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lunes, diciembre 29, 2008

Ignacio García: Mozart para flauta y violín


MOZART PARA FLAUTA Y VIOLÍN

i
En el silencio de la mañana,
el ondear de un corazón
donde tela insurgente tiñe de rojo
el borde y sus raídos

El silbo de un pájaro
(gorrión y calandria)
escapa por el hueco,
se hace de alas
y en vuelo impecable tachona el cielo
con esta lentejuela que impide
un infinito sin estrellas…


ii
Cierra, cielo, esta noche tu noche
Sea tu manto oscuro
la ruta del que pasa
y a ciegas insiste
en amores hechos de ceniza

El labio reventado
(helado zarzal su carne)
resopla en azul el canto, el sueño,
aquella utopía, la infecta del olvido

Aquí dentro, un allegro
mece el azotar de cuerpos:
sirenas que revientan sus cantos
contra el pedregal marino…

iii

Luto de amor, aire puro,
seda atrapada en negro,
música de mariposas cuyo vuelo
hiere con navaja al viento
reposan-y-aletean
y luego, con giros no-esperados
incendian de azul el poema:

letras mal-hechas
tildes temblorosas
una astilla en el oído
--sin que falte, por supuesto—
el herrumbre de la espada:

tierno aviso,
antes que la oscuridad “invisible”
haga de mi cuerpo su descanso:

En este silencio absoluto:
la orquídea que te traje de la sierra
se te cayó de las manos…


iv

Para envidia de Schöenberg,
esta revuelta de la “invisible”,
se prende al tímpano y a la vena

Tinta negra que besa tus párpados,
reza por tus ojos,
por el azafrán en tus pómulos...

Y la piel, que de inmediato detecta,
esta granada que embona en los pulmones
¿A dónde ir si apenas me levanto?

Basta con halar el espolón
para convertir en incendio todo violín
o –como solía decir Baudelaire—
hacer un cohete del corazón
Uno que explote cada vez
que flauta y cuerda se unan
para hundirme en lo más cruel
de este furioso recital

v
Ya pronto todo termina: violín y flauta.
breñal de mi corazón bajo la “invisible”

Se va el crepúsculo sin amor ni fuego,
el Oribe donde el té ya se hiela,
la luz amarga que, todos dicen, es mi emblema

¡Qué malo soy para las metáforas!
Cierra los ojos y haz de cuenta que nunca existí
Y lo que yo quería, es que el tachón ardiente,
sobre lo más oscuro del río,
fuera una nueva forma de hablarnos en secreto:
un hablar: tu hablar,
el único que conozco, hace cimbrar al infinito

¡Qué mal resulté yo ser para las metáforas!
Me atravesé con mi espada misma
y todo lo que tengo hoy
es esta pluma y Nadie que hable a mi infinito…

¡Qué hermosa resultaste
para crear nuevos silencios!

1 comentario:

cristina caballero dijo...

Maestro, qué alegría encontrarlo en este su Reino. Precisamente, hace unas mañanas frías pensé en lo que extrañaba su canto, siempre elevado. Y ahí está,con luminosos silencios, y una escuchando nomás,o no, claro. Porque más bien soy bastante parlanchina, aunque con los años, he aprendido a callar (sólo con amigos, suelo volver a ser la que fui). Qué se le va a hacer. Como dice una canción que acostumbraba escuchar cada noche allá en el puerto, hace muchos muchos años: "ahórrate esas palabras de amor/que nadie va a comprender/ni tan sólo yo...si lo que vas a decir/ no es más bello que el silencio/ no lo vayas a decir/que hable el mundo y calle el hombre/que hable el hombre y vuelvase a callar...mezcla al mundo/ruge mistral...". Sus palabras, Maestro, son ese terrible viento, que trae a la vera de mi camino el elusivo y extraño sentimiento, que a veces creo perdido para siempre, pero que los magos como usted reencuentran para los terrenales como esta servidora. Gracias por romper el silencio de manera tan precisa e impredecible