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martes, marzo 17, 2009

Eric Scholttman: El Proceso de Phillip Johnson



El libro Proceso a Darwin, por el Dr. Phillip Johnson, nos provee información que poderosamente desafía a algunas de las presuposiciones de una cosmovisión naturalista.
El naturalismo–la creencia de que todo lo que existe puede ser explicado puramente en base de causas naturales, sin referencia a ninguna acción o control sobrenaturales–es una cosmovisión que ha influido mucho no sólo en la sociedad en general sino también entre los cristianos. Esta perspectiva se reclama el derecho exclusivo de poder llamarse “científica”, pues supuestamente se basa sólo en la observación de los hechos y no en las ideas subjetivas, como es el caso de las religiones que tratan con elementos que no se pueden observar directamente y por lo tanto no se pueden comprobar.
La teoría de la evolución biológica primero enunciada por Charles Darwin y luego modificada por sucesivas generaciones de científicos, ha sido un elemento fundamental en el naturalismo, pues ofrece una explicación de cómo se originó la vida y cómo ésta ha desarrollado para darnos la gran variedad de seres vivos que existen hoy. Sin ninguna explicación de estos fenómenos, cualquier cosmovisión sería un sistema incompleto y abierta a críticas. Según una gran mayoría de los científicos modernos, la evolución ya es mucho más que una teoría, sino un hecho bien establecido por las evidencias. Buscan promover esta teoría como la única explicación aceptable tanto dentro de sus propias disciplinas como en la educación pública. Según ellos, cualquier persona que cuestione la evolución debe ser o un ignorante o un fanático religioso.
El Dr. Johnson no es ni uno ni otro. Es un abogado distinguido y profesor de leyes en la Universidad de California. Es también uno de los nombres más reconocidos en el movimiento del Diseño Inteligente (o Designio Inteligente), un grupo de científicos y académicos serios que busca demostrar que el origen de la vida y la variedad de especies pueden explicarse mucho mejor si uno admite la intervención de un Creador inteligente, que por algún proceso irracional dirigido por fuerzas estrictamente naturales. En su libro Proceso a Darwin, Johnson aplica su conocimiento de la lógica de los argumentos a las afirmaciones de la teoría evolucionista del Darwinismo, y concluye que ésta es más bien una posición basada en un compromiso con el naturalismo, que una ciencia fundamentada en evidencias sólidas.
Según el Dr. Johnson, la evidencia para validar el Darwinismo es muy escasa y aún la que se ofrece no es de interpretación inequívoca. El récord dejado por los fósiles no nos revela el desarrollo gradual de los organismos ni las muchísmas formas intermediarias que debían de existir si la teoría fuera correcta. Las observaciones de modificaciones producidas por programas de crianza de animales o mejoramiento de las plantas, más bien demuestra que hay límites a la variabilidad que se puede producir en un organismo, aun bajo un control inteligente. Los estudios bioquímicos no necesariamente demuestran que haya una relación ancestral entre los organismos actuales, sino que se pueden clasificar en base de sus similitudes a nivel molecular; y también revelan la enorme complejidad de hasta los organismos más sencillos, una complejidad cuya origen no se puede explicar en base de ningún mecanismo conocido a la ciencia.
Debido a los problemas que han surgido con esta teoría, los evolucionistas han tenido que modificarla varias veces para poder acomodar los datos aparentemente incompatibles. No todos los científicos están de acuerdo común en cuanto a estas soluciones; la teoría en su forma actual no es monolítica en sus detalles, sólo en principio. Según Johnson, nunca ha habido ningún intento de parte del establecimiento científico de ver si la teoría puede ser desmentida; todos los estudios han sido para buscar evidencias que apoyen la teoría. Si los datos no dan el apoyo buscado, se considera la investigación un fracaso, y rara vez serán publicados los resultados. Esto, como nota el autor, no es un acercamiento científico; el Darwinismo es una pseudo-ciencia que busca explicar todo sin dejar lugar a que la explicación sea hallada falsa.
¿Por qué, si la teoría es tan débil, la sigue defendiendo los “expertos” con tanta vehemencia? Johnson observa que el prestigio de los científicos, su poder de influencia social y su acceso a recursos económicos, serían perdidos si se atrevieran a reconocer que se han equivocado. Pero más que eso, partiendo de una cosmovisión naturalista, sencillamente no pueden imaginar ninguna explicación por lo que existe que no sea la evolución. Dios es para ellos nada más una ilusión humana.
Si yo fuera un proponente de la evolución, me sentiría muy amenazado por este libro, pues es difícil contradecir los argumentos bien razonados que presenta Johnson. Como cristiano, siento compasión por los que están tratando de edificar sus vidas y carreras sobre la arena de una cosmovisión falsa. El Dr. Johnson no escribe para convencer al lector a aceptar la explicación bíblica de la creación, ni siquiera para negar la posibilidad de que haya habido alguna forma de evolución limitada o dirigida. No es un libro evangelístico. Sencillamente saca a la luz las fallas en el argumento de la evolución Darwinista, que sirve de piedra angular para el naturalismo científico. Quizás podamos sacar ejemplos de lo que escribe para poder ayudar a otros que tengan una cosmovisión naturalista a comenzar a dudar de sus presuposiciones–y con la ayuda de Dios a estar más abiertos a la alternativa bíblica de un Dios Creador que no sólo nos diseñó, sino que también nos ama y tiene un plan maravilloso para nuestra vida. Para el creyente cuyo pensamiento haya sido influido por ideas naturalistas, el darse cuenta de que la evolución no es ningún “hecho comprobado e incuestionado” puede ayudarle a resolver el conflicto entre las afirmaciones “científicas” y las bíblicas respecto a nuestros origenes, y así ver que uno puede aceptar la autoridad de las Escrituras sin abandonar su intelecto.

Este libro se recomienda mayormente para los que estén ministrando a audiencias universitarias y profesionales, donde preguntas de carácter un poco técnico sobre la biología, evolución u orígenes puedan surgir. Sería provechoso que el lector también tenga un conocimiento por lo menos básico de estas disciplinas, pues aunque el autor trata de explicar sus ideas en una forma no muy técnica, sin embargo el seguir su argumento sería más fácil con algún conocimiento anterior de los temas.

A.M. Giveword: La Teoría Naturalista



La teoría original de la evolución expuesta en forma lógica se debe a Juan Bautista de Lamarck, zoólogo francés, cuya Filosofía Zoológica se publicó en 1809. Lamarck suponía que los seres vivos están animados por una fuerza innata con la cual luchan frente al antagonismo del ambiente. Aceptaba también que las adaptaciones a ese ambiente, una vez fijadas, se propagaban a las generaciones sucesivas, o sea que los caracteres adquiridos se heredan. Al desarrollar el concepto de que aparecen nuevos órganos como respuesta a las necesidades de la lucha con el medio, dedujo que su tamaño e importancia se relacionaba con la ley del "uso y la falta de uso", lo cual también se hereda en el curso de las generaciones.
La teoría lamarquista explicaría la adaptación de muchos vegetales y animales al medio, pero en definitiva es inaceptable, puesto que las pruebas genéticas son decisivas en el sentido de que los caracteres adquiridos no se heredan.
La contribución de Charles Darwin a los conocimientos científicos fue doble: presentó las pruebas para demostrar que la evolución había ocurrido, a la vez que formuló una teoría, la de la selección natural, para explicar el mecanismo de la evolución. La publicación de Darwin, en 1859, del Origen de las Especies es un hito, no sólo en la historia de la biología sino, asimismo, en la del pensamiento humano, puesto que dicho libro, aportando una demostración positiva de la doctrina evolucionista, ha ejercido una considerable influencia en el desarrollo de toda la filosofía.
Darwin embarcó como naturalista en el Beagle, un barco pequeño, para dar la vuelta al mundo. En su viaje Darwin reunió gran cantidad de observaciones interesantes, estableció fecundas analogías, meditando sobre grandes cuestiones, tales como la adaptación de los seres vivos, la diversidad de las especies y sus mutuas relaciones, la lucha por la existencia, la formación de las islas volcánicas. A su vuelta Darwin se dedicó a redactar su Diario de viaje; publicó diversos trabajos de geología, en especial sobre la formación de los corales y de las islas volcánicas. Veinte años después de su regreso a Inglaterra publicó el Origen de las especies. Escribió luego numerosos libros, algunos de los cuales serían una prolongación de esta obra.
Darwin
En 1858 Darwin recibió un manuscrito de Wallace, joven naturalista que entonces estaba estudiando la distribución de las plantas y animales en la India y la Península Malaya. En su obra, Wallace formulaba la idea de la selección natural, a la cual había llegado sin conocer la obra darwiniana, pero inspirado, lo mismo que Darwin, por el tratado de Malthus sobre el crecimiento de la población y la necesaria lucha por la existencia. Por acuerdo mutuo, Darwin y Wallace presentaron en colaboración un informe sobre su teoría a la Sociedad Linneo de Londres, aquel mismo año.
La explicación propuesta por Darwin y Wallace respecto a la forma en que ocurre la evolución, puede resumirse en la forma siguiente:
- La posibilidad de variación es característica de todas las especies de animales y plantas. Darwin y Wallace suponían que la variación era una de las propiedades innatas de los seres vivos. Hoy sabemos distinguir las variaciones heredadas de las no heredadas. Sólo las primeras, producidas por mutaciones, son importantes en la evolución.
- De cualquier especie nacen más individuos de los que pueden obtener su alimento y sobrevivir. Sin embargo, como el número de individuos de cada especie sigue más o menos constante bajo condiciones naturales, debe deducirse que perece un porcentaje de la descendencia en cada generación. Si la descendencia de una especie prosperara en su totalidad, y sucesivamente se reprodujera, pronto avasallaría cualquiera otra especie sobre la Tierra.
- Sentado que nacen más sujetos de los que pueden sobrevivir, tiene que declararse una lucha por la existencia, una competencia en busca de espacio y alimento. Esta lucha es directa o indirecta, como la de los animales y vegetales para sobrevivir ante condiciones de falta de agua o de bajas temperaturas o a otras condiciones desfavorables del medio ambiente.
- Aquellas variaciones que capacitan mejor a un organismo para sobrevivir en un medio ambiente dado favorecerán a sus poseedores sobre otros organismos menos bien adaptados. Las ideas de la "lucha por la supervivencia" y "supervivencia del más apto" son la esencia de la teoría de la selección natural, de Darwin y Wallace.
- Los individuos supervivientes originarán la siguiente generación, y de este modo se transmiten variaciones "aventajadas" a la siguiente generación y a la siguiente.
Las teorías del naturalista británico modificaron diametralmente las nociones acerca del origen y la evolución del hombre. Darwin refutó la arraigada creencia de que el hombre poseía un origen divino y demostró que los seres humanos eran el resultado de un proceso de desarrollo biológico. Opuso teorías científicas a las explicaciones de carácter teológico, hecho que tuvo un impacto considerable en la mentalidad de la época. Las teorías provocaron una enorme controversia en la sociedad decimonónica y dieron lugar a encendidos debates.
Consecuencia lógica de estas teorías fue la puesta en cuestión de la visión antropocentrista de la naturaleza. Si el hombre no era una creación divina, tal como afirmaban las creencias vigentes hasta el siglo XIX, no había razón para sostener que ocupaba un lugar central en el orden natural.

EL PAIS. Darwin sin Censura




La autobiografía de Charles Darwin, publicada en 1877, fue mutilada por su esposa porque estaba escrita "con demasiada libertad". El autor de El origen de las especies, del que ahora se cumplen 200 años de su nacimiento, exponía, por ejemplo, que el cristianismo le parecía "una doctrina detestable". Este libro, según la editorial Laetoli, recupera los párrafos censurados (en negrita)
CHARLES DARWIN 08/02/2009.


Durante aquellos dos años me vi inducido a pensar mucho en la religión. Mientras me hallaba a bordo del Beagle fui completamente ortodoxo, y recuerdo que varios oficiales (a pesar de que también lo eran) se reían con ganas de mí por citar la Biblia como autoridad indiscutible sobre algunos puntos de moralidad. Supongo que lo que los divertía era lo novedoso de la argumentación. Pero, por aquel entonces, fui dándome cuenta poco a poco de que el Antiguo Testamento, debido a su versión manifiestamente falsa de la historia del mundo, con su Torre de Babel, el arco iris como signo, etcétera y al hecho de atribuir a Dios los sentimientos de un tirano vengativo, no era más de fiar que los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro. En aquel tiempo se me planteaba continuamente la siguiente cuestión, de la que era incapaz de desentenderme: ¿resulta creíble que Dios, si se dispusiera a revelarse ahora a los hindúes, fuese a permitir que se le vinculara a la creencia en Vishnú, Shiva, etcétera, de la misma manera que el cristianismo está ligado al Antiguo Testamento? Semejante proposición me parecía absolutamente imposible de creer. (...)
El hecho de que muchas religiones falsas se hayan difundido por extensas partes de la Tierra como un fuego sin control tuvo cierto peso sobre mí. Por más hermosa que sea la moralidad del Nuevo Testamento, apenas puede negarse que su perfección depende en parte de la interpretación que hacemos ahora de sus metáforas y alegorías. No obstante, era muy reacio a abandonar mis creencias. Y estoy seguro de ello porque puedo recordar muy bien que no dejaba de inventar una y otra vez sueños en estado de vigilia sobre antiguas cartas cruzadas entre romanos distinguidos y sobre el descubrimiento de manuscritos, en Pompeya o en cualquier otro lugar, que confirmaran de la manera más llamativa todo cuanto aparecía escrito en los Evangelios. Pero, a pesar de dar rienda suelta a mi imaginación, cada vez me resultaba más difícil inventar pruebas capaces de convencerme. Así, la incredulidad se fue introduciendo subrepticiamente en mí a un ritmo muy lento, pero, al final, acabó siendo total. El ritmo era tan lento que no sentí ninguna angustia, y desde entonces no dudé nunca ni un solo segundo de que mi conclusión era correcta. De hecho, me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen -y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos- recibirán un castigo eterno.
Y ésa es una doctrina detestable.
Aunque no pensé mucho en la existencia de un Dios personal hasta un periodo de mi vida bastante tardío, quiero ofrecer aquí las vagas conclusiones a las que he llegado. El antiguo argumento del diseño en la naturaleza, tal como lo expone Paley y que anteriormente me parecía tan concluyente, falla tras el descubrimiento de la ley de la selección natural. Ya no podemos sostener, por ejemplo, que el hermoso gozne de una concha bivalva deba haber sido producido por un ser inteligente, como la bisagra de una puerta por un ser humano. En la variabilidad de los seres orgánicos y en los efectos de la selección natural no parece haber más designio que en la dirección en que sopla el viento. Todo cuanto existe en la naturaleza es resultado de leyes fijas. Pero éste es un tema que ya he debatido al final de mi libro sobre La variación en animales y plantas domésticos, y, hasta donde yo sé, los argumentos propuestos allí no han sido refutados nunca.
Pero, más allá de las adaptaciones infinitamente bellas con que nos topamos por todas partes, podríamos preguntarnos cómo se puede explicar la disposición generalmente beneficiosa del mundo. Algunos autores se sienten realmente tan impresionados por la cantidad de sufrimiento existente en él, que dudan -al contemplar a todos los seres sensibles- de si es mayor la desgracia o la felicidad, de si el mundo en conjunto es bueno o malo. Según mi criterio, la felicidad prevalece de manera clara, aunque se trata de algo muy difícil de demostrar. Si admitimos la verdad de esta conclusión, reconoceremos que armoniza bien con los efectos que podemos esperar de la selección natural. Si todos los individuos de cualquier especie hubiesen de sufrir hasta un grado extremo, dejarían de propagarse; pero no tenemos razones para creer que esto haya ocurrido siempre, y ni siquiera a menudo. Además, otras consideraciones nos llevan a creer que, en general, todos los seres sensibles han sido formados para gozar de la felicidad.
Cualquiera que crea, como creo yo, que todos los órganos corporales o mentales de todos los seres (excepto los que no suponen ni una ventaja ni una desventaja para su poseedor) se han desarrollado por selección natural o supervivencia del más apto, junto con el uso o el hábito, admitirá que dichos órganos han sido formados para que quien los posee pueda competir con éxito con otros seres y crecer así en número. (...)
Nadie discute que en el mundo hay mucho sufrimiento. Por lo que respecta al ser humano, algunos han intentado explicar esta circunstancia imaginando que contribuye a su perfeccionamiento moral. Pero el número de personas en el mundo no es nada comparado con el de los demás seres sensibles, que sufren a menudo considerablemente sin experimentar ninguna mejora moral. Para nuestra mente, un ser tan poderoso y tan lleno de conocimiento como un Dios que fue capaz de haber creado el universo es omnipotente y omnisciente, y suponer que su benevolencia no es ilimitada repugna a nuestra comprensión, pues, ¿qué ventaja podría haber en los sufrimientos de millones de animales inferiores durante un tiempo casi infinito? Este antiquísimo argumento contra la existencia de una causa primera inteligente, derivado de la existencia del sufrimiento, me parece sólido; mientras que, como acabo de señalar, la presencia de una gran cantidad de sufrimiento concuerda bien con la opinión de que todos los seres orgánicos han evolucionado mediante variación y selección natural.
Actualmente, el argumento más común en favor de la existencia de un Dios inteligente deriva de la honda convicción interior y de los profundos sentimientos experimentados por la mayoría de la gente. Pero no se puede dudar de que los hindúes, los mahometanos y otros más podrían razonar de la misma manera y con igual fuerza en favor de la existencia de un Dios, de muchos dioses, o de ninguno, como hacen los budistas. También hay muchas tribus bárbaras de las que no se puede decir con verdad que crean en lo que nosotros llamamos Dios: creen, desde luego, en espíritus o espectros, y es posible explicar, como lo han demostrado Tylor y Herbert Spencer, de qué modo pudo haber surgido esa creencia.
Anteriormente me sentí impulsado por sensaciones como las que acabo de mencionar (aunque no creo que el sentimiento religioso estuviera nunca fuertemente desarrollado en mí) a sentirme plenamente convencido de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. En mi diario escribí que, en medio de la grandiosidad de una selva brasileña, "no es posible transmitir una idea adecuada de los altos sentimientos de asombro, admiración y devoción que llenan y elevan la mente". Recuerdo bien mi convicción de que en el ser humano hay algo más que la mera respiración de su cuerpo. Pero, ahora, las escenas más grandiosas no conseguirían hacer surgir en mi pensamiento ninguna de esas convicciones y sentimientos. Se podría decir acertadamente que soy como un hombre afectado de daltonismo, y que la creencia universal de la gente en la existencia del color rojo hace que mi actual pérdida de percepción no posea la menor validez como prueba. Este argumento sería válido si todas las personas de todas las razas tuvieran la misma convicción profunda sobre la existencia de un solo Dios; pero sabemos que no es así, ni mucho menos. Por tanto, no consigo ver que tales convicciones y sentimientos íntimos posean ningún peso como prueba de lo que realmente existe. El estado mental provocado en mí en el pasado por las escenas grandiosas difiere de manera esencial de lo que suele calificarse de sentimiento de sublimidad; y por más difícil que sea explicar la génesis de ese sentimiento, apenas sirve como argumento en favor de la existencia de Dios, como tampoco sirven los sentimientos similares, poderosos pero imprecisos, suscitados por la música.
Respecto a la inmortalidad, nada me demuestra tanto lo fuerte y casi instintiva que es esa creencia como la consideración del punto de vista mantenido ahora por la mayoría de los físicos de que el Sol, junto con todos los planetas, acabará enfriándose demasiado como para sustentar la vida, a menos que algún cuerpo de gran magnitud se precipite sobre él y le proporcione vida nueva. Para quien crea, como yo, que el ser humano será en un futuro distante una criatura más perfecta de lo que lo es en la actualidad, resulta una idea insoportable que él y todos los seres sensibles estén condenados a una aniquilación total tras un progreso tan lento y prolongado. La destrucción de nuestro mundo no será tan temible para quienes admiten plenamente la inmortalidad del alma.
Para convencerse de la existencia de Dios hay otro motivo vinculado a la razón y no a los sentimientos y que tiene para mí mucho más peso. Deriva de la extrema dificultad, o más bien imposibilidad, de concebir este universo inmenso y maravilloso -incluido el ser humano con su capacidad para dirigir su mirada hacia un pasado y un futuro distantes- como resultado de la casualidad o la necesidad ciegas. Al reflexionar así, me siento impulsado a buscar una Primera Causa que posea una mente inteligente análoga en algún grado a la de las personas; y merezco que se me califique de teísta.
Hasta donde puedo recordar, esta conclusión se hallaba sólidamente instalada en mi mente en el momento en que escribí El origen de las especies; desde entonces se ha ido debilitando gradualmente, con muchas fluctuaciones. Pero luego surge una nueva duda: ¿se puede confiar en la mente humana, que, según creo con absoluta convicción, se ha desarrollado a partir de otra tan baja como la que posee el animal más inferior, cuando extrae conclusiones tan grandiosas? ¿No serán, quizá, éstas el resultado de una conexión entre causa y efecto, que, aunque nos da la impresión de ser necesaria, depende probablemente de una experiencia heredada? No debemos pasar por alto la probabilidad de que la introducción constante de la creencia en Dios en las mentes de los niños produzca ese efecto tan fuerte y, tal vez, heredado en su cerebro cuando todavía no está plenamente desarrollado, de modo que deshacerse de su creencia en Dios les resultaría tan difícil como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes.
No pretendo proyectar la menor luz sobre problemas tan abstrusos. El misterio del comienzo de todas las cosas nos resulta insoluble; en cuanto a mí, deberé contentarme con seguir siendo un agnóstico.
La persona que no crea de manera segura y constante en la existencia de un Dios personal o en una existencia futura con castigos y recompensas puede tener como regla de vida, hasta donde a mí se me ocurre, la norma de seguir únicamente sus impulsos e instintos más fuertes o los que le parezcan los mejores. Así es como actúan los perros, pero lo hacen a ciegas. El ser humano, en cambio, mira al futuro y al pasado y compara sus diversos sentimientos, deseos y recuerdos. Luego, de acuerdo con el veredicto de las personas más sabias, halla su suprema satisfacción en seguir unos impulsos determinados, a saber, los instintos sociales. Si actúa por el bien de los demás, recibirá la aprobación de sus prójimos y conseguirá el amor de aquellos con quienes convive; este último beneficio es, sin duda, el placer supremo en esta Tierra. Poco a poco le resultará insoportable obedecer a sus pasiones sensuales y no a sus impulsos más elevados, que cuando se hacen habituales pueden calificarse casi de instintos. Su razón podrá decirle en algún momento que actúe en contra de la opinión de los demás, en cuyo caso no recibirá su aprobación; pero, aun así, tendrá la sólida satisfacción de saber que ha seguido su guía más íntima o conciencia. En cuanto a mí, creo que he actuado de forma correcta al marchar constantemente tras la ciencia y dedicarle mi vida. No siento el remordimiento de haber cometido ningún gran pecado, aunque he lamentado a menudo no haber hecho el bien más directamente a las demás criaturas. Mi única y pobre excusa es mi frecuente mala salud y mi constitución mental, que hace que me resulte extremadamente difícil pasar de un asunto u ocupación a otros. Puedo imaginar con gran satisfacción que dedico a la filantropía todo mi tiempo, pero no una parte del mismo, aunque habría sido mucho mejor haberme comportado de ese modo. Nada hay más importante que la difusión del escepticismo o el racionalismo durante la segunda mitad de mi vida. Antes de prometerme en matrimonio, mi padre me aconsejó que ocultara cuidadosamente mis dudas, pues, según me dijo, sabía que provocaban un sufrimiento extremo entre la gente casada. Las cosas marchaban bastante bien hasta que la mujer o el marido perdían la salud, momento en el cual ellas sufrían atrozmente al dudar de la salvación de sus esposos, haciéndoles así sufrir a éstos igualmente. Mi padre añadió que, durante su larga vida, sólo había conocido a tres mujeres escépticas; y debemos recordar que conocía bien a una multitud de personas y poseía una extraordinaria capacidad para ganarse su confianza. Cuando le pregunté quiénes eran aquellas tres mujeres, tuvo que admitir que, respecto a una de ellas, su cuñada Kitty Wedgwood, sólo tenía indicios sumamente vagos, sustentados por la convicción de que una mujer tan lúcida no podía ser creyente. En la actualidad, con mi reducido número de relaciones, sé (o he sabido) de varias señoras casadas que creen un poco menos que sus maridos. Mi padre solía citar un argumento irrebatible con el que una vieja dama como la señora Barlow, que abrigaba sospechas acerca de su heterodoxia, esperaba convertirlo: "Doctor, sé que el azúcar me resulta dulce en la boca, y sé que mi Redentor vive".



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Carlos Salas: Darwin y Designio



Poco después de morir Darwin, su hijo Francis reunió los escritos del ilustre científico para publicarlos y honrar su memoria. Darwin es para muchos el mayor naturalista de la historia, pues descubrió que las especies no son estables, sino que evolucionan, y esto se produce porque las condiciones del ambiente cambian. Y las especies que se adaptan a esos cambios, sobreviven, y las que no, dejan de existir.
Por otro lado, Darwin propuso que del mismo modo que las especies evolucionan, los seres humanos también. Sus investigaciones dieron con la idea de que nuestros ancestros eran los monos. Los descubrimientos de sucesivos antecesores del hombre, avalan sus postulados.
Todo ello produjo una quiebra en el pensamiento cristiano aún mayor que la que efectuó el heliocentrismo copernicano. Quizá la tierra no era el centro del universo, pero el hombre seguía siendo una creación de Dios… hasta que llegó Darwin. Tras sus descubrimientos se desató una fogosa polémica que dura hasta nuestros días. En muchas escuelas norteamericanas e incluso británicas no se acepta la teoría de la evolución, y se sigue enseñando que provenimos de Adán y de su costilla, tal como lo relatan las Sagradas Escrituras.
Darwin es usado como una piedra que se tiran unos y otros para demostrar que Dios existe o que es una ilusión.


¿Y qué pensaba Darwin de Dios?
“En todas sus obras, mi padre se mostró reticente en materia de religión, y lo que ha dejado sobre el tema no lo escribió con vistas a su publicación”, dice su hijo Francis en los comentarios a la recopilación de los escritos (Darwin, Autobiografía, Alianza).
Es verdad, a Charles Darwin no le interesaba opinar de este asunto. “Cuáles sean mis propias opiniones, es una cuestión que no importa a nadie más que a mí.” Y añade: “Puedo afirmar que mi criterio fluctúa a menudo […] En mis fluctuaciones más extremas jamás he sido ateo en el sentido de negar la existencia de un Dios. Creo que en términos generales (y cada vez más a medida que me voy haciendo más viejo), aunque no siempre, agnóstico sería la descripción más correcta de mi actitud espiritual.”
Esta cauta actitud de Darwin se debía a que por instinto le repugnaba la idea de herir la sensibilidad de los demás en materias religiosas, según cuenta su hijo Francis. Y también porque Darwin pensaba que no debía publicar nada sobre una idea a la que no hubiera dedicado mucha atención. Y Darwin estudiaba a las especies, no a Dios.
Por cierto, recordemos que los agnósticos son aquellos que creen que la mente humana es incapaz de entender la idea Dios. El agnosticismo (que viene del griego “no conocer”) es seguramente una de las posturas más extendidas hoy entre los no creyentes. Pero el agnosticismo de Darwin partía de la idea de que admitía la existencia de Dios, pero no se podía demostrar.
“Puedo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y maravilloso universo, con estos seres conscientes que somos nosotros, se origine por azar, me parece el principal argumento en favor de la existencia de Dios; pero nunca he sido capaz de concluir si este argumento es realmente válido. Me doy cuenta de que si admitimos una primera causa, la mente aún anhela saber de dónde vino aquélla y cómo se originó.”
Al final una vez más concluía diciendo: “Me parece que la conclusión más segura es que todo el tema está más allá del alcance del intelecto humano; pero el hombre puede actuar con justicia”.
Claro que la teoría de la evolución, ¿era compatible con Dios? Darwin también lo pensó y esto fue lo que escribió un miembro de la familia Darwin a un estudiante alemán que le hacía la misma pregunta: “Él [Charles Darwin] considera que la teoría de la evolución es bastante compatible con la creencia en un Dios; pero usted debe recordar que cada persona tiene un concepto diferente de lo que entiende por Dios”.
Sin embargo, los pasajes más críticos de Darwin sobre la religión habían sido censurados por su propia familia. Y Darwin había reflexionado sobre ello y así lo expuso en su censurada Autobiografía (data de 1876). “Durante estos dos años —escribe— hube de meditar mucho sobre religión.” Y cuenta que entre 1836 y 1839 “había llegado a la conclusión de que no había que dar más crédito al Antiguo Testamento —desde su historia manifiestamente falsa de mundo, con la Torre de Babel, el arco iris como señal, etc., hasta su atribución a Dios de los sentimientos de un tirano vengativo— que a los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro.”
Darwin admitía que era bastante difícil pensar que la maravillosa mente humana procediera de la de “animales inferiores”, “y me veo obligado a acudir a una primera causa, dotada de una mente inteligente, en cierto grado análoga a la del hombre y merezco ser considerado teísta”, pero esa idea con el tiempo y la experiencia “se fue debilitando poco a poco”.
Darwin sabía que él se podía dejar arrastrar por el sentimiento de lo sublime cuando contemplaba una selva tropical, pero al analizar la cantidad de dolor del mundo, se le venía la idea de que eso no era compatible con un Dios benevolente, sino que se trataba de las leyes duras de la naturaleza.
Sin embargo, al final de su vida, a pesar de este escepticismo, reconocía que “el misterio del principio de todas las cosas es insoluble para todos nosotros, y yo al menos debo contentarme con seguir siendo agnóstico”.

Universo inteligente, ¿diseño o azar?
Trampa para cazar jaibas
¿Sabía usted que la carne de jaiba de su aperitivo y su ingenuo coctel de almejas están muy relacionados con el «Diseño Inteligente»? La trampa para esta pesca es un artefacto ingenioso, el acceso para la jaiba es fácil, pero está diseñada de forma que una vez dentro cada ejemplar se alimenta vorazmente y luego le resulta imposible salir por el pequeño orificio de entrada y así queda prisionero junto a otros especímenes.
Los pescadores depositan la carnada en las jaulas, las dejan en el mar y después las sacan repletas de jaibas. Todo esto en las limpias y tranquilas aguas de un mar confortable, casi infinito; aunque paradójicamente, las jaibas estén circunscritas por los límites de la trampa que, por cierto, perciben con sus ojos compuestos y sus diversos apéndices locomotores de decápodo, mejor diseñado aún que su jaula, pero incapaz de evadirla.
Esas jaulas, cuyo uso comercial en las aguas de Sonora, en el Golfo de California, se considera reciente, parecen ahora un recurso lógico, aunque seguramente no fue sencillo diseñarlas. Gracias a ellas hoy se puede industrializar la exquisita carne de este crustáceo.
Artefacto de «complejidad irreductible»
La trampa que usan actualmente los pescadores de Sonora es tosca, de tela de alambre fuerte, oxidable, pero plenamente eficaz. Tiene cuatro accesos externos, dos plantas comunicadas entre sí y lugar para la carnada. Mediante una boya flotante localizan cada trampa, en la que pueden quedar atrapadas hasta cuarenta jaibas. Sin ella, los pescadores deberían ganarse la vida mediante cualquier otra actividad productiva, algo que les financiara el juego de la improbable pesca de jaibas, como algunos hombres de negocios que liberan su estrés en la pesca o caza deportivas.
Se trata de un artefacto de «complejidad irreductible», si nos atenemos a la teoría del Intelligent Design, ID (Diseño Inteligente), que vienen desarrollando los científicos Michael Behe, bioquímico y profesor de la Universidad de Lehigh, Pennsylvania, y el matemático y físico William A. Dembski, del MIT y las Universidades de Chicago y Princeton; precedidos por Phillip E. Jonson, abogado en Berkeley, California, fuerte impulsor del ID.
El artefacto, igual que la trampa para cazar ratones a la que se refiere Behe, nos ayudará a entender, primero, el concepto de complejidad irreductible, y después a descubrir esa compleja estructura natural realizada en el mundo viviente, concretamente en las almejas.
Veremos que a su vez, esa complejidad existente en la naturaleza se resiste a ser explicada por la lógica darwinista: una gradualidad biológica, hecha de pasos ciegos y azarosos, sin proyecto alguno de llegar a una estructura de complejidad superior.
Los mecanismos biológicos que la ID llama de complejidad irreductible reclaman otra explicación que los neodarwinistas -y antes su maestro- no han alcanzando a vislumbrar en su examen del mundo biológico, campo muy limitado en los tiempos del científico británico (segunda mitad del siglo XIX), pero diversísimo al acercarnos y trasponer el umbral del siglo XXI. Si se lo reprocharon a Darwin sus primeros críticos, no se lo podemos perdonar ahora al neodarwinismo.
Evolución y evolucionismo no son lo mismo
Nunca he dudado de la grandeza humana ni de la honestidad científica de Darwin, cualidades que admiro en él. Muy suya es esta ejemplar afirmación: «Si se pudiera demostrar la existencia de cualquier órgano complejo que no se pudo haber formado durante numerosas y leves modificaciones sucesivas, mi teoría se desmoronaría por completo». Además de honesto, valiente.
Antes de ofrecer una investigación personal que responde ahora a aquel lejano reto de Darwin -sin olvidar que su obra El origen de las especies vio la luz en 1858-, debo repetir que no habrá que reportar al darwnismo como falso, sino sólo como insuficiente.
Así lo calificaron aquel biólogo experimental y después filósofo de la naturaleza, Hans Driesch, y toda su generación. Y así estudié yo el darwinismo, a través de Driesch, los hermanos Hertwig, J. von Uexküll...
Esta teoría científica no explica lo que pretende; es decir, el acceso a niveles superiores de organización biológica. Sólo da razón de los «arabescos» de la evolución, como afirma el paleontólogo Schindewolf. En efecto, el darwinismo sólo explica la diversificación en especies biológicas afines y las variaciones dentro de la misma especie, como la ramificación racial en los perros. Pero no da razón del proceso evolutivo ascendente a los niveles superiores de complejidad que se da en los seres vivos. Explica la microevolución, no la macroevolución, conceptos aportados por el genetista de Berkeley Richard Goldschmidt.
A la valiente confesión citada de Darwin, hay que añadir la concesión y el reto de su seguidor Richard Dawkins: «Es muy posible que la evolución no sea siempre gradual. Pero debe ser gradual cuando se usa para explicar el surgimiento de objetos complejos que al parecer tienen un diseño. Como los ojos. Pero si no es gradual en estos casos, deja de tener capacidad explicativa. Sin gradualismo en estos casos regresamos al milagro, que es simplemente un sinónimo de ausencia total de explicación».
Quizá ahora se entiendan mejor algunos principios fundamentales. La evolución es un proceso biológico, es el surgimiento y desarrollo progresivo de las especies, algo que está a la vista, por eso no debemos llamarla evolucionismo, expresión que conlleva algunas gotas de ideología, un ismo, que sugiere que no es ciencia pura.
Evolucionismo son, por ejemplo, algunas explicaciones de la evolución cuando añaden una ideología, como el darwinismo cuando se tiñe de un concepto materialista de la naturaleza que sólo admite la materia y niega el espíritu.
«Al lado de la materia, la energía y la estructura ?leemos en J. von Uexküll?, entra como cuarto factor natural el formador de estructura. Sólo la estructura y todo lo que obedece es mortal. El formador de estructura es independiente de la estructura, y por eso, irreductible y eterno».

La bioquímica y «la caja negra de darwin»
El bioquímico Michael Behe ha expuesto ordenadamente sus ideas en un sugerente libro, La caja negra de Darwin. Por un sistema «irreductiblemente complejo» entiende Behe aquel sistema compuesto por varias piezas armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la eliminación de cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar.
«La bioquímica moderna nos ha permitido, según Behe, llegar hasta los ladrillos con los que están formados todos los seres vivos. Lo anterior equivale a descubrir qué hay en el interior de la "caja negra", poder desvelar los "mecanismos" mediante los cuales dichas "piezas" se relacionan entre sí sosteniendo las distintas funciones que nos presenta nuestra experiencia ordinaria».
Como se aprende en la segunda clase de bioquímica esos ladrillos son los aminoácidos, con los que se forman las proteínas, y éstas son maravillosas máquinas moleculares de admirable complejidad, con funciones bien definidas y cuyo funcionamiento conocemos con detalle.
Los ejemplos que ofrece Behe «permiten concluir que, asombrosamente, ostentan una complejidad irreductible», es decir, inexplicable para el darwinista, aunque pretenda explicarla en su concepción reductiva de una naturaleza en competencia que carece de propósitos. Behe ha estudiado con suficiente detalle diversos ejemplos de sistemas bioquímicos (el cilio o flagelo bacteriano la coagulación de la sangre, la estructura de los distintos subsistemas de una célula eucariota, el sistema de transporte de proteínas, etcétera).
El análisis detallado de estos ejemplos, y el hecho de que se conozca su estructura hasta el nivel molecular, lleva a Behe a afirmar en ellos un evidente diseño. Por diseño entiende «la intervención de un actor inteligente que ha dado forma a dichos sistemas. No se presupone ni quién es el actor ni cuándo ejerció su actividad creativa», explica Santiago Collado.
El diseño de los epitelios vibrátiles
Este es el caso de los epitelios vibrátiles que tapizan el interior del tubo digestivo de los animales. Ese complicado revestimiento es muy sencillo en los invertebrados, concretamente en los moluscos (caracol, almeja, ostra). Se trata de una sola capa de células adosadas entre sí que se llama epitelio monoestratificado.
El estudio del epitelio vibrátil de los invertebrados atrajo la atención de los histólogos desde finales del siglo XIX, en cuanto se desarrollaron las técnicas histológicas para la tinción de los distintos componentes celulares, como la hematoxilina férrica de Heidenhein.
Pronto se advirtió que cada célula vibrátil posee un penacho de cilios en la parte libre y que el movimiento coordinado de esos cilios permite la circulación del alimento desde su ingreso por la boca y, tras su asimilación digestiva por parte del organismo, la expulsión al exterior del residuo fecal.
El sencillo tracto digestivo de los invertebrados necesita también un proceso interior de lubricación por las llamadas células mucosas para el desarrollo de su función. Pero la función de las células vibrátiles es de tal importancia que, sin ellas, no es posible el proceso digestivo.
¿Cuál es la estructura íntima de una célula epitelial vibrátil y cuál la función de cada una de las estructuras elementales que la componen? Pero, ¿acaso tiene partes diferenciadas cada una de las miles de células vibrátiles del intestino de una almeja, por ejemplo, y cada elemento de su fina estructura fibrilar corresponde a una función específica? ¿Y esto, en cada una de los millones de almejas que han vivido y viven, al menos desde el Cretácico, en la inmensidad de nuestros tormentosos y cambiantes mares, testigos de batallas históricas y archivos de codiciables tesoros? Ahí están, a la espera, esas variadas y casi eternas especies de almejas, que ya no son mudas sino elocuentes portavoces vivos de un designio inteligente que pervive en la naturaleza inmortal.
Tuve la oportunidad de ocuparme en este tema de investigación durante mi tesis doctoral sobre histología digestiva del molusco.


Una célula vibrátil de pocas micras vista por dentro
Cada célula epitelial vibrátil -Flimmerzelle de los autores alemanes- posee un largo penacho de cilios, que se mueven armoniosamente como los brazos de una multitud humana que hace «olas» en el estadio deportivo. Cada cilio posee en la base un pequeñobulbo y se inserta en la célula por un gránulo basal, y a su vez continúa en el citoplasma por una pequeña raíz ciliar.
Las raíces ciliares de cada célula convergen entre sí formando un cono que se prolonga en el interior de la célula por la fibra terminal de Apathy. Gracias a sus gránulos basales, cada cilio se mantiene en vibración, como mostró Worley con sus admirables trabajos de microdisección en las células vibrátiles. También observó que al cortar el cono ciliar cesa la coordinación en el movimiento de los cilios. La coordinación biológica en los epitelios vibrátiles fue objeto de estudio de Paul Vignon desde 1901.La membrana celular es muy débil; no podría soportar el trabajo del sistema vibrátil. Cada célula está dotada de un sistema de tonofibrillas que refuerzan la membrana de arriba a abajo. Además, cada célula vibrátil se desprendería del tejido conjuntivo en el que se apoya su base si no existiera un sistema de refuerzo. Variantes de las mismas técnicas argéntico-áuricas, con el uso de unas gotas de piridina, y la ligera elevación de la temperatura en la solución donde se prepara el corte micrométrico, permiten distinguir las diversas partes del cilio y sus raíces, las tonofibrillas y el sistema de fibras conjuntivas que afianzan cada célula al tejido muscular del tracto digestivo.
Diseño inteligente
¿Por qué esa variada y coordinada estructura en cada célula epitelial vibrátil? Todo se muestra como si se tratara de un diseño inteligente, como aquellas trampas utilizadas por los pescadores de Sonora para la jaiba. Nadie pondrá en duda que esa trampa es un diseño inteligente, irreductible a la pretensión de que haya surgido por la agregación casual de pequeños trozos de alambre durante mucho tiempo -«la falacia del tiempo» ha escrito Julián Marías- y que, sin proponérselo nadie, el pescador la encuentra y la utiliza hoy para pescar jaibas, como quien encuentra una rama de árbol de apariencia caprichosa, que nadie diseñó, y la utiliza como remo.
Por otro lado, el método científico permite comprobar que los componentes fibrilares de la célula epitelial ciliada reaccionan de manera diversa al tratamiento de variados métodos, esto revela cómo cada estructura tiene una composición bioquímica distinta, acorde a la función que le corresponde. No es lo mismo accionar o coordinar el movimiento de los cilios que dar tonicidad o consistencia a la célula epitelial para su incansable trabajo, o sujetarla al tubo digestivo del que el epitelio vibrátil es su revestimiento necesario. Se trata de dos realidades inteligentes y coordinadas: las diversas funciones de cada estructura fibrilar y su distinta composición bioquímica.
El tejido epitelial vibrátil parece ser un diseño de complejidad irreductible, de los que Behe llama «diseño en sentido fuerte». No es posible que haya surgido poco a poco y que, por casualidades múltiples, sirva para hacer posible la digestión. Sin las células vibrátiles coordinadas entre sí, tal como son -complejas en su sencillez-, no es posible la digestión y no es posible la vida de ninguna almeja.

Francesco Jiménez: ENSAYO SOBRE "EL ORIGEN DE LAS ESPECIES"



¿Cuál es el origen de las especies? Esta es la pregunta que Darwin contestó y que los biólogos del siglo XX han refinado para producir la síntesis, llamada neodarwinismo. Contestarla en el idioma moderno es descender por debajo de las especies y subespecies, a los genes y cromosomas, y, por tanto, a los orígenes últimos de la diversidad biológica.
La teoría de Charles Darwin sobre la evolución por selección natural puede ser considerada, simplificadamente, como basada en una serie de proposiciones.
I. Los individuos que constituyen una población de una especie no son idénticos; muestran variaciones, a veces muy reducidas, lo que supone un gran problema en determinar si una variedad de una especie es en realidad otra especie diferente. Por lo tanto, hay que considerar los conceptos de especie y variedad como arbitrarios (ambos se aplican para distinguirse). Un grado elevado de variabilidad es evidentemente favorable, pues ofrece los materiales para que trabaje la selección. Pero la selección natural sólo afecta a las variaciones útiles, a las variaciones con valor adaptativo. Sobre las leyes de la variación, considera que existen dos factores: la naturaleza del organismo, y la naturaleza de las condiciones de vida. Pero le da menos importancia a la acción directa de las condiciones ambientes que a una tendencia a variar debido a causas que él considera desconocidas. Estos hechos desconocidos son lo que hoy en día se conoce como mutación y recombinación genética espontanea.
II. Por lo menos una parte de la dicha variación es hereditaria. En otras palabras, la descendencia muestra una tendencia a compartir ciertas características con los progenitores. Observó una reversión o vuelta a los caracteres de los antepasados; cuando un carácter perdido reaparece, el carácter en cuestión ha permanecido latente en todas las generaciones sucesivas hasta que, al fin, vuelve a aparecer. Por lo tanto, aunque no se conocían los mecanismos de la herencia, Darwin parecía estar en el camino acertado, a pesar de postular la teoría errónea de la pangénesis (1868). Esta teoría determina, en esencia, que los caracteres se heredan gracias a las partículas que se encuentran en los fluidos corporales. Hoy en día se sabe que, gracias a los estudios de August Weismann (1883), sólo los cambios en las células germinales se transmiten. Es la teoría de la continuidad del plasma germinativo, teoría que constituye la base del llamado neodarwinismo.
III. Hay una lucha universal por la vida, hay una “lucha por la existencia" (expresión que se debe usar en sentido amplio). Esta fue la idea que Thomas Malthus dio a conocer en su ensayo sobre la población (Ensayo sobre el principio de la población, 1798), y que Darwin trasladó al universo animal y vegetal. Se producen más individuos que los que pueden sobrevivir debido a la cantidad de alimento (en general, podemos decir, que la disponibilidad de alimento está determinada por las condiciones climáticas), pero también el servir de presa a otros animales. Aunque posteriormente el autor indica que las especies en estado natural están limitadas a las regiones que habitan por la competencia de otros seres orgánicos, tanto o más que por la adaptación a climas determinados. Esta lucha por la vida es rigurosísima entre individuos y variedades de la misma especie (de ahí que haya una tendencia a suplantar y exterminar en cada generación a sus precursores y a su tronco primitivo).
Esta idea indica, en esencia, que sólo sobreviven los más adecuados, o como dijo el filósofo Herbert Spencer, los más aptos.
IV. Supongamos que los organismos varían en la naturaleza, aunque sea escasamente, bien por cambio de las condiciones ambientales (la geología nos proporciona abundantes ejemplos de ello), bien por cualquier otra causa. Supongamos que estas variaciones hereditarias favorecen en algo al individuo en sus relaciones complejas y variables con el medio ambiente. La lucha sin tregua ni piedad por la vida habrá tenido que conservar las variaciones favorables y hacer desaparecer las que no lo eran, y esto es válido para cualquier ventaja de estructura, de constitución o de instinto. Esto es lo que Darwin considera corno selección natural(se distingue de la selección artificial, el mismo proceso pero realizado por el hombre), el concepto sobre el que gira su gran obra. Comprendió de manera general la diferencia entre evolución vertical y escisión de las especies, pero carecía de un concepto de especie biológica basado en el aislamiento reproductor. En consecuencia, no descubrió el proceso por el que tiene lugar la multiplicación. Como dice F.B.Baird Jr. en su obra La diversidad de la vida, la idea de diversidad de Charles Darwin permaneció confusa, en este sentido, el título abreviado Sobre el origen de las especies es engañoso.
Cambiando las condiciones de vida, la selección natural acumula ligeras modificaciones que sean de algún modo útiles. En muchos casos es probable que la costumbre, el uso y desuso hayan entrado en juego. Es en este punto donde se observa al Darwin más titubeante. La herencia de los caracteres adquiridos no parece sustentarse con firmeza cuando el autor habla del instinto en las hormigas: “las costumbres peculiares, limitadas a las obreras o hembras estériles, por mucho tiempo que puedan haber sido practicadas, nunca pudieron afectar a los machos y a las hembras fecundas, que son los únicos que dejan descendientes”. Pero no renuncia a aplicar la herencia de los caracteres adquiridos a su teoría, solamente considera que en este caso no es aplicable, considerando este hecho como la dificultad más grave que ha encontrado en su teoría. Por todo esto, es sorprendente la crítica negativa que realiza de las carencias de la doctrina lamarckiana sobre este tema, sobretodo cuando parte de su obra se basa en la herencia de los caracteres adquiridos (aunque da un mayor peso específico a la evolución por selección natural). Esto nos hace creer, que el pensamiento darwiniano puro prescinde de la evolución por uso y desuso, idea que el autor se vio obligado a incorporar debido a las críticas sobre la evolución por simple acumulación de variaciones espontaneas pequeñas que sean útiles.
Darwin también habla del concepto de selección sexual, como la lucha entre los individuos de un sexo - generalmente, los machos - por la posesión del otro sexo. Es menos rigurosa que la selección natural, pues no da como resultado la muerte del competidor desafortunado, sino poca o ninguna descendencia. Aunque se admita que la selección sexual es menos rígida en su acción, a largo plazo acarrea los mismos efectos “devastadores” que la selección natural.

El autor dedica una parte de su obra a responder a algunas preguntas que parecen hundir su teoría, pero que él responde con elegancia y perspicacia. Uno de los problemas expuestos es la no siempre presencia de especies unidas por gradaciones intermedias. La respuesta es clara y concisa: tienen que haber existido innumerables variedades intermedias que enlacen todas las especies del mismo grupo, pero el mismo proceso de selección natural tiende constantemente al exterminio de las formas madres y de los eslabones intermedios. Por lo tanto, sólo pueden encontrarse pruebas de su pasada existencia en los restos fósiles, cuyos registros son sumamente imperfectos e interrumpidos. Pero la perspectiva actual de la teoría de la Evolución, nos lleva a hablar de la Teoría de los Equilibrios Puntuados o Interrumpidos: el registro fósil no es del todo imperfecto, pues puede existir una evolución saltacional que determine la ausencia de eslabones intermedios.
Sobre la existencia de seres orgánicos que tienen costumbres y conformación peculiares (un ejemplo es la presencia de gansos y rabihorcados con patas con membranas interdigitales viviendo en tierra o que rara vez se posen en el agua), es el resultado de las variaciones en costumbres y conformación que han obtenido, dándoles ventaja sobre otros que habitan en el mismo lugar, por diferente que este pueda ser de su propio puesto.
Sobre la cola de algunos monos americanos, que se ha convertido en un órgano prensil, que sirve como una quinta mano. Las críticas hacían observar que era imposible que esta capacidad se hubiese adquirido por selección natural. Darwin sale al paso indicando que la costumbre bastaría para esta obra. Nada más lejos que la realidad, quién puede dudar de que las colas largas y prensiles de los monos americanos (como la del mono araña Ateles geoffroyi), mostrándose inicialmente como débil tendencia, pudiesen salvar la vida de los individuos que la poseían o aumentar las probabilidades de tener y criar descendencia. Puesto que sabemos que estos monos pueden permanecer colgados de una rama sosteniéndose sólo con la cola, dejando todas las manos libres, como también pueden recoger frutos y hojas con la cola.

El panorama que emerge de la evolución a nivel del gen ha alterado nuestra concepción tanto de la naturaleza de la vida como del lugar del hombre en la naturaleza. Antes de Darwin era habitual usar la enorme complejidad de los organismos vivos como prueba de la existencia de Dios. La más famosa exposición de esta argumentación procedía del reverendo William Paley, quien en su Natural Theology (Teología natural) de 1802 introdujo la analogía del relojero: la existencia de un reloj implica la de un relojero, en otras palabras, grandes efectos implican grandes causas. La obra de Darwin es una continua lucha por acabar con la teoría de las creaciones especiales según la cual las especies habían sido creadas separadamente. Pero el mensaje de Darwin va más allá, intenta determinar el origen del hombre y su posición en la naturaleza. El origen de las especies resume en un sentido unitario un enorme conjunto de hechos acumulados en los trabajos de naturalista que había hecho y condensa todos los problemas sobre el tema conocidos en aquella época. El libro determinó una verdadera revolución del pensamiento científico y filosófico, provocó el entusiasmo de numerosos naturalistas, pero también condujo a una ola de críticas y de violentas polémicas. Una revolución que choca aún hoy en día con las fuerzas reaccionarias y oscurantistas.

Macnab, R.: El Flagelo Bacteriano


El flagelo bacteriano es un ejemplo de lo que Michael Behe describe como un sistema irreduciblemente complejo. En su libro La Caja Negra de Darwin explica él que estos sistemas de complejidad irreducible no podrían haber surgido mediante un proceso darwiniano de pasos graduales.
Debido a que el flagelo bacteriano está necesariamente compuesto de al menos tres piezas --una paleta, un rotor y un motor-- es irreduciblemente complejo. La evolución gradual del flagelo, como la del cilio, se enfrenta por ello a unos obstáculos gigantescos. (p. 72)
Behe sumariza la estructura del flagelo bacteriano en estos términos:
Algunas bacterias presentan un maravilloso dispositivo para la natación, el flagelo, que no tiene semejante en células más complejas. En 1973 se descubrió que algunas bacterias nadan haciendo girar sus flagelos. De modo que el flagelo bacteriano actúa como un propulsor giratorio, en contraste con el cilio, que actúa más a semejanza de un remo.
La estructura de un flagelo es muy diferente de la de un cilio. El flagelo es un largo filamento semejante a un cabello empotrado en la membrana de la célula. El filamento externo se compone de un solo tipo de proteína, llamada «flagelina». El filamento de flagelina es la superficie de la paleta que contacta con el líquido durante la natación. Al final del filamento de flagelina, cerca de la superficie de la célula, hay una protuberancia en el grosor del flagelo. Es aquí que el filamento se une a la transmisión del rotor. La unión material está compuesta de una pieza llamada «proteína de codo», El filamento del flagelo bacteriano, a diferencia del cilio, no contiene proteína motora; si se arranca, el filamento flota rígido en el agua. Por ello, el motor que hace girar el filamento propulsor tiene que estar situado en algún otro lugar. Mediante experimentos se ha comprobado que está situado en la base del flagelo, donde la microscopía electrónica revela la presencia de varias estructuras en forma de anillo. La naturaleza rotatoria del flagelo tiene unas claras e ineludibles consecuencias ... (pp. 70-72)
Las consecuencias a que se refiere Behe se deducen de la naturaleza de sus componentes, que presentan una complejidad irreducible, y cuyo descubrimiento socava cualquier explicación darwinista de los orígenes. Behe llega a esta conclusión:
Sumarizando, al comenzar los bioquímicos a examinar unas estructuras aparentemente simples como los cilios y los flagelos, han descubierto una abrumadura complejidad, con docenas e incluso cientos de piezas diseñadas con precisión. Es muy probable que muchas de estas piezas que no hemos considerado aquí sean todas ellas imprescindibles para que cualquier cilio funcione en una célula. Al aumentar el número de piezas necesarias, la dificultad de erigir el sistema de manera gradual aumenta exponencialmente, y la probabilidad de escenarios indirectos se desploma. Darwin parece más y más impotente. La nueva investigación acerca de los papeles de las proteínas auxiliares no puede simplificar el sistema complejo irreducible. No se puede aminorar la intransigencia del problema, sólo hará que empeorar. La teoría darwinista no ha dado explicación al cilio ni al flagelo. Y la abrumadora complejidad de los sistemas de natación nos impulsa a pensar que nunca podrá darle una explicación. (p. 73)
Behe concluye que estos sistemas irreduciblemente complejos son en último término resultado de un designio inteligente.
(Se debería observar que Behe no tiene objeciones al concepto de un ancestro común universal. Sus objeciones a la evolución se limitan al rechazo del mecanismo neodarwinista como explicación suficiente para el origen de todos los sistemas biológicos.)
Objeciones a la tesis del Designio Inteligente
La mayoría de los científicos argumentarán que el «designio inteligente» no es una explicación puramente naturalista o materialista del origen de la información biológica y que por ello mismo no es una explicación científica válida. Escondido a menudo en este argumento encontramos la presuposición filosófica o teológica de que Dios (o cualquier otro agente inteligente) no tuvo papel alguno activo, directo o detectable en la creación de ningún sistema biológico. Esta presuposición exige que toda la información genética tiene que haber surgido sobre una base totalmente al lazar y/ gradual, paso a paso. De ello seguiría que la naturaleza ha de ser un continuo y que la historia natural ha de estar representada por un árbol de la vida. Encerrada en el naturalismo, la hipótesis de una descendencia común tiene que ser aceptada de manera axiomática y por ello no está sujeta a la falsación científica.
Cosa irónica, los científicos quedan más limitados bajo un paradigma naturalista que bajo un paradigma de designio inteligente. El designio inteligente del universo pudiera haber incluido la creación de leyes naturales y de condiciones iniciales suficientes para permitir la evolución de un solo árbol de vida sobre la tierra. Pero el designio inteligente pudiera también haber incluido puntuaciones a lo largo de la historia natural, actos directos de creación o de infusión de nueva información genética, que resultaría en discontinuidades naturales. Ejemplos de estas discontinuidades naturales podrían incluir el origen de la vida, el origen de las categorías taxonómicas más elevadas (esto es, el origen de la mayoría de los fílums en la explosión cámbrica de vida), o el origen de los sistemas irreduciblemente complejos. Si existen discontinuidades naturales, la historia natural quedaría modelada con más precisión como un bosque de la vida. Lo importante es que un paradigma de designio inteligente puede acomodar tanto un árbol como un bosque de la vida así como la existencia de procesos que o bien produzcan o bien limiten el cambio evolutivo. Pero a diferencia del paradigma naturalista, el designio inteligente demanda que los científicos desarrollen hipótesis susceptibles de prueba para determinar cuál es el modelo que mejor se ajusta a los datos.
La meta de la ciencia es la descripción y modelado más precisos posibles del Cosmos. En tanto que puede que haya evidencias circunstanciales que apoyen bien un modelo continuo bien un modelo discontinuo de la vida, es de vital importancia que reconozcamos cómo las presuposiciones de partida afectan las conclusiones a las que uno llega. Desde una presuposición inicial de designio inteligente o de agnosticismo filosófico (ambas permiten que el Cosmos sean bien continuo, bien discontinuo) el científico tiene evidentemente una mayor libertad de pensamiento que la que se ofrece desde un paradigma puramente naturalista. Junto con esta libertad hay la responsabilidad de poner a prueba lo que los filósofos naturalistas simplemente dan como supuesto.
¿Actúa la Selección Natural inhibiendo los grandes cambios evolutivos?
(de On The Origin of Stasis by Means of Natural Selection[Sobre el Origen de la Stasis por medio de Selección Natural])
Hay numerosos ejemplos de organismos con sistemas de componentes interdependientes y muy específicos, todos los cuales han de quedar integrados antes que sean funcionales y ofrezcan cualquier ventaja selectiva. La naturaleza está repleta de estos sistemas de «complejidad irreducible». Aunque pueda haber algunos ejemplos en los que ciertos componentes puedan presentar alguna función preadaptativa, estos casos pueden considerarse como excepciones a una regla más general. Como norma, cualquier subconjunto de los componentes resultaría ser una carga para el organismo donde ocurriera, y sería por ello eliminado por la selección natural. Tomemos por ejemplo el mecanismo sensorial y motor de la bacteria común Escherichia coli, un organismo unicelular procariota relativamente simple.
Esquema conceptual de los sistemas sensoriales y de navegación de la Escherichia coli
El mecanismo sensorial y motor se compone de un número de receptores que detecta inicialmente las concentraciones de una diversidad de sustancias químicas. Unos componentes secundarios extraen información de estos detectores que a su vez se emplea como entrada a un mecanismo detector de gradientes. La salida de este mecanismo se emplea para impulsar un conjunto de motores rotatorios reversibles de par constante de energía protónica que transfieren su energía mediante un tren de transmisión microscópico y que hacen girar unos flagelos helicoidales. Este sistema tan sumamente integrado permite que la bacteria se desplace a una velocidad de aproximadamente diez longitudes corporales por segundo. El doctor Robert Macnab de la Universidad de Yale concluía un estudio de 50 páginas acerca de este mecanismo con estas observaciones:
Como comentario final, no podemos más que maravillarnos ante la complejidad, en una sencilla bacteria, de todo el sistema sensorial y motor que ha sido el tema de esta reseña, y hacer la observación de que nuestro concepto de evolución por ventajas selectivas es evidentemente una enorme simplificación. Por ejemplo, ¿qué ventaja podría haber en un «pre-flagelo» (o sea, un subconjunto de sus componentes)?, y, con todo, ¿cuál sería la probabilidad de un desarrollo «simultáneo» del orgánulo a un nivel en el que devenga ventajoso?

Macnab, R. (1978), «Bacterial Mobility and Chemotaxis: The Biology of a Behavioral System [Movilidad y quimiotaxia bacteriana: La biología de un sistema de conducta]», CRC Critical Reviews in Biochemistry, 5, 1978, págs. 291-341.
Lecturas adicionales

Una excelente introducción general a los flagelos puede encontrarse en Voet, D. and Voet, J. G. (1995) Biochemistry, 2nd edition, John Wiley and Sons, New York, pp. 1259-1260.
En las siguientes referencias se pueden encontrar mayores detalles acerca del motor flagelar:
Schuster, S. C. and Khan, S. (1994) "The Bacterial Flagellar Motor," Annual Review of Biophysics and Biomolecular Structure, 23, 509-539; Caplan, S. R. and Kara-Ivanov, M. (1993) "The Bacterial Flagellar Motor," International Review of Cytology, 147, 97-164.
Traducción al castellano: Santiago EscuainCopyright de la traducción © 2001 SEDIN. Todos los derechos reservados.
Este fichero se puede reproducir en su integridad para usos no comerciales.Se agradecerán enlaces con los sitios Web de Access Research Network y SEDIN.
Artículo original en inglés:
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viernes, marzo 06, 2009

Emilio Palafox Márquez: Un universo inteligente ¿diseño o azar?




Trampa para cazar jaibas

¿Sabía usted que la carne de jaiba de su aperitivo y su ingenuo coctel de almejas están muy relacionados con el «Diseño Inteligente»? La trampa para esta pesca es un artefacto ingenioso, el acceso para la jaiba es fácil, pero está diseñada de forma que una vez dentro cada ejemplar se alimenta vorazmente y luego le resulta imposible salir por el pequeño orificio de entrada y así queda prisionero junto a otros especímenes.
Los pescadores depositan la carnada en las jaulas, las dejan en el mar y después las sacan repletas de jaibas. Todo esto en las limpias y tranquilas aguas de un mar confortable, casi infinito; aunque paradójicamente, las jaibas estén circunscritas por los límites de la trampa que, por cierto, perciben con sus ojos compuestos y sus diversos apéndices locomotores de decápodo, mejor diseñado aún que su jaula, pero incapaz de evadirla.
Esas jaulas, cuyo uso comercial en las aguas de Sonora, en el Golfo de California, se considera reciente, parecen ahora un recurso lógico, aunque seguramente no fue sencillo diseñarlas.[1] Gracias a ellas hoy se puede industrializar la exquisita carne de este crustáceo.
Artefacto de «complejidad irreductible»
La trampa que usan actualmente los pescadores de Sonora es tosca, de tela de alambre fuerte, oxidable, pero plenamente eficaz. Tiene cuatro accesos externos, dos plantas comunicadas entre sí y lugar para la carnada. Mediante una boya flotante localizan cada trampa, en la que pueden quedar atrapadas hasta cuarenta jaibas. Sin ella, los pescadores deberían ganarse la vida mediante cualquier otra actividad productiva, algo que les financiara el juego de la improbable pesca de jaibas, como algunos hombres de negocios que liberan su estrés en la pesca o caza deportivas.
Se trata de un artefacto de «complejidad irreductible», si nos atenemos a la teoría del Intelligent Design, ID (Diseño Inteligente), que vienen desarrollando los científicos Michael Behe, bioquímico y profesor de la Universidad de Lehigh, Pennsylvania, y el matemático y físico William A. Dembski, del MIT y las Universidades de Chicago y Princeton; precedidos por Phillip E. Jonson, abogado en Berkeley, California, fuerte impulsor del ID.
El artefacto, igual que la trampa para cazar ratones a la que se refiere Behe, nos ayudará a entender, primero, el concepto de complejidad irreductible, y después a descubrir esa compleja estructura natural realizada en el mundo viviente, concretamente en las almejas.
Veremos que a su vez, esa complejidad existente en la naturaleza se resiste a ser explicada por la lógica darwinista: una gradualidad biológica, hecha de pasos ciegos y azarosos, sin proyecto alguno de llegar a una estructura de complejidad superior.
Los mecanismos biológicos que la ID llama de complejidad irreductible reclaman otra explicación que los neodarwinistas -y antes su maestro- no han alcanzando a vislumbrar en su examen del mundo biológico, campo muy limitado en los tiempos del científico británico (segunda mitad del siglo XIX), pero diversísimo al acercarnos y trasponer el umbral del siglo XXI. Si se lo reprocharon a Darwin sus primeros críticos, no se lo podemos perdonar ahora al neodarwinismo.
Evolución y evolucionismo no son lo mismo
Nunca he dudado de la grandeza humana ni de la honestidad científica de Darwin, cualidades que admiro en él. Muy suya es esta ejemplar afirmación: «Si se pudiera demostrar la existencia de cualquier órgano complejo que no se pudo haber formado durante numerosas y leves modificaciones sucesivas, mi teoría se desmoronaría por completo».[2] Además de honesto, valiente.
Antes de ofrecer una investigación personal que responde ahora a aquel lejano reto de Darwin -sin olvidar que su obra El origen de las especies vio la luz en 1858-, debo repetir que no habrá que reportar al darwnismo como falso, sino sólo como insuficiente.
Así lo calificaron aquel biólogo experimental y después filósofo de la naturaleza, Hans Driesch, y toda su generación.[3] Y así estudié yo el darwinismo, a través de Driesch, los hermanos Hertwig, J. von Uexküll...
Esta teoría científica no explica lo que pretende; es decir, el acceso a niveles superiores de organización biológica. Sólo da razón de los «arabescos» de la evolución, como afirma el paleontólogo Schindewolf.[4] En efecto, el darwinismo sólo explica la diversificación en especies biológicas afines y las variaciones dentro de la misma especie, como la ramificación racial en los perros. Pero no da razón del proceso evolutivo ascendente a los niveles superiores de complejidad que se da en los seres vivos. Explica la microevolución, no la macroevolución, conceptos aportados por el genetista de Berkeley Richard Goldschmidt.[5]
A la valiente confesión citada de Darwin, hay que añadir la concesión y el reto de su seguidor Richard Dawkins:[6] «Es muy posible que la evolución no sea siempre gradual. Pero debe ser gradual cuando se usa para explicar el surgimiento de objetos complejos que al parecer tienen un diseño. Como los ojos. Pero si no es gradual en estos casos, deja de tener capacidad explicativa. Sin gradualismo en estos casos regresamos al milagro, que es simplemente un sinónimo de ausencia total de explicación».
Quizá ahora se entiendan mejor algunos principios fundamentales. La evolución es un proceso biológico, es el surgimiento y desarrollo progresivo de las especies, algo que está a la vista, por eso no debemos llamarla evolucionismo, expresión que conlleva algunas gotas de ideología, un ismo, que sugiere que no es ciencia pura.
Evolucionismo son, por ejemplo, algunas explicaciones de la evolución cuando añaden una ideología, como el darwinismo cuando se tiñe de un concepto materialista de la naturaleza que sólo admite la materia y niega el espíritu.
«Al lado de la materia, la energía y la estructura ?leemos en J. von Uexküll?, entra como cuarto factor natural el formador de estructura. Sólo la estructura y todo lo que obedece es mortal. El formador de estructura es independiente de la estructura, y por eso, irreductible y eterno».[7]
La bioquímica y «la caja negra de darwin»
El bioquímico Michael Behe ha expuesto ordenadamente sus ideas en un sugerente libro, La caja negra de Darwin[8]. Por un sistema «irreductiblemente complejo» entiende Behe aquel sistema compuesto por varias piezas armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la eliminación de cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar.
«La bioquímica moderna nos ha permitido, según Behe, llegar hasta los ladrillos con los que están formados todos los seres vivos. Lo anterior equivale a descubrir qué hay en el interior de la "caja negra", poder desvelar los "mecanismos" mediante los cuales dichas "piezas" se relacionan entre sí sosteniendo las distintas funciones que nos presenta nuestra experiencia ordinaria».
Como se aprende en la segunda clase de bioquímica esos ladrillos son los aminoácidos, con los que se forman las proteínas, y éstas son maravillosas máquinas moleculares de admirable complejidad, con funciones bien definidas y cuyo funcionamiento conocemos con detalle.
Los ejemplos que ofrece Behe «permiten concluir que, asombrosamente, ostentan una complejidad irreductible», es decir, inexplicable para el darwinista, aunque pretenda explicarla en su concepción reductiva de una naturaleza en competencia que carece de propósitos[9]. Behe ha estudiado con suficiente detalle diversos ejemplos de sistemas bioquímicos (el cilio o flagelo bacteriano[10], la coagulación de la sangre, la estructura de los distintos subsistemas de una célula eucariota[11], el sistema de transporte de proteínas, etcétera).
El análisis detallado de estos ejemplos, y el hecho de que se conozca su estructura hasta el nivel molecular, lleva a Behe a afirmar en ellos un evidente diseño. Por diseño entiende «la intervención de un actor inteligente que ha dado forma a dichos sistemas. No se presupone ni quién es el actor ni cuándo ejerció su actividad creativa», explica Santiago Collado.
El diseño de los epitelios vibrátiles
Este es el caso de los epitelios vibrátiles que tapizan el interior del tubo digestivo de los animales. Ese complicado revestimiento es muy sencillo en los invertebrados, concretamente en los moluscos (caracol, almeja, ostra). Se trata de una sola capa de células adosadas entre sí que se llama epitelio monoestratificado.
El estudio del epitelio vibrátil de los invertebrados atrajo la atención de los histólogos desde finales del siglo XIX, en cuanto se desarrollaron las técnicas histológicas para la tinción de los distintos componentes celulares, como la hematoxilina férrica de Heidenhein[12].
Pronto se advirtió que cada célula vibrátil posee un penacho de cilios en la parte libre y que el movimiento coordinado de esos cilios permite la circulación del alimento desde su ingreso por la boca y, tras su asimilación digestiva por parte del organismo, la expulsión al exterior del residuo fecal.
El sencillo tracto digestivo de los invertebrados necesita también un proceso interior de lubricación por las llamadas células mucosas para el desarrollo de su función. Pero la función de las células vibrátiles es de tal importancia que, sin ellas, no es posible el proceso digestivo.
¿Cuál es la estructura íntima de una célula epitelial vibrátil y cuál la función de cada una de las estructuras elementales que la componen? Pero, ¿acaso tiene partes diferenciadas cada una de las miles de células vibrátiles del intestino de una almeja, por ejemplo, y cada elemento de su fina estructura fibrilar corresponde a una función específica? ¿Y esto, en cada una de los millones de almejas que han vivido y viven, al menos desde el Cretácico, en la inmensidad de nuestros tormentosos y cambiantes mares, testigos de batallas históricas y archivos de codiciables tesoros? Ahí están, a la espera, esas variadas y casi eternas especies de almejas, que ya no son mudas sino elocuentes portavoces vivos de un designio inteligente que pervive en la naturaleza inmortal.
Tuve la oportunidad de ocuparme en este tema de investigación durante mi tesis doctoral sobre histología digestiva del molusco.
Una célula vibrátil de pocas micras vista por dentro
Cada célula epitelial vibrátil -Flimmerzelle de los autores alemanes- posee un largo penacho de cilios, que se mueven armoniosamente como los brazos de una multitud humana que hace «olas» en el estadio deportivo. Cada cilio posee en la base un pequeñobulbo y se inserta en la célula por un gránulo basal, y a su vez continúa en el citoplasma por una pequeña raíz ciliar.
Las raíces ciliares de cada célula convergen entre sí formando un cono que se prolonga en el interior de la célula por la fibra terminal de Apathy. Gracias a sus gránulos basales, cada cilio se mantiene en vibración, como mostró Worley con sus admirables trabajos de microdisección en las células vibrátiles. También observó que al cortar el cono ciliar cesa la coordinación en el movimiento de los cilios.[13] La coordinación biológica en los epitelios vibrátiles fue objeto de estudio de Paul Vignon desde 1901.[14]
La membrana celular es muy débil; no podría soportar el trabajo del sistema vibrátil. Cada célula está dotada de un sistema de tonofibrillas que refuerzan la membrana de arriba a abajo. Además, cada célula vibrátil se desprendería del tejido conjuntivo en el que se apoya su base si no existiera un sistema de refuerzo. Variantes de las mismas técnicas argéntico-áuricas, con el uso de unas gotas de piridina, y la ligera elevación de la temperatura en la solución donde se prepara el corte micrométrico, permiten distinguir las diversas partes del cilio y sus raíces, las tonofibrillas y el sistema de fibras conjuntivas que afianzan cada célula al tejido muscular del tracto digestivo.

Diseño inteligente
¿Por qué esa variada y coordinada estructura en cada célula epitelial vibrátil? Todo se muestra como si se tratara de un diseño inteligente, como aquellas trampas utilizadas por los pescadores de Sonora para la jaiba. Nadie pondrá en duda que esa trampa es un diseño inteligente, irreductible a la pretensión de que haya surgido por la agregación casual de pequeños trozos de alambre durante mucho tiempo -«la falacia del tiempo» ha escrito Julián Marías- y que, sin proponérselo nadie, el pescador la encuentra y la utiliza hoy para pescar jaibas, como quien encuentra una rama de árbol de apariencia caprichosa, que nadie diseñó, y la utiliza como remo.
Por otro lado, el método científico permite comprobar que los componentes fibrilares de la célula epitelial ciliada reaccionan de manera diversa al tratamiento de variados métodos, esto revela cómo cada estructura tiene una composición bioquímica distinta, acorde a la función que le corresponde. No es lo mismo accionar o coordinar el movimiento de los cilios que dar tonicidad o consistencia a la célula epitelial para su incansable trabajo, o sujetarla al tubo digestivo del que el epitelio vibrátil es su revestimiento necesario. Se trata de dos realidades inteligentes y coordinadas: las diversas funciones de cada estructura fibrilar y su distinta composición bioquímica.
El tejido epitelial vibrátil parece ser un diseño de complejidad irreductible, de los que Behe llama «diseño en sentido fuerte». No es posible que haya surgido poco a poco y que, por casualidades múltiples, sirva para hacer posible la digestión. Sin las células vibrátiles coordinadas entre sí, tal como son -complejas en su sencillez-, no es posible la digestión y no es posible la vida de ninguna almeja.

miércoles, marzo 04, 2009

José Saramago: Sólo los pesimistas pueden cambiar el mundo



Sólo los pesimistas pueden cambiar el mundo



Saramago lamenta que no se hayan incluido en la cinta frases de su novela, como dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos


El Nobel portugués José Saramago vivió un instante de felicidad cuando vio por primera vez la película Ceguera, que le llegó incluso a provocar un llanto emocionado y sincero. El filme de Fernando Meirelles se basó en la novela Ensayo sobre la ceguera, en la que el escritor luso reflexiona con crudeza sobre la naturaleza humana y su capacidad de destrucción, pero en la que también hay un guiño a la esperanza. Pues, como dice el propio Saramago, la realidad cotidiana nos dice que no podemos ser optimistas, y yo no lo soy, pero definitivamente sólo los pesimistas pueden cambiar el mundo.
José Saramago acudió durante un tiempo a una fórmula creativa para incitar a su literatura: partía de un supuesto improbable, cuando no imposible para tejer una historia y su compleja trama de personajes. Ensayo sobre la ceguera se escribió bajo este esquema, con la idea inicial de que una enfermedad desconocida provocaba una ceguera colectiva en una gran ciudad, provocando el caos y desatando las pasiones y miserias más humanas. Pero también las virtudes, concentradas en unos personajes que al final son la última esperanza de una humanidad amenazada por la epidemia, la violencia y la vileza.
En la Casa de América de Madrid, el cineasta brasileño acudió de la mano de Saramago para presentar la película, que se estrenará en las salas comerciales españolas este fin de semana. En una multitudinaria rueda de prensa, Saramago y Meirelles hablaron de los prolegómenos del filme, en el que se pretendió desde el principio concentrar una serie de actores de diferentes países para reflejar, precisamente, el futuro de la humanidad. De ahí la presencia de actores como el mexicano Gael García, así como de Julianne Moore, Mark Ruffalo y Danny Glover, de Estados Unidos; Alice Braga, de Brasil; Don McKellar, de Canadá, y Yosuke Iseya y Yoshino Kimura, de Japón.
Soy una persona de simpatías y antipatías
Saramago confesó dos cosas apenas conocidas sobre la película: la primera, que desde que escribió la novela le han llegado numerosas propuestas para llevar la historia al cine –más de 20–, pero que él siempre se negó rotundamente, ante su rechazo instintivo a la fábrica de sueños que es Hollywood. Finalmente accedió a que su novela se llevara a la gran pantalla, pero porque las dos personas que le visitaron en su casa de Lanzarote, Niv Fichman, el productor, y Don Mckellar, el guionista, le convencieron por su cara. Soy una persona de simpatías y antipatías, y simplemente puedo decir que me gustó su cara, señaló el escritor.
La segunda confesión de Saramago fue sobre una pequeña polémica que surgió a raíz de la filmación, en la que se intentó introducir en los diálogos de la película algunos fragmentos de la novela. Finalmente esto no ocurrió, incluso a pesar de que el propio Saramago defendió una tesis: “Hay una frase que dice la chica de las gafas oscuras que resulta vital para entender la novela, que le da un sentido a la historia; es cuando ella dice: ‘Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos’. Así que no entiendo que no se haya incluido en la película”.
El director se defendió diciendo que les llevó seis meses de discusión decidir si metían o no las frases literales del libro, pero decidieron que no porque resultaban demasiado literarias. A lo que Saramago respondió un tanto estupefacto: Pero ¿qué tiene de malo que sea literario, éso es acaso un defecto?
Meirelles, también creador de las películas Ciudad de Dios y El jardinero fiel, escuchó atento la defensa que hizo Saramago de su obra frente a un lenguaje distinto, como es el cinematográfico: Mi forma de escribir es analítica y el cine tiende hacia la síntesis. Hay frases y palabras que te dejan reflexionando durante días, pero en una película no puedes pararte ni siquiera 10 minutos.
En cuanto a la historia de Ceguera –que en España se tradujo A ciegas, título que no gustó nada a Saramago por su significado equívoco con la historia–, el novelista defendió su visión de la realidad: El hombre es condenadamente ingenuo, absurdamente ingenuo. No hay ninguna razón, ni actual ni histórica, para que seamos optimistas. Además, los únicos que pueden tener interés en cambiar el mundo son los pesimistas, los que ven que las cosas no van bien. Así que es indispensable que conservemos el sentido común.
El Nobel portugués anunció que es posible que su próxima novela que se lleve a la gran pantalla sea El hombre duplicado, que también escribió bajo la fórmula de los supuestos improbables. Asimismo, tanto Saramago como Meirelles elogiaron la actuación del mexicano Gael García, del que dijeron que es un gran actor y una gran persona.




Armando G. Tejeda

Corresponsal, LA JORNADA

Flavio Ramón Mendoza Fragoso: Fernando Savater: La aventura de pensar



FERNANDO SAVATER:
LA AVENTURA DE PENSAR.

Fernando Savater plantea en su libro “La aventura de pensar” el origen de las ideas que formaron la cultura occidental. Es un ejemplar en el que uno puede aventurarse fácilmente por un campo difícil. Por ejemplo, hablando de Platón, dice que su pensamiento se basa, precisamente, en la doctrina de las ideas. Es la búsqueda de un mundo donde los universales eternos, inmortales, se conservan y proyectan su influjo conceptual sobre el mundo de la materia. El método del diálogo y la discusión que permiten el análisis para poco a poco conocer algo y luego ir más allá es suyo (lo hereda de Sócrates).
En el PROTÁGORAS, Platón cuenta que Zeus envió a Hermes para repartir entre los hombres los fundamentos esenciales de la civilización: AIDÓS y DIKE. Zeus le indicó a su enviado: “Dales de mi parte una ley: que a quien no sea capaz de participar de AIDÓS y DIKE lo expulsen como a una enfermedad de la ciudad” AIDÓS es el pudor, el sentido moral, el respeto. DIKE es el recto sentido de la justicia. El KRATÓS, por otro lado, es la política, es la fuerza violenta que se impone avasalladoramente para asegurar la estabilidad jerárquica de la propia comunidad y la defensa o propósito de la conquista frente a las comunidades vecinas.
Aristóteles, en cambio, dice Savater, es un espíritu práctico, él se pregunta cuál es la finalidad que debe buscar el ser humano en el mundo. Más allá de los objetivos particulares de nuestra vida, ¿qué es lo que podemos aspirar a encontrar? Y se responde: es la felicidad lo que los seres humanos buscamos, y debe accederse a ella mediante la ética, que a su vez es una reflexión sobre la acción humana. Para alcanzar el estado de felicidad, Aristóteles dice que tenemos que intentar desarrollar virtudes, es decir, hábitos que nos dan fuerza, que nos ayudan a vivir mejor. Finalmente la virtud es lo que nos da fuerza frente a la debilidad, que es el vicio. La virtud es lo que aumenta nuestra fortaleza y por tanto nuestra capacidad de alcanzar la felicidad.
El pensamiento contemporáneo no se entendería sin la aportación filosófica de grandes hombres. El escritor Fernando Savater es un filósofo actual notable… magnífico, diría yo. Pocos, como él, son capaces de explicar con sencillez y claridad la vida y obra de los principales pensadores que fueron fundamentales para estructurar la moral y la ética de Occidente (verbi gracia Platón y Aristóteles). El libro “La aventura de pensar” permite al lector disfrutar de un placentero viaje –descriptivo, simple y práctico- por la historia universal del pensamiento filosófico. Con su agudeza y precisión habituales, Savater describe el legado de los filósofos más importantes de la historia de la humanidad: Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Marx, Sartre, Nietzsche, Descartes, Unamuno, entre otros.
Concordamos con Savater cuando asegura que la filosofía no responde a una pedantería o a un esnobismo (exagerada admiración por todo lo que está de moda o se considera distinguido y elegante). La filosofía ha de nacer de las catástrofes personales. Es decir, a todos algún día nos pasa una cosa que nos convierte en filósofos: la muerte de una persona amada, el fracaso de un proyecto profesional, la derrota de una esperanza política. Al que le va todo bien, no ha terminado de ponerse a pensar nunca, porque no le hace falta: las cosas van como ruedas y no piensa. Pensamos cuando de pronto algo no funciona. Cuando algo nos despierta. Una pesadilla nos ayuda a pensar, entonces recurre a la filosofía el que está estremecido por un fracaso, por una derrota, por un horror.
La filosofía –sentencia Savater- es la herramienta que siempre nos permite, en definitiva, cuestionarnos. La filosofía es también la pretensión de que hay que crear un marco dentro del cual entre lo relevante y que de alguna manera sirva de muralla contra lo irrelevante, contra lo trivial, contra lo engañoso. El tamiz. El criterio.
Fernando Savater es un filósofo vigente, puntilloso, lúcido, polémico, necesario. En la actualidad pocos como él. Generalmente las mentes brillantes -personajes exitosos, que trascienden a su época y a su gente- son incomprendidos por la generación que les toca vivir. Sin embargo, a Fernando –aunque una vez separado de una institución superior española- se le reconoce su importante trabajo literario. Creemos que hay que aprovechar cada aportación que todavía tenga por hacer.
En suma, para entender mejor el espíritu de nuestro tiempo hay que acercarse a los filósofos de siempre, y esto es posible gracias a la mente lúcida de este gran escritor. “La aventura de pensar” es una obra que no debería faltar en ninguna biblioteca familiar de quienes degusten del acto reflexivo y aprecien la buena lectura.


Cristina Caballero: El Ultimo hálito de invierno



Y vergonzosamente
nos arrancó el corazón un poder;
ya que todos quieren ser sacrificados a los dioses.
pero cuando uno es omitido
nada bueno resulta
(Hoelderlin)

EL ÚLTIMO HÁLITO DE INVIERNO

I

Voces lilas bajan prodigiosas
mientan nombres sepultados
sus arengas se disipan
en pétalos raídos

muchacha que te miras
corre tras la historia
que sellaron los atajos del olvido

un agua de futuro te espejea
palmeras del oasis
que no existe

el nuevo boulevard
vive en corazones rotos

las garzas cruzan este invento de los hombres
hormigón que mancilla al Paraíso

hemos vuelto a la tierra de la abuela nariguda
la de trenza y delantal
cocina aún en su fogón de leña
convida al loro una micha remojada
mientras toma su café
amargo
y salitroso
y mira tras la reja de madera
hacia el jardín secreto

el arbusto de piscualis
luto
y sangre
a veces en sus ramas
vi salir el sol
ponerse

la serpiente deja huellas
sobre dunas subterráneas

rueda lo que ya no vuelve
estoy parada
en medio de ninguna parte


II

Nuestros pasos rondan
en un suelo bermellón
crujen prietos balancines

los suecos de madera
traquetean

ollas de peltre desportillan
el azul donde se alojan
la cazuela para el mole
el arcón de tía Ángelita
su ropero

todo esconde plata viva
va a azogarse rudamente

huele a naftalina
a talco rosa
a loción de flores
y a mercado

a veces la jarana
Margarita
con su traje de jarocha

un estanque al fondo de ese patio

¿qué árboles respiran
ocultos en el polvo?

fotos sepia
y enmohecidas
las borró mi tía Santa
nacida en día de muertos

ella simplemente dijo
es la última estación
este viaje ya termina
nada he de dejarles

en la casa de mi padre
rastro de marranos
de ese oficio vivía su familia
de esa impura mercancía

el padre de mi madre
vendía mota en tristes muelles

venía del linaje que varó
en un mítico lugar de negros

siglo y medio ya ha pasado
pero allá en Camarón
cada abril
dicen su nombre

capitán de ejército invasor
traidor o fugitivo
trajo a nuestra sangre
de náhuatle totonaca
la imborrable mancha del guerrero

ángeles caídos
aún habitan tantos callejones
de este puerto

gimen como niños
incapaces de alcanzar el túnel
atados por peajes ilusorios

piel de sombras
absueltos hace tiempo
no lo saben

en mi alma
aún buscan el olvido