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martes, enero 27, 2009

Gabriel Fuster: CARPE NOCTEM




Quisiera tener un yate, pero solo puedo adquirir una lancha de remos. Por principio de cuentas, no la necesito para pescar. Si se me antoja comer una carpa, prefiero que alguien más la capture y me la sirva bien condimentada en un restaurante. Además, antes del problema de la contaminación de los ríos y océanos, la gente esperaba tirar del anzuelo contra la sirena herida en el sexo y la presa del día, ahora cuando se pesca en aguas dulces de la reserva federal, resulta temerario porque uno no sabe a ciencia cierta si pescará un desecho tóxico o una anguila mutante con largo sobrenombre local. En fin, he aquí que tengo muchos amigos que tienen sus propias lanchas y gustan de invitarme a pasear en ellas. Cierta ocasión, que disfrutaba del Mediterráneo en el sur de Francia, el mar ondulaba apacible, entre reflejos de soles magníficos que acaban confundiendo los restos de arca de Noé con la profundidad. Los franceses asumen el desafío de los caballitos de mar para que las personas sobre tierra puedan verlos. De cierto modo, es una costumbre de presumir sus embarcaciones. Por supuesto, las personas en tierra se acercan a la playa para mirar el cielo abierto, luego si un barco se cruza ante sus ojos, es una descortesía, el equivalente a cenar las puras plumas de un Coq au vin. En el vaivén que da sueño, la pulsación de la navegación mayor levanta las olas hasta los dibujados de Apollinaire. Cierta gente subida en un bote bautizado “LSD” empieza a servirse champagne. Observo la maniobra del anfitrión caminando con la botella y sirviendo la mayor parte de la bebida fuera de las copas. Es pura diversión. El tipo levanta un pie en el aire y enseguida trepa un escalón inexistente, para balancearse de lado a lado y repetir la operación con el pie contrario. Las personas sentadas alrededor suyo mueven su centro de gravedad hacia la certeza del ancla, pero la tina del baño cambia de lugar. Todos lucen como un grupo de borrachos y ni siquiera han probado una gota aún. La fiesta termina en naufragio. Al momento, trato de imaginarme un caso de comparación con el percance aéreo del 4 de Noviembre en la Ciudad de México, en el cual perdieron la vida dos importantes funcionarios del Gobierno, otras siete personas que viajaban a bordo y seis más en el sitio del desplome. Aunque la versión oficial declara que se trató de la impericia del piloto dentro de un enorme círculo vicioso. Yo no creo que se trate de un accidente. Tampoco creo que fuera un triunfo del narcotráfico. Ellos son simples matones a quemarropa. Este incidente guarda el tamaño del Proyecto HAARP, esa caja de Pandora de la Inteligencia Militar Norteamericana que la conspiración mundial conoce por las instalaciones del High Frecuency Active Auroral Research Program, cerca de Gakona, Alaska. Iniciado en 1993, a partir de una serie de experimentos con transmisiones de pulsos destinados al control del clima y posteriormente para trastornar e interrumpir los sofisticados sistemas de navegación en misiles y naves aéreas, opera con una potencia de 150 bombas nucleares. En la segunda fase se espera que HAARP provoque olas encaminadas a suprimir la voluntad de las personas e implementar un escenario de control mental exitoso en la totalidad de la población. Volviendo a mi hipótesis, ¿Cuál es el beneficio de un complot internacional? No lo sé, pero siempre es conveniente tener un vecino acomplejado y endeudado a quien reclamarle las cucarachas que entran a casa, especialmente acomplejado si sabemos que tiene petróleo bajo el sótano. Salgo de mi cavilación, precisamente porque una atractiva chica se pone a mi lado con una cámara de video. Diablos, me doy cuenta que la intención de los ahogados era posar para una película casera todo el tiempo.

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