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martes, diciembre 09, 2008

Roberto Blaga: Contrastes




Probablemente la palabra Navidad sea la menos comprendida en su significado por quienes suelen celebrarla, sean o no creyentes, a la vez que, paradójicamente, es de las más festejadas en todo el orbe a fin de año.. Las formas de “celebrar” la fiesta van desde regalar lo más costoso, hasta el recogimiento de una celebración monacal, recitada en latín y acompañada de cantos gregorianos: coros y scholas que cantan villancicos en iglesias y colegios; una Navidad de cantatas y oratorios de música clásica para los melómanos de los conciertos; una fiesta de vacaciones escolares con incesantes películas de dibujos animados, y (no faltaba más) tiendas y almacenes con tenderetes voraces que invitan al consumo y al derroche.
Ya desde el mes de octubre, el Terminator comercial y sus hechiceros de las mass-media, han comenzado a introducir en la mente del individuo, qué es lo que “necesita” (él o su ser amado) y qué lo haría lucir mejor… no a “él” sino al “otro”; adelantarse por ejemplo, ya no a adquirir el Mazda 2009, sino el 2010 para berrinche de sus vecinos.

Quienes se dejan controlar por la maquinara consumista, establecen en su mentalidad gastadora, de que no hay fiesta navideña sin luces, fachadas y escaparates con lo último en tecnología digital (un Santa que habla y recibe de mano de los niños cartas), además de la cena en donde no puede faltar el cordero y besugo, turrones y mazapán, champán y vino dulce, cava y sidra, guirnaldas con bolas de colores y cintas de adorno, portales y figuras del belén, corcho y musgo, juguetes y regalos de todo tipo.

Se puede decir (casi sin falla alguna) que el protagonista más destacado de la Navidad es el consumo mismo, polo opuesto que en estricto (sea o no la fecha en nació Aquél hombre) se concibe como recordatorio de su Obra. Una celebración que primero fue solidaria, oculta, liberadora, opuestas a estas fiestas engendradoras del consumismo, de emulación y gastos desmedidos. Por supuesto, la estrategia comercial no se opone a la Navidad sino que la integra. Frente al exhibicionismo de lo inútil, lo comercial queda en segundo plano: el hecho religioso del nacimiento de Jesús prevalece como slogan para el ingenuo.


Frente al misterio cristiano suena con una fuerza más que descomunal, el mensaje del consumismo ad nauseaum. El robot de la introyección mental todo lo desorbita y obliga a la obsesión por comprar regalos; sean teléfonos móviles y velas sugestivas, colonias y perfumes, corbatas y pañuelos, libros, vídeos y discos compactos. Las calles se miran abarrotadas de gente con bolsas repletas de obsequios. Mucho ruido, música a todo volumen, masificación. Y, para aquellos que, indiferentes ni siquiera de su lugar desean moverse, está la Internet…basta entrar, pasar la tarjeta y hacer acompañar el obsequio con un mensaje tan soso como naco y cursi.


La desesperación también mueve conciencias-digitales. Ya los expertos brujos de Wall Street han pre-determinado que este año (debido a la debacle bushiana del imperio gringo) las ventas bajarán en un 4, 5% (cantidad en dinero que daría de comer por 6 meses a países como El Salvador). Si acaso, algunas conciencias, cuando rezan, recuerden a personas y pueblos de otras naciones en su condición de exiliados, alejados de sus países de origen, encarcelados, huérfanos de todo tipo y, en general, los pobres y marginados. Y no falta quien por estas razones promueve en parroquias y asociaciones diversas colectas y gestos caritativos, al mismo tiempo que algunas Organizaciones no gubernamentales desarrollan una particular actividad.

Se preguntarán porqué escribo ahora de esto. Es por el contraste; el mismo que podría existir entre una pareja y otra, entre el abismo riqueza-pobreza, o el discurso presidencial y su fracaso a todas luces manifiesto. En este caso, consumismo versus el festejado, Jesús de Nazaret, parece ser de lo más desequilibrado que la humanidad pueda tener entre sus filas. Las distancias históricas suelen ser odiosas y despreciables; lo aquí escrito se acerca mucho al de Calderón homenajeando a los “caídos del 68’”

Nacido bajo la pretensión de ser rey, su parto se realizó en un establo; sus credenciales de Mesías confundieron su llanto con el mugido de las vacas y el balar de las ovejas; su trono fue un pesebre y su educación la de un carpintero. Fue un hombre que jamás tuvo oficina para contratar personal, ni tests psicológicos aplicables a esa partida de locos: 12 que le siguieron, uno de los cuales le traicionó. No viajó más allá de su propia tierra, y comía y dormía donde la tarde-noche le cayera. Algunos quisieron que Él fuera más agradable y atento con ellos, no obstante, en vez de las grandes multitudes prefirió, como apunta Borges, lo infinito del desierto. Cuando tuvo la oportunidad de hacerse de un socio que lo sacara de deudas, lo dejó ir sin más palabras que éstas: “Una cosa te falta, vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres”. No insistió en detenerlo al "cargado", jamás se empeñó en hacer proselitismo barato.


No obstante, era tolerante con los borrachos, los vagos, prostitutas y mal-vivientes. En tanto alguno que otro le ofrecía sus aposentos con viandas suculentas, Él declaraba que “Las aves de los cielos tienen nidos donde habitar y las zorras del desierto donde pasar la noche; pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza”. Se dejó matar por una extraña doctrina que enseñaba a los hombres a amar a sus enemigos. Como nadie, enfrentó al poder político y religioso, llamando a unos –a voz viva—“zorras” y a los otros “sepulcros blanqueados.


En suma, fue el peor vendedor del mundo. No ofreció salario, ni prestaciones, aguinaldos o prestaciones que incluyeran tarjetas de crédito. En vez de entrar a Jerusalén en la última de sus veces, lo hizo en un borrico en vez de hacerlo en un BMW. Para añadir adeptos a su reino fue peor: lo único que ofreció fue siempre un yugo, una cruz que llevar cada día, y una toalla que había que ceñirse a la cintura para servir a otros, ya que Él mismo profesaba: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir”. Cuando le preguntaron qué era la verdad, permaneció callado, porque la Verdad no se define, se vive… Y Él la supo vivir.

Contrastes.


Si Aquel Hombre me concediera hoy un deseo, le pediría que la noche del 24 de diciembre me enseñe cómo se escribe la palabra silencio. Y en tanto aprendo, me vaya dejando, una a una de esas letras, hasta que entre ese silencio, aprendido en la soledad más grande que pueda haber, y mi conciencia no haya más contraste que el ronquido de mis sueños.

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