, sino una sola que sea, conjugémosla así, “la misma-diferente”; o sea que, una que llevara “lo mismo” (lo local), pero ya renovada y, también, que llevara “lo diferente” (lo universal), pero que estuviese enraizada de alguna manera. Y bueno, para ello sería pertinente se dé –considero que a estas alturas es cuando—un proceso aglutinador de ese arte con clara tendencia cosmopolita con el arte propiamente dicho porteño, a fin de que se permita evolucionar favorablemente a nuestra plástica, amalgamando un resultado (la “nueva plástica porteña”) que no esté apegado cien por ciento a lo propio, ni desvinculado del todo a él. Para lo cual hace falta, por supuesto, una recontextualización estética y no un eclecticismo. (Pareciera mentira, pero es que a la(s) actual(es) “plástica(s) porteña(s)” le(s) está haciendo falta algo más que una superficial cirugía plástica, le(s) está haciendo falta urgentemente una cirugía mayor). Por poner un ejemplo (y para hablar de México), ya la plástica oaxaqueña ha ido desarrollándose estéticamente en lo suyo… Pero, regresando a nuestra realidad, se ha de trasponer, es preciso, el subdesarrollo en que se encuentra(n) esta(s) plástica(s) porteña(s), o sea, en cuanto a su plena y muy, pero muy actual identificación porteñera (se está(n) desaporteñando nuestros artistas plásticos), produciéndose un arte “otro” porteño, respecto del que se está realizando –insistiría que en franca descomposición identitaria--, en el entendido de ubicar y consolidar el prototipo de lo porteño de hoy día, es decir, estamos hablando del aquí y ahora de ese “otro” arte porteño. Necesario es, pues, hacer práctica común de la interpretación de lo porteño –repito— de hoy (una reinterpretación de la anterior visión no bastaría), y misma que, desde luego, de cada forma particular arrojará una a una las interpretaciones objetivas-subjetivas (que cada cabeza es, finalmente, un mundo propio). Mas, esta tarea no deberá de confundirse con “construir una nueva realidad” (como ha sucedido con el mal llamado nuevo cine “nacional”, que pese a haber conseguido la estética que ahora proyecta, no obstante, el cambio fraguado identitariamente para su exhibición dentro del séptimo arte –mundialmente hablando--, se hizo “a la mexicana”, y por eso en su gran mayoría es un cine más bien chilango --hasta el acento—que en realidad uno nacional, más de megalópolis que de todo el territorio nacional –y que, aunque exagerando un poco con la ejemplificación siguiente ésta no está, sin embargo, exenta de verdad: es tanto como si quisieran convencernos, en las películas, de que en realidad un aborigen australiano es lo más parecido a un esquimal, culturalmente hablando--, los realizadores construyen así una realidad nacional que en modo alguno es la mexicana; o lo que es lo mismo, es bajo el pretexto de una autenticidad que se está dando una pretensión globalizante), sino que tan sólo se trata de ser fieles intérpretes (los motores del cambio), valga decir con creatividad, poniendo a trabajar ambos hemisferios cerebrales para asumir la porteñidad plástica del ahora (que, de otro lado, pareciera estarse distanciando en algunos momentos de la cultura tropical y, alejándose así mismo de la identidad caribeña, que son (¿todavía?; que si no, todo parece indicarnos que incluso convendría que sí hubiese una reconexión) sus principales características intrínsecas. Con lo cual, queda por lo pronto innovarse, reinventarse plásticamente, minuto a minuto en esa nueva identidad, la “identidad”; esa sería la consigna. Por lo tanto, se ha de atender a la producción, sí, pero sobre todo a cómo ésta se producirá (valga otra vez la redundancia), conjugándose de algún modo –que ya lo dijimos en términos más generales—lo “convencional porteño” con lo “no convencional porteño”; verbigracia, una específica representación (lírica o no) de nuestra realidad socio-cultural, con el discurso del mundo subjetivo en el mismo sentido (sin prevalencia de uno(a) sobre otra(o) ). Cabe realizarse, de primera mano, una “visión espejeada”, labor ésta tanto en “la una” como en “la otra” plástica(s), para conocer conociéndose, de “sus” asuntos. Ejercitar más que sólo un cruzamiento artístico en lo estricto, un entrecruzamiento de experiencias culturales porteñas. Y en este andar provocar el intercambio equitativo y no uno desigual. Estableciéndose, entonces, un camino que sea de ida y vuelta, en ambas direcciones a la vez y no en una sola. Todo ello visto como un proceso transformador, emancipador y liberador de lo que ata hoy día a nuestros artistas plásticos por igual a un bando; aparentemente de una manera irreconciliable. Pero no, no piensen que es algo fraudulento ni fuera de lugar la búsqueda de la identidad (porteña) hoy; no, es algo que sí tiene cabida y, antes bien, el fraude sería creer que está reñida con vanguardismos. Efectivamente, puede (¿debe?) ser el eje rector para nuestra plástica esa identidad, la que empapada en su raíz permeara así en las más variadas líneas de avanzada del arte visual que se tuviesen a bien considerar como rutas plásticas viables en lo futuro. En otras palabras, lo veracruzano porteño –como carta de prestación— inmerso en el oleaje pluriétnico y multicultural del mundo postmoderno que nos ha tocado en suerte vivir (diría uno, que sea plásticamente para bien). No se trata, por supuesto, de producir un arte plástico nada más de “exportación” o para el turista que nos visite, es decir, uno estereotipado, distante, o sea, una “arte otra” fuera del espíritu porteño y conformadora de mitos en ese tenor. La materia prima ha de ser la porteñidad si se pretende lo auténtico, la plasticidad y no una plastificación. Lo veracruzano porteño –como carta de presentación—inmerso en el concierto pluriétnico y multicultural del mundo postmoderno que nos ha tocado en suerte vivir (diría yo, que sea plásticamente para bien. Para contemporaneizar ventajosamente en el orbe, de contarse con esa unidad plástica porteña, es decir, con ese valor agregado, pero no en teoría, sino –y valga otra vez que redundo—hecha ya pintura. Hay que reapropiarse de “lo nuestro”, de la herencia cultural, si bien ya no de la “originalidad perdida” (lo idealizado) pues sería repetirse, sí con otra mística desde su esencia. Ahora mismo iba a escribir, “de otra parte”, pero no, según es el efecto de la “mundialización”, será de esta misma parte, o punto y seguido. Contemos con que la “visión” mundial no se sujeta, o mejor decir, no está sujeta por el momento a globalizadores estándares impuestos. (Pero, no nos confundamos, actualmente hay sí, una hegemonía de la cultura visual, mas no hay cánones marcados por una sola cultura hegemónica –llámese como se llamase—, que no es lo mismo. Una cultura “única”, aunque híbrida, paradójicamente correspondería más a un pensamiento unidimensional que a uno multidireccional com es el de la era Internet. Aún así, habría que que estar alerta y tener presente –que no necesariamente esperar— el que pudiese aparecer una insospechada “dictadura mediática” o de una índole parecida; esto en función de que se pretendiera una sola vista panorámica, un arcoiris global (un solo arcoiris). Entonces sí que perecerían las multipolares identidades en el planeta a causa dela unidimensionalidad (habría sólo una voz, sólo un ojo, etc.) Y decirlo con otras palabras, al desestimarse y, por ende, desplomarse toda la importancia regional, culturalmente hablando. ¿Habrá que esperar, acaso, el lamento postrero por la extinción de las culturas? ¿Aceptar sumisamente las “imposiciones globales” y resignarse al exterminio de sus manifestaciones? ¿Vale resistir, o aculturarse? ¿Contemplar, en forma pasiva el desplazamiento, la expoliación de las raíces o, actuar decididamente en la reapropiación, en la restitución de nuestra(s) historia(s)? ¿Estratégico sería el “repatriarse”, o el “expropiarse”, culturalmente? ¿Contentarse con las meras transferencias o asimilarse a ellas?¿Y, lo que consideramos que choca culturalmente, no lo incorporamos al nuevo bagaje? ¿Es, en vez, de un encuentro, un desencuentro? ¿Nos estaremos, de algún modo, desconectando de algo importante de esta manera? ¿Y, del lado opuesto, ante el implante habría que reaccionar con un explante? ¿Qué representaría, la fragmentación, la fractura?... Pero, ¿cómo ser realmente polifacético, o cómo ser polisémico así? Al parecer, el llegar a ser inidentificable, indefinido y fragmentado culturalmente, es el común denominador en ese maremagnum de imágenes –incluso para el “artista de mundo”--, y, quizá sea preferible el llevar a priori una carga semánticamente plástica-identitaria… Y son, por supuesto, muchas más las preguntas que nos haríamos, pero lléndonos por nuestro recorrido, por algo intermedio, a lomo entre lo racional y lo sensible, lo exquisito y lo popular, lo mundial y lo porteño, etc., ni academicista ni vulgar. Reinventarse plásticamente minuto a minuto, en esa identidad, la identidad, es la consigna. Por lo tanto, se ha de atender a la producción, sí, pero sobre todo, a cómo ésta se producirá, conjugándose de algún modo, “lo convencional porteño” con lo “no convencional porteño”; verbigracia, una específica representación de nuestra realidad socio-cultural, con el discurso del mundo subjetivo en ese sentido (sin prevalencia de uno(a) sobre la otra(o). Realizarse una “visión espejeada”. Labor tanto en ”la una” como en “la otra” plñástica(s), para conocer conociéndose, de “sus” asuntos. Provocando un intercambio equitativo y no uno desigual. Estableciéndose entonces un camino que sea de ida y vuelta, en ambas direcciones a la vez y no en una sola. Todo ello visto como un proceso transformador, emancipador y liberador de nuestros artistas plásticos porteños por igual a un bando: aparentemente de una manera irreconciliable.Vale el apostar por una plástica porteña “mutante”, un arte en “tránsito”, en lugar de por una(s) con más de “los otros” (lo exterior) o, más de “lo mismo” (lo interior). Proponer así, un ¡no! Al camuflaje camaleónico de los exotismos extremos y un ¡sí! A una metamorfosis fusionante que permita preservar la memoria y la identidad y que sea vanguardista al mismo tiempo. (Una memoria fragmentada, incompleta, inestable es, el olvido, la desmemoria y, para el caso, lo sería en forma de una amnesia cultural; sería el olvido acerca de donde uno proviene y, por lo tanto, el alejamiento del conocimiento del “sí mismo comunitario” para entregarse sin ton ni son a lo globalizante per se, para pasar a ser –“aquí-allá”—un ser cultural “fragmentariamente socializado en lo individual”). Sea mejor lograr que no haya una “pugna” entre lo convencional y lo extraordinario, lo “moderno” y lo “arcaico”, etc., al través de lo que sería una novísima síntesis visual en un neolenguaje plástico porteño para con el manejo en imágenes híbridas. Sea optar, ya finalmente diré, por lago más que sólo “actualizarse”, y sería menester que todos los creadores plásticos porteños dijeran al unísono, ni la una, ni la otra (plásticas porteñas) son hoy el camino para los artistas de la ciudad y puerto (pues por un lado, toda tradición evoluciona, tiene que hacerlo, es ley de vida, y por otro lado, los más variados productos de la sofisticada tecnología visual están continuamente moviendo a engaño nuestros sentidos –bombardeándolos-- y, así mismo, “cosificándonos”, “creándonos” mundos paralelos ajenos, aunque visualmente atractivos, mero artificio del engaño embellecedor), sino que más bien, todo lo contrario es lo viable, y sería hablar entonces de lo que aquí ya someramente vislumbramos para una plástica porteña, que tanto la una como la otra (conjuntamente) conformasen, simple y llanamente, el todo…

NOTA: Sirva esta modesta colaboración, como una contribución para el enriquecimiento de la discusión que se lleva al cabo y para decir además que creo sinceramente que ésta es una muy brillante oportunidad que se les presenta a los virtuales creadores plásticos porteños que no deben desaprovechar durmiéndose en sus laureles, justamente para aportar su sello en conjunto con una suigeneris porteñidad veracruzana dentro de este mundo en constante cambio. Siempre y cuando, claro está, si lo que se pretende es un verdadero “movimiento” en torno de de un arte plástico porteño que sea actual, de lo contrario todo lo anteriormente expuesto carecería de sentido y sería preferible decir, el artista a secas, de tal o cual lugar y punto. Pero son ustedes finalmente, y nadie más que ustedes, los propios creadores, quienes habrán de decidir por qué ruta(s) seguir su camino plástico. Mas, siempre intentenlo además, con arreglo a los valores tanto artísticos como mercantiles del momento. De todas maneras, a la par de estos dos últimos, apelen ustedes a que fuese, en lo posible, primeramente con un modo cultural. Así sea.

P.D.: Para Manolo…, puéblate de mucha fe y acompáñate siempre --cuando menos-- de ese mínimo ánimo necesario para bregar contra corriente, tú lo sabes.
Tu amigo en el dolor: E. P.

No hay comentarios.: