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miércoles, noviembre 26, 2008

Roberto Blaga: EDITORIAL, El enmascarado que da lata




EL ENMASCARADO QUE DA LATA


Parece increíble que una sociedad como la norteamericana haya elegido primero (con chapucería al puro estilo panista) , y luego re-elegido, a un presidente como “lo fue” George W. Bush. Por más que uno le da vuelta, cae siempre en la pregunta de si de verdad lo que mueve a ese país, a esa sociedad, es la inteligencia de una cultura política o un robot-consumista que acaba en estos últimos días de darles a probar de las mieles del “American Dream”, arrastrando con él a la mayoría de los países del orbe. Bush es el ejemplo de los nefastos explotadores, junto con sus llamados "aliados", a quien había que desenmascarar…Si bien, él solo ya se encargó de ello.


La misma idea de enmascaramiento se tiene cuando por toda red se difunden fotografías de una Europa esplendorosa, unida bajo el Euro, open-mind, y que parece no romper un vaso del bebedor ajeno por amor a la democracia, cuando, de verdad, en el mero fondo de sus intestinos no son sino culturas cuyo esplendor también se la levantado con mano de obra barata del obrero venido de las "economías emergentes".

Uno puede exagerar y no poseer la agudeza suficiente como para interrogar cómo es que un simio con apariencia humana llegó a la Casa Blanca y otro al Parlamento inglés, o al ministerio alemán. Para equilibrar este punto de vista, existen hombres como Günter Wallraff, quien acaba de estar en México, y posee una opinión aún más severa en contra de los patriota (inversor-petrolero) invasores de Irán y socios de quien ahora se halla en la tabla del peor presidente que hayan tenido los Estados Unidos.

Wallraff, famoso en México por su libro Cabeza de turco, (libro que vendió cerca de cuatro millones de ejemplares en Alemania y dio la vuelta al mundo, traducido a más de 33 lenguas) es un hombre sin reserva de voz. Y no tiene reserva por su papel de enmascarado: el autor primero se hizo turco, con el pelo y los ojos negros, sometido a los trabajos forzados reservados a los inmigrantes, asfixiado por el polvo industrial y por toda clase de vejaciones físicas; hoy escribe y actúa tras las metralletas del poder debido a su postura radical en contra de todo lo que se llame injusticia.


Redacta, evidentemente, en secreto, porque lo que escribe se está llevando a cabo ahora mismo. También está escribiendo una autobiografía, pero quiere convencer a su editor de que no la publique hasta después de su muerte: «No tengo ganas de enfrentarme de nuevo a un montón de enemigos. Y más procesos y más campañas de prensa. Estoy harto de todo eso».
Una enfermedad de los huesos lo deja paralizado, a veces durante días enteros. «Siempre he vivido al límite y a salto de mata. Ya tengo ganas de descansar y apoltronarme en mi sofá», dice. Como si pudiese salir de su máscara...

Wallraff, quien de alguna forma se ha convertido en el portavoz de los sin voz, es consciente de que no ha hecho más que darle una capa de pintura a los muros del infierno: «Por lo que respecta al trabajo negro de los extranjeros, la situación ha más bien ha empeorado. En Berlín, la capital heroica que se están construyendo, uno de cada dos o tres obreros es un extranjero ilegal. En aquella época trabajábamos por ocho marcos a la hora. Hoy, los rumanos son explotados a tres marcos la hora».
Está claro que un perturbador de la raza de Wallraff se ha creado enemigos y problemas para toda la vida. Inmediatamente después de la publicación de Cabeza de turco, al autor le llovió toda una cascada de procesos judiciales (la mayoría ganados por él) y un sinfín de acusaciones. Llegaron a decir incluso que Wallraff había explotado a unos negros para escribir sus libros. Y después de la reunificación, la prensa conservadora le empezó a considerar todavía más pérfido. Según esa prensa, el escritor habría sido un agente de la Stasi, la policía política de la ex RDA, o el agente Wagner, que intentó desestabilizar a la RFA a cuenta de la Stasi. El propio autor reconoce haber utilizado los archivos de la RDA, pero sólo entre 1968 y 1971, para seguir la pista a los antiguos criminales nazis.
Después de haber sido Alí, el turco, Günter Wallraff se disfrazó de un iraní... emigrante en Japón. «Allí, los iraníes son como los turcos aquí, emigrantes explotados y sin derechos». El justiciero alemán imaginó a continuación otros dos grandes papeles en el extranjero. Pero ambos acabaron mal. En Sudáfrica quería vivir en un gueto negro: «Había preparado durante mucho tiempo el proyecto», dice, mostrando una foto suya con la piel negra y el pelo rizado. Pero el apartheid cayó antes de que él llegase a Sudáfrica. El otro proyecto era hacerse pasar por un alemán de origen rumano que decidía volver a su país. Pero la democracia volvió también a Rumanía, sin esperar su ayuda.
Esta necesidad de enmascararse para desenmascarar las injusticias de nuestro mundo, Wallraff la achaca a un traumatismo infantil. «A los cuatro años y medio me colocaron en una guardería en la que me quitaron todos mis vestidos. Una brutal despersonalización. Creo que mi necesidad de meterme en la piel de otros tiene algo que ver con aquel shock. Quiero decidir yo mismo mis roles, en vez de aguantar estoicamente los que otros intenten imponerme».
Tras haber fracasado sus proyectos de enmascaramiento, Wallraff siguió siendo Wallraff. Pero aún así sigue multiplicándose. Cuando la Lufthansa se niega a dejar viajar a su amigo Salman Rushdie por miedo a un atentado, lanza una campaña de anuncios en la prensa alemana, haciendo un llamamiento para boicotear a la compañía nacional.
Galopando de arriba a abajo de su casa, Günter Wallraff trae montones de libros, en pro de los cuales se comprometió estos últimos años: el testimonio de un viejo gitano superviviente de los campos nazis, un libro sobre el comercio de mujeres en Europa... Wallraff abrazó las nuevas causas, sin dejar las antiguas. Desde su experiencia en el Bild Zeitung, el periódico alemán en el que se hizo contratar en 1977 para denunciar sus métodos sensacionalistas, creó una fundación al servicio de «las víctimas del Bild». «Cientos de personas fueron ayudadas y pudieron conseguir indemnizaciones», recuerda.

Ahora Wallraff se encuentra en México, merced al esfuerzo de varias instituciones y personas. Las fundaciones Heinrich Böll y Friederich Ebert, así como el Instituto Goethe, entre ellas, y ha concedido charlar con su público en el Palacio de Bellas Artes. Con su humildad característica decía a la multitud que lo fue a escuchar: “No me vean como un maestro sino como alguien que quiere aprender. De manera que todos ustedes, jóvenes, que están allá afuera en los pasillos, vengan y busquen acomodo aquí. Aprenderemos juntos”.
Reportero en activo a sus 66 años de edad Wallraff sigue cosechando triunfos en nombre de la justicia social y del bien común. En Bellas Artes, después de una emocionante semblanza leída por Jürgen Moritz, el maestro Günter Wallraff dijo:
Me he enterado, a mi llegada, que tan sólo este año han matado a 12 periodistas en México y que ninguno de sus casos ha sido resuelto. Me impresioné, porque eso significa que o el Estado ya se rindió o parte de él está metido en el crimen organizado”.
Cuando alguien le preguntó si tenía miedo debido a su abierta postura en contra de los poderosos, contestó: “He llegado a vencer mis miedos acercándome a los poderosos que les gusta sembrar el miedo, porque los he desenmascarado y los he puesto en ridículo, y porque he descubierto que en realidad son personas inseguras que solamente vencen sus propios temores infundiendo el terror”. Y al responder sobre el tema de Bush, afirmó: “Bush debería ser juzgado por un tribunal internacional de derechos humanos…el capitalismo rabioso o rapaz llegó a su límite y será sustituido por un movimiento democrático de paz, pero que no sea de mayorías empobrecidas intelectualmente”.

Jürgen Moritz recordó hitos importantes en la biografía de Wallraff, por ejemplo, que estuvo muy enfermo, por causa precisamente de los riesgos que enfrentó al infiltrarse a un lugar insalubre, e inclusive tuvo que recurrir al uso de una silla de ruedas. Hoy disfruta del ejercicio físico extremo como el tipo maratón.
También recordó Moritz cuando Wallraff cayó preso en Grecia y fue torturado por el gobierno de ese país. Y cuando impidió un golpe de Estado en Portugal porque se disfrazó de un alto líder de ultraderecha. Y cuando dio asilo a Salman Rushdie en su casa, en Colonia, porque era uno de los momentos más cruentos de asedio por parte de quienes lo tienen amenazado de muerte.

Volvió a tomar la palabra Wallraff: “soy un símbolo de la sociedad que ha comprendido que el mundo no puede seguir como está. En estos momentos de crisis nos hemos dado cuenta de cómo campean la gula y la envidia, y de cómo al aprendiz de mago se le acabaron los trucos. De manera que los jóvenes preguntan y no reciben respuesta”.
Narró más detalles de su inicio en el periodismo encubierto: “yo era bibliotecario y escribía poemas, pero en un momento enrolaron a todos los jóvenes en la guerra y yo tuve un fuerte conflicto de conciencia, no quería aprender a matar, mientras que mis superiores buscaban quebrar mi voluntad. Yo llevaba una bitácora y cuando me descubrieron se espantaron y me ofrecieron que si no publicaba nada de eso me dejarían ir. Respondí que no. Finalmente me lanzaron a la calle con un certificado que decía: ‘no sirve ni para la guerra ni para la paz’, de manera que no pude regresar a mi trabajo de bibliotecario y tuve que disfrazarme. Fue así como empezó este juego de personalidades”.

Fuentes: Cultura, 1-09-98, La Jornada 26-11-08 (Mónica Mateos-Vega)

1 comentario:

Anónimo dijo...

No deja de impresionarme como a pesar de los esfuerzos de la sociedad para acabar con el idealismo, siga existiendo gente que cree en la humanidad, y no sólo eso sino que la defiende sin importar las consecuencias. ¡Que maravilla!