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jueves, agosto 14, 2008

Gabriel Fuster: El milloncito




EL MILLONCITO

¡Bon Voyage!
Existe una escuela del pensamiento que dice que tú no has tenido un verdadero viaje hasta que tienes un Rolex. Tú no lo has visto todo hasta que no pasas un susto con la ley. Pues bien, ya trátese del reloj o ya de una condena, uno acaba entendiendo que el tiempo es sólo un pretexto. Por ejemplo, En Papúa Guinea no existen las cárceles, excepto un millar de pequeños atolones. En su cultura, el peor castigo a un delincuente es remitirlo a otra isla lejana, lejos de sus familiares y amigos. Harto sabido es el caso de este hombre acusado en el banquillo del mundo. Un turista alemán es encontrado culpable de homicidio y entonces remitido a una isla lejana, quieta sobre los superiores arrecifes de coral. Cada ola se convierte en un ave y vuela sobre las altas palmeras con cocos azulados y una playa de arena blanca. Depuesto y enterrado Dios para siempre, él se casó con una nativa allí y empezó una nueva familia, todo en una prisión que sólo se concibe en la paradoja. Ok, la liga es pésima, pero tengo mejores cuadernos jungianos en la caja del cráneo, para empezar de cero. Probemos un pasaje al Oriente en pos de las legendarias Catay y Cipango y Casio.

Polo Club.
Marco Polo fue el primer viajero en llevar a Europa noticias y artículos raros de China (entre ellos los fideos). Y la pregunta que surge aquí es, ¿qué puede ser lo que motiva a estas persona a emprender un largo viaje para traer fideos de vuelta?. Yo pienso, la gente viaja porque huye de algo. No sé, al interfecto, a la interpósita persona, a los intereses creados, a la intervención quirúrgica o la Interpol. Todas y cada una de las interpretaciones dadas, seguramente se convierten en la excusa idónea para llenar una maleta de ropa y tomar la ruta interestatal o la ruta internacional. La otra parte de la gente que se queda, mira los fideos y supone una razón más profunda, una respuesta más filosófica que explica la conducta del Marco Polo. Aquellos condicionados por siglos de razonamiento colonizador, la verdad sin verdad no basta, entonces imaginan algo que suene políticamente correcto como contemplar la oportunidad para perder peso, especialmente si se agrega una dosis de disentería a la dieta nativa que el gusto puede aceptar; o aprender una lengua nueva y uno de inmediato se sorprende lo rápido que uno aprende palabras simples como “baño” y “pasaporte” en el extranjero; o quizás tener un tema mejorado de conversación en las reuniones, donde indudablemente la gente se deleitará escuchando tus anécdotas respecto a la vez que terminaste en una cárcel turca del mismo modo que Billy Hayes o tus primeros giros de samba de guante con dos robustas enfermeras, aprendidos durante tu toma de muestras en la clínica brasileña de enfermedades venéreas. O porque quieres permanecer en un hotel de cinco estrellas y ser atendido como Rajá, no obstante eso es transplantar tu estilo de vida arriba de 10 salarios mínimos, o la imagen proyectada de cómo deseas que sea tu estilo de vida con tu salario mínimo, a otro lugar, pero si esa es la razón políticamente correcta para ver la plaza de Florencia oculta en una gota, detrae los mejores usos que el dinero puede brindar para poner un jacuzzi en la azotea de tu casa y contratar a una edecán sin trabajo que te lleve las bebidas al tintineo de un exótico agitador. Ok, me atraparon en la frase. Alguien tuvo que conseguir el agitador. Marco Polo es un insaciable coleccionista de agitadores, ceniceros, cucharitas y demás artículos raros que el viajero trae a su escaparate de palisandro. Ahora bien, la gente viaja porque huye de algo, pero si alguien no está conforme con esa línea de razonamiento o presientes que la gente que te escucha no te cree que vayas a bendecir el pasado mañana de tu salida, pon a prueba la versión más enigmática de anuncio en un oráculo, “Porque necesito una vacaciones, o ¿no tengo derecho?”. Esta frase es lo suficiente interdisciplinaria para satisfacer al más indiscreto de tus inquisidores. Leticia y yo, hicimos maletas en Julio del 2004 para hacer el recorrido de un mes por Asia, visitando Japón, Singapur, Tailandia, Hong Kong y China. Antes de terminar de hablar, Leto me pregunta:
-¿A qué le estás huyendo?-
-No, Leto. El plan es un severo caso de envidia hippie. Verás, los hippies tenían la mejor música, los mejores tiempos, el mejor sexo, pero encima de todo, ellos fueron envidiables porque se consiguieron los mejores viajes.
Leticia resopla los flecos en su frente porque piensa que me creo muy listo.
Marco Polo sonríe cabeceante porque aquí nomás hay de dos sopas.

Japón
Entramos a la sección amarilla. Los mismos fantasmas elásticos de Tablada. “¿Qué? ¿Esperabas ver a Los Simpsons?”, me reclama Leto. Aterrizamos muy cansados en el Aeropuerto Internacional de Narita, pero necesitamos reunir fuerzas de la nada y trasladarnos al Aeropuerto de Haneda para hacer el vuelo local a Osaka, luego seguir en taxi a Kyoto, porque desde ese punto inicia nuestra excursión. Más tarde descubrimos que resulta más barato y expedito tomar la ruta en tren bala desde la estación Hamamatsucho. Realmente una pena. Me refiero al folleto en mano. Quizás mi inglés resulte inoperante y sin, embargo, preferible a perdernos. Los ojos, como un dedo que restriega el garabato, no entienden nada. Los signos aturden. No es para menos, para leer en japonés es necesario conocer tres alfabetos, integrados por tres clases de caracteres. Dichos alfabetos son Hiragana, Katakana y Kanji. Los Hiragana son símbolos, semejantes a nuestras letras, con una equivalencia fonética. Los Katakana, muy similares al Hiragana, son símbolos compuestos a partir de trazos o porciones de determinados kanjis. Actualmente, se utilizan por lo general para componer palabras procedentes de otras lenguas y para los nombres científicos de animales y plantas. Los kanjis son ideogramas, esto es, símbolos que representan una cosa o una idea, no son, por tanto, palabras. Cada kanji tiene un nombre que es preciso conocer y un significado que puede variar con el contexto. Existen, como en nuestra lengua, tanto kanjis homónimos como kanjis sinónimos. Diferentes kanjis, con distintos nombres, para representar una misma cosa. Su número se cuenta por millares, más de cuatro mil, lo que da una idea de lo complejo que puede llegar a ser leer o escribir en japonés. Shodo, literalmente "el camino de la escritura", es la palabra que denomina la caligrafía japonesa. La caligrafía, o el arte de escribir con letra bella y correctamente formada, según diferentes estilos, es una vía de introspección como siempre sucede al deshacer el fuego en gotas. El pincel, flexible y adaptable es la prolongación viva de uno mismo. El trazo fluido, natural, sin violencias y sin correcciones confiere al Shodo su peculiaridad principal, el trazo "imperfecto". Este, si es espontáneo, posee un valor incalculable. Si se corrigiera, la tinta al secarse delataría la enmienda, haciendo inservible la obra. Seguramente es la implicación personal del calígrafo asociada al Shodo y al Haikú, breve poema tradicional, que nos conforman un todo apreciadísimo en el mundo de la cultura tradicional japonesa. Aprender a escribir es descubrir el rumor del silencio. La vida cotidiana sacude la mano, articula los cinco estilos. Kaisho es el estilo regular, que ofrece una claridad que facilita la lectura. Sería el equivalente a unos tipos de imprenta establecidos. Gyosho es el estilo cursivo. Se ejecuta a mayor velocidad, presentando ligaduras entre ellos. Sosho es el estilo hierba, la huella leve del pincel bailando sobre el papel., que sólo los más iniciados son capaces de leer. Tensho es la clase que se utiliza actualmente para elaborar los sellos con los que se firman las obras, y Reisho, el mencionado estilo de los funcionarios. En perfecto Kaisho, la azafata me extiende con respeto un cuestionario para evaluar la calidad de sus servicios. Yo le digo, “Péineme a la japonesa y tráigame un gran abanico con paisajes amarillos”. Leto comenta que estoy muy cansado del vuelo. Dos horas más tarde, nos alojamos en el Rihga Royal Hotel de Kyoto. En el televisor de plasma del cuarto, alcanzamos a sintonizar el Doyo-iri, o ceremonia de entrada al ring, y ocho excitantes combates de Sumo. Sosho más Sosho, wow, son casi dieciséis años de distancia del Primer Concurso de Haiku que Japan Air Lines organizó y ahora estoy aquí, vestido de gato garabato bailón. Leto insiste que estoy muy cansado. En Kyoto es una obligación ver el castillo Nijo, el Pabellón Dorado y el santuario Shintoista de Heian. Kyoto es la antigua capital del Japón feudal. Una caminata por las viejas calles del Barrio de Gion, permite disfrutar las artes tradicionales que el período contempló: la música del koto, la ikebana o arte del arreglo floral en lindas cajas de papel cuyo plegado atribuye el arte origami, el bunraku o drama de marionetas y la ceremonia del té. La ceremonia del té es un modo de entretener a los curiosos que llegan al lugar, sirviéndoles una infusión de té verde de conformidad a un orden ritual. Posiblemente la ceremonia fue en un principio usada como el acontecimiento del bostezo del gato para ajustar las disputas feudales. Se lleva a cabo en un Cha-shitsu, o cuarto pequeño que se mide en tatamis, aproximadamente unos doce o dieciséis, que son alfombras al tamaño de una persona. Usualmente rodeado de unos paneles corredizos de celosía en madera, cubiertos con papel, llamados shoji, los cuales proveen una suave luz, difusa, de tregua. Los invitados están obligados a entrar de rodillas. El hecho que los invitados entren de esta manera sirve al propósito de prevenir cualquier intento de sacar una espada escondida entre las ropas. La ceremonia en sí, empieza cuando la aprendiz o Maiko trae los utensilios a la mesa: tazón de porcelana, botes de té, cubeta con agua, platos y una tetera de hierro. La Geisha prepara el té, siguiendo precisos e intrincados movimientos que mecen el mundo, colocando los polvos en el tazón, al cual agrega agua que ha sido calentada sobre carbón. El té es agitado con una escobilla de bambú e inmediatamente pasado de mano en mano. En Kanikakuni, una casa tradicional del culto, sacada de un libro de Clavell, Leto y yo somos vestidos de kimono. Durante la ceremonia que nos toca atender, la Maiko sirve dulces de soya a otra pareja de esposos.
- Nosotros no usamos palillos de donde provenimos - comenta el marido.
La Maiko sonríe y se retira, sólo para traer a su regreso un par de palillos decorados, que obsequia a la señora. El marido gruñe. La señora se disculpa con la aprendiz.
- Lo que quiso decir mi esposo es que nosotros contamos con nuestros propios instrumentos de tortura.
En el cuarto día, abordamos el tren bala hacia la estación Hamamatsucho, en Tokio. A partir de este momento, descubrimos los cien caminos de los shinkansen que nos permiten tener sobrado el día. Gracias a esas novelas de E. M. Forster, mucha gente considera que los viajes en tren son una aventura en decadencia. La velocidad suma de este portento, perteneciente a la era cuando el hierro y el carbón constituían la tecnología del viento demudado y el sol jamás se ocultaba en el imperio británico, es llevada a morir, pero no, hay que subirse a un tren bala. Definitivamente, la red de transportes JR East nos hace reaparecer de nuevo en la casa mágica. Vemos el alba y el crepúsculo y el eje en que se juntan. Viajamos a Kamakura, donde vela el gran Buda de bronce, y a Hakone, con su gran parque nacional, como si estos fueran dos extremos que se tocan. En otra ocasión, nos dirigimos a Hiroshima, el sitio de la atroz bomba atómica, a para regresar a Tokio en todo momento, como el constante punto de partida. En la Ciudad de Tokio, al nivel intestino, el intrincado laberinto de trenes metro hace que la ciudad esté cruzada de poesía por todas partes. Leto me dice que ha visto antes esos documentales enterando a la opinión de la sobrepoblación en Tokio, con la imagen imborrable a la memoria de los pequeños guardias usando guantes blancos, empujando a los pasajeros dentro de los vagones para que cierren sus puertas. En Tozai Line, parte el tren inesperado a la satisfacción de nuestros deseos. Leto y yo hacemos bajada en Disney Tokio Resort. Yo encuentro divertida la idea de encontrarme al elenco de La Bella y La Bestia en una versión de Kabuki, pero no le digo nada a Leticia. Ella está feliz. Ginza es el lugar con clase. Allí está la luz, la luz que los monjes no quisieron ver. Caminamos cegados por los precios en los aparadores, pero no le digo nada a Leticia. Ella está enamorada. Voltea y nos guiña el ojo Mr. Roboto. Mi lección final es que la puntualidad ha de llevarnos más lejos de lo que nadie pueda sospechar.

Singapur.
Arribamos al Aeropuerto Changi en Singapur a las 17 horas. Cumplido el tramite de migración, el camión del tour nos condujo al legendario Hotel Raffles, bautizado en honor al visionario que estableció allí una factoría de la Compañía Británica de las Indias Orientales, siendo entonces una isla casi desahabitada. Quizás el último edificio en Singapur conservando la arquitectural colonial, la última leona en pose retadora contra las corpulentas torres de Boat Quay, dentro del orden de los grandes bancos marinos, al otro lado del río Singapore. El resto del entorno urbano, con sus calles limpias, es como el vecindario inexistente de esas casas de diseño que uno hojea en revistas como Vogue Living. Son tan bonitas, todo parece puesto en el lugar correcto, pero difícilmente te darían ganas de vivir en una de ellas. Singapore it’s a fine city, dicen los locales. El nombre de Singapore proviene de la palabra singapura que significa ‘Ciudad del León”. La palabra fine concede dos significados al humor: a) bello, elegante, grato, y b) multa, pena pecuniaria. El gobierno de Singapur trata a sus ciudadanos como niños desobedientes de escuela. En Singapur todo está prohibido. Principalmente, en Singapur está prohibido fumar. Es más, ni siquiera existen lugares reservados a los fumadores que acerque a la vieja limosnera. Algunos singaporianos piensan que tener una sección de fumar en los restaurantes es el equivalente a tener una sección de orinado en las albercas. Desde entonces, desde que las multas se han hecho efectivas por tirar basura, masticar chicle, usar pelo largo, Singapur se ha vuelto más esterilizado que un biberón. Por otro lado, dada la extensión territorial del país, escasos 618 metros cuadrados, un poco más pequeño que su patriotismo, y el temor a la sobrepoblación, con las medidas de control de natalidad que existen, el Gobierno ha logrado que sus ciudadanos se olviden de procrear también. Singapore it’s a fine city. Al menos los singaporianos han progresado emocionalmente. Por ejemplo, encuentro un lugar con un multicinema y un Burger King. La whopper no es la cosa extraordinaria. De hecho, no soy un fast food lover, pero después de siete días en Japón comiendo arroz y nuggets de pescado frito en todas las formas imaginables, al momento de dar la primera mordida a la hamburguesa, el cielo se abrió en dos partes y un coro de ángeles cantó hossanas para mí. Sospecho que eso es lo que provoca en un hombre el delirio.
Los dos breves días de permanencia en Singapur sirven sólo para jugar golf y anotar el hoyo 18 hasta la isla de Sentosa y comprar fayuca como si nuestras tarjetas de crédito hubieran estado bloqueadas y nuestras cuentas de banco congeladas, antes de dejar México. El jueves volamos a Tailandia.

Tailandia.
Leticia y yo tomamos nuestro turno de tutearnos con el gallardamente uniformado oficial de migración. No cabe duda que las monarquías gustan mucho del redoble de los distintivos. El guardia de las estatuas vistas revisa nuestros pasaportes, dirige una mirada pasajera a nosotros. En mí encuentra una cara semejante a la evaporación de los rostros, aunque encuentra algo de acogida familiar en los bonitos ojos mestizos de Leticia. Pregunta con sinóptico inglés:
-¿May I ask what’s it’s relation to, sir?
Yo imagino que me pregunta que relación guarda Leto conmigo.
-Bueno – contesto con el mejor idioma dormido entre nosotros– acabo de conocerla y me gustó para casarme. Antes le pregunté si puedo llevarmela a casa.
-¿Is she Thai?
Supongo que me pregunta si ella es natural de Tailandia
- No, para nada – aclara mi inglés más pulido – Ella es buena secretaria. En un santiamén podría pasar por la esposa del Rama, pero dudo que fuera a agradarle ser referida como la ramera. En cierto modo, lo bustona la convierte en una extranjera en mi país, pero definitivamente ella es mexicana.
-Sir, as you can understand, we have regulations we must follow
Creo que me trataba de hacer entender que no comprendía el asunto y, como sucede en estas contingencias internacionales, se remitía a la regulación pertinente de estenotipia.
- Si lo prefiere – digo - podemos aplazarlo en asilo como dos rehenes del amor. Apenas nos conocimos en el avión y no hemos podido quitarnos la vista de encima, uno del otro.
El oficial abre la sección de los visados en el pasaporte y pone su sello de admisión. Recojo los documentos y cruzo la puerta hendida, aguantándome la risa. El evento es un poco mi desquite por el precio de la visa. Visas –no salga de casa sin ellas. Visas para turistas en gerundio. Un montón de países no pueden vivir sin el dinero extra que ellas aportan. La visa es un sello puesto en tu pasaporte por un gobierno extranjero, que te permite visitar su país por un limitado tiempo y por un limitado propósito. En realidad es una excusa oficial para ordeñar tu dinero una vez convertido en divisa extranjera. Como una regla general no escrita, mientras menos importante el país, más cara la visa. Y para dar sentido a la misma, el costo será igualmente desproporcionado con respecto al tiempo que se va a obtener de permiso. La visa de Tailandia costó 25 dólares tramitarla en la Embajada y fue extendida para solo cinco de permanencia, o sea, 5 dólares por día. Pero el asunto no termina allí, el portador de la visa además paga un impuesto al ingresar al territorio en la moneda nacional, en este caso como 40 baths, aproximadamente otros 25 dólares de tu pezón recubierto, y otra cantidad igual para salir del país al término de la visita. No obstante este robo del mundo, autorizado por el mundo, el viajero ama las visas. Por supuesto que cuestan el oro de los pueblos, pero existe un poco de vanidad y secreto confortable entre las viejas porteras al gozar la licencia que concede su guarismo misterioso, la florida firma al calce. Es como una medalla de honor. Y con este emblema iconoclástico, azul inalterable, del reino de Tailandia, salimos del Aeropuerto Internacional de Bangkok.
La ciudad es un enorme terreno bajo construcción. Nos informan que muchos de los canales, o khlongs, han sido rellenados para hacer calles y avenidas. Nuestro guía se muestra igualmente orgulloso de los rascacielos que han sido levantados con los ojos puestos en el futuro. Alarmantemente, para mi punto de vista, los arquitectos tailandeses parecen estar en una seria competencia de ver quién puede construir el edificio más alto que parezca un pene. La contaminación ambiental es muy parecida a la de México. En el camino es posible pagar una visita a los puntos de interés como Wat Pho, o templo del Buda reclinado, Wat Phra Kaew, o templo del Buda esmeralda y 998 templos budistas más, esparcidos por ahí, porque la gente de Tailandia es devota de Buda y cree en la reencarnación. Ellos afirman que los actos cometidos en la vida actual, determinan el destino en tu siguiente vida. Por ejemplo, si tus actos fueron buenos, es posible reencarnar en este mundo nuevamente, ya sea en otro ser humano o un animal específico o una planta o un folleto de Greenpeace. Por el contrario, si tus actos fueron malos, los tailandeses temen que reencarnas en un Birmano. El Hotel de nuestro destino, el Shangri-La, se ubica al final de Silom Road, la principal arteria financiera y sitio de negocios, Bancos, Embajadas. Afortunadamente, nuestra habitación da con la vista al Chao Phraya River, o río de los Reyes. Basta el reflejo del sol ido en el agua para ver el largo complejo del Grand Palacio y el Museo de las falúas reales, o falucas, especie de lancha con carroza, muy adornada, situados al lado oeste del afluente. Aumento de silencio, gran vocerío de realidades. El mercado flotante en cuyo absurdo remedio es el mal presente con que su bien compramos. Damnoen Saduak. Sigo mi rumbo tras ligera reverencia con las manos al frente y juntas, en intercambio de saludos. En nuestro tercer día de estancia en la ciudad de la eterna sonrisa, echamos suertes con una moneda, específicamente un token del Metrorrey que guardaba para esto fines en mi cangurera, y decidir el lugar siguiente a reconocer: Khao San Road o la ciudad antigua de Ayuthaya. Khao san Road, ubicada en el Distrito de Banglamphsu, es el hogar temporal de los viajeros con destino a las playas tropicales. Por ello, es aquí donde tiene lugar la trama de la novela de Alex Garland, titulada “The Beach” (aunque en realidad la adaptación del Best-seller fue filmada enteramente en Manila, pues Khao San Road no lucía lo suficientemente veraz para el director Danny Boyle), mientras que el desenlace del libro sucede en Phi Phi island, localizada en el sur a 90 de minuto de vuelo o 55 kilómetros a nado del Tailandia continental. Dos islas. Phi Phi Don, la grande, y Phi Phi Lai, la deshabitada. Tentador deseo de ver la destrucción del planeta de primera mano, pero Leto no es una entusiasta del cine como yo. Ahora bien, la capital es un buen punto de partida y si tomamos la dirección contraria, al noroeste, es posible seguir la vía férrea y llegar al puente sobre el rio Kwai, portento construido por prisioneros de guerra aliados durante la ocupación japonesa del lugar. Hoy famoso o infame nombre en la frontera con Birmania debido a la novela de Pierre Boulle y su versión cinematográfica dirigida por David Lean. Leticia opina que me calle y vayamos a Ayuthaya.
Phra Nakhon Si Ayuthaya, fue la capital de Siam durante 417 años. Siam es el otro nombre que le impuso Oscar Hammerstein II al exquisito reino asiático para justificar un libreto musical con Yul Brynner y Deborah Kerr, pero los Thai, procedentes del sur de China hacia 1219, no lo creen así. No importa el nombre al contemplar la ciudad en ruinas. Para llegar allí, uno paga un samlor o un songthaew, o camión de remolque adaptado para llevar pasajeros. De igual manera se puede llegar por el Chao Phraya River, o río de los Reyes, en bote de motor, para hacer el recorrido circular por el canal que envuelve a la ciudad o bajar en el mismo muelle frente al palacio. En la entrada del magnífico palacio, uno hace el recorrido de una hora montado en un elefante. Por una tarifa extra de 170 baths, los dueños de la empresa harán que el elefante se arrodille para que usted pueda bajarse al final del paseo.
De vuelta a Bangkok, visito Patpong Road, la zona de las chicas usando un broche de plástico, con una numeración al doble cuatro, injerto en su corto uniforme de lycra de dos piezas. Cada fin de semana, Bangkok se llena de occidentales en la fila del ímpetu por recibir las técnicas de masaje oriental. Sin tomar en cuenta la fácil disposición de centros de masaje en cada esquina, yo sugiero poner atención al sabio dicho buda que reza: “Cuidado con lo que deseas, puedes conseguirlo”. Otra clientela turística la forman las mujeres maduras que hacen su escape al lugar de la mano de un galán más joven, que a toda vista corre con todos los gastos pagados. La recompensa se verá, como yo lo ví, con la visión de una cuarentona consintiendo a su mancebo vistiendo Chemise LaCoste, en la mesa de al lado, y diciéndole “miau, soy una gatita”. Completo en su encanto, con apropiados movimientos de mano.
A la mañana siguiente, Leticia y yo regresamos al Aeropuerto Don Muang, para volar a Hong Kong.

Hong Kong.
Hong Kong podrá ser la capital mundial del duty free, pero muchos aventureros se consiguen siempre algo menor de lo que regatearon. La caja del producto puede contener todos los numerales y especificaciones del modelo. Aun más, la tienda puede mostrar el sello de QTS, Quality Tourism Services, en la puerta de su negocio, pero solo Dios sabe que contiene en su interior el paquete. Lejos de ser un modelo de otra calidad o el gato de Scrodinger, esta vez muerto, de recibir gato por liebre, probablemente éste contenga un ladrillo. Con humedad del 95% y temperatura superior a los 30 grados, Hong Kong dejó de ser dominación inglesa a partir del año nuevo de 1997, para convertirse en la Región Administrativa Especial de la República Popular China. Pero, aunque la tierra regresaba a los brazos de su patria, la reunificación trajo los trastornos culturales propios de la maldición de la culpa. Al menos con el Hong Kong iluminado con grandes anuncios de neón. Por ejemplo, la marca de Coca-Cola en chino se lee “Ke-kou-ke-la”, que significa “muerde al renacuajo de cera”, o también se traduce “La yegua se rellena con cera”. Todo depende de la entonación y el dialecto. La Empresa embotelladora revisó 40,000 caracteres para encontrar el equivalente fonético “Ko-kou-ko-le”, que se entiende como “felicidad en tu boca”. Con Pepsi, en cambio, apenas y sí fue más deslizable el bramante de su slogan entre los dos oídos. La campaña “Come alive with the Pepsi generation”, algo así como “Vive la generación Pepsi”, para los chinos se tradujo como: “Pepsi te regresa a tus ancestros de sus tumbas”. Afortunadamente, ambos casos tuvieron un sencillo vestigio de congruencia mejor que el Tratado de Nankin, acerca de la transición pacífica de la colonia.
Nuestro hotel InterContinental Grand Stanford se encuentra ubicado del lado de la península de Kowloon, que es la parte continental de Hong Kong, unida a China. El lugar ofrece una espectacular vista de Victoria Harbour y el paisaje altivo de los rascacielos que hacen de la isla de Hong Kong, el Manhattan asiático. Leticia y yo decidimos esperar a que llegue la noche para tomar el recorrido en yate y ver la isla iluminada, desde todos los ángulos. Como una anécdota privada, esa noche, para el asombro mío, en plena travesía me veo frente a frente con el clon de mi papá. El sujeto es un turista español, que viaja con su familia procedente de Andalucía. Yo le comento, ¿Cómo es posible que, desde España, yo lo encuentre aquí en Hong Kong?. Él me responde, “Bueno, se ven tan cerca uno del otro en el mapa”. Ambos reímos con la suma respirante que forma los continentes. Nada que no pueda salvar la hospitalidad del bar abierto y la fantástica vista de la langosta al curry. Al día siguiente, Leticia y yo visitamos extraordinario Centro de Convenciones construido a costa de las aguas de la bahía misma, en la zona de Wanshai. Leticia pierde un rostro sobre un rostro. El milagro de la hospitalidad ocurrió, cuando el guía nos rescató de en medio de la multitud para conducirnos hasta nuestro destino final en Pico Victoria. Victoria Peak es el extremo superior de la isla de Hong Kong y el mejor lugar para tener la vista panorámica de Victoria Harbour. La misma franja de los rascacielos lucha contra el temblor de tierra, hace su refutación a la gravedad, pero el aire está inmóvil dentro del tranvía que nos comunica al nivel medio del Pico Victoria. Se trata de una ilusión óptica, debida a la inclinación. El ascenso lento borra las perspectivas tocables. El paseo incluye la visita a Repulsa Bay al regreso de la cima. Casi sin exagerar, podría afirmar que el primer rostro inglés que vimos fue el de los inquilinos de los edificios vecinos a Repulsa Bay, mientras se cepillaban los dientes, indiferentes al paso de nuestra vagoneta. Repulsa Bay es una playa multisimbólica con budas y puentes y calderos de buena fortuna, se llama así porque originalmente fue un sitio de defensa contra los piratas. Lo que más llama mi atención es una camiseta que lleva puesta una chica pelirroja que mucho me recuerda a mi ex y se lee: “La estimulación anal es grata a los hombres porque ellos tienen próstata. Las mujeres no”. Al final del día, Leticia y yo tomamos el lento ferry de vuelta a Kowloon Public Pier. Esa noche, me pongo para dormir la camiseta que le cambie a la chica pelirroja por un supositorio y un comentario habitual. Muy temprano desayunamos para tomar el taxi al Aeropuerto internacional de Chek Lap Kok, en la isla de Lantau, para volar a Beijing.

China
A diferencia del reino de Tailandia, la solicitud de visa para ingresar a la República Popular de China exige la satisfacción de ciertas demandas. Los chinos habrán de insistir que para otorgar la visa uno debe acompañar a la solicitud una carta personal de recomendación de Mao Zedong (sí, el muerto) y una recitación de memoria de su pasaje favorito del Libro Rojo. Entonces, seis meses después, ellos rechazaran el otorgamiento de la visa, por su rol de convertir la certeza en probabilidades. Si uno aplica en un país vecino, como Singapur o Tailandia, ellos nada más insistirán en la carta. En todo caso, American Express es muy bien aceptada en todo el territorio.
- ¿Son amigables aquí? – Me pregunta Leto, tomándome fuertemente del brazo.
- Por supuesto que no – le contesto – aquí es China. Cuando ellos te confirmen una cosa , tú cree lo opuesto.
El interior del Aeropuerto Internacional de Beijing luce igual que cualquier otro Aeropuerto del mundo civilizado. Sin embargo, cuando me aproximo a comprar cualquier cosa, es obvio que el aeropuerto está controlado por un gobierno comunista. Tan sólo para comprar una tarjeta telefónica, por ejemplo, me involucro en un peculiar baile de ida y vuelta, entre el cajero y un inspector apostado en la entrada del local. Un recibo por la compra debe ser llenado por triplicado y luego sellado y firmado por ambas personas. Toda esta operación por una venta de 5 dólares. No me extraña porque no hay crisis de empleos en China. La tarjeta inteligente es otro fiasco, consume tu crédito y simplemente por escuchar las notas del alhelí. Le sugiero a Leto esperar a llegar al hotel, para intentar hablar desde el teléfono de la habitación. En tremendo lapsus, hasta intento abrir la puerta del cuarto con ella.
Hoy es día de visitar la plaza Tiannamen. He aquí una de las experiencias multitudinarias más perturbadoras de mi vida. Al llegar a la plaza, dos filas de gente llenan la salida del pasaje y se extienden hasta formar la muchedumbre frente al mausoleo dedicado a Mao Zedong (Sí, el muerto). Yo casi no puedo moverme. “Deberían ver cuando esto está verdaderamente atiborrado de gente”, comenta el guía. El trata valientemente de conducir al grupo hasta la entrada de la Ciudad Prohibida, llevando una bandera mexicana en alto. Aparentemente él no bromea. El hecho de que cada 50 segundos pueda mover mis brazos indica que se trata de un día tranquilo hoy. En cualquier otro día , uno debe alcanzar la masa crítica y colapsar. Aún en estas circunstancias, no faltan los vendedores ambulantes. Todos los precios son regateables, pero uno siempre termina pagando un 20 % por encima del precio justo. Si tu billete es grande, en un descuido, te pueden devolver la diferencia correcta de tu cambio, pero en rupias. Aquí es donde empieza la verdadera diversión. Los comerciantes te ofrecen snacks, postales, joyería, bolsas y ofertas especiales, incluyendo el paquete de media docena de budas por 10 dólares. Aún la pornografía está a la venta. Cartas de pokar y revistas japonesas. Viendo mi incomodidad, el vendedor me comenta que el problema no es tener sexo con un animal, sino que es pecado comerse después la carne. Por el contrario, HongQuiao Market es para la piratería. Nos detenemos en The Friendship Store, o La Tienda de la Amistad, donde el Guía participa de una comisión allí. Yo digo que aquí podemos comprar amigos, pero mi sentido del humor es de escritor incomprendido. El guía me comenta al oído que para eso, hay otros lugares en Beijing, muchos muy cerca de mi hotel. Creo que es llegado el momento de pensar en la noche en que nos estaremos muriendo nosotros.
La visita a la gran muralla es el evento que rebota en el corazón de todos antes que el cuerpo se rompa en pedazos. La tenemos al otro día. El punto de encuentro es Badaling. Badaling fue la primera sección de la gran muralla que se abrió al publico en 1978, desde entonces unos 130 millones de turistas han visitado este tramo. Badaling se halla localizado en el Condado de Yanging. Visto en el mapa, el lugar se encuentra al noroeste de Beijing, a una distancia no mayor de 70 kilómetros a vuelo de pájaro, pero en el pavor terrestre de un camino triste, uno puede duplicar el tiempo del recorrido debido a los embotellamientos en la carretera. Históricamente, la función de Badaling era proteger el paso de Juyong-guan, con su elevación sobre los 1,000 metros. Badaling es un peculiar proyecto de defensa militar muy antiguo. En la plataforma de las atalayas se encendían fogatas para avisar la aproximación del enemigo. Una fogata anunciaba la invasión de 100 hombres, dos fogatas la presencia enemiga de cerca de 500 hombres. Tres fogatas indican la presencia de más de 1000 hombres. El acceso al paraje es necesariamente en autobús. Por supuesto, comprar los boletos a los precios locales es la parte fácil. Cuando nos acercamos al autobús indiscutible, la muchacha que recoge los boletos, con pecho de hombre y una mascarilla desechable que le tapa nariz y boca, se rehusa a dejarnos entrar hasta pagar unos 160 yuans extras por el suplemento extranjero. Eventualmente es disuadida por el Guía, pero entonces es el turno del conductor que descubre siete extranjeros a bordo y se rehusa a partir hasta que le paguemos cada uno 60 yuans extras. El Guía sugiere que lo paguemos. Ambos sabemos que el dinero va ir directamente al bolsillo del conductor, pero lo que yo no sabía hasta ese momento es que el pago convierte al conductor en el camarada que monta el camino para sus más largas marchas. Así que pago el dinero extra. Dos israelitas se rehusan a pagar los 60 yuans y llaman al conductor de mil maneras airadas en hebreo. Es una escena muy penosa. El chofer toma las maletas de los judíos y las arroja fuera del autobús. Los judíos las arrojan nuevamente al interior. El chofer patea las maletas. El resto de los pasajeros nos empezamos a acalorar en medio de la confusión general. Yo le digo a Leticia que va a hacer un largo viaje hasta muralla. Los que me alcanzan a escuchar, que no estaban en la conversación, voltean a verme y fruncen el ceño como si yo tuviera algo que ver con la demora. Yo me encojo de hombros y prentendo que no entiendo nada. A las 11:40 p.m. y un derroche de adrenalina, llego a Badaling. Los israelitas, al fin de cuentas, fueron dejados atrás. No obstante que al final accedieron a pagar los 60 yuans extras, el chofer se negó a ser su camarada. Mi ultimo deseo es que al menos sus tickets sean reembolsables. A las 12 en punto inicio mi caminata más alta que todas las babeles soñadas por la soberbia. Dos horas más tarde, alcanzo la séptima atalaya, sofocado como un fumador con el crónico habito de seis cajetillas diarias. En la noche, se lleva a cabo la cena especial de pato laqueado, en honor de los escaladores. El pato laqueado es un platillo imperial, cuya elaboración toma un día entero. La pieza es destripada y un poco aire comprimido es bombeado bajo la piel para separarla de la carne. Otra mezcla de aceite, salsa y melaza se entra por las manos y quiebra los gritos de las alas. De este manera, cuando se ha rostizado del sublime externo, el pato luce rojo y brillante como si estuviera pintado. Por ello el nombre de pato laqueado o carnard laqué como lo llaman los gastrónomos. Yo digo que es el pato loqueado, pero mi sentido del humor es de escritor incomprendido. Durante la velada, la mitad del grupo se despide porque regresa a México a rendir cuentas. El resto del grupo continúa a Xian y Shangai.
En Xian, Leticia y yo nos quedamos boquiabiertos ante la contemplación del ejercito de terracotta que custodia la tumba de Qin Shihuang, el emperador de la primera dinastía china. En Shangai, el suministro de dólares se convierte en déficit. Leto se queda con las ganas de adoptar a un chinito con la cara chorreada, que duerme en las calles. Las XXVIII olimpiadas empiezan en Grecia. Eppur si muove. Fin del viaje

¿Algo que declarar?
Leticia quiere saber, ¿cómo es posible que nuestro vuelo, que sale a las seis de la mañana del día 19 desde Shangai y tomando escalas en Tokio y Vancouver, anuncia llegar todavía a México el mismo miércoles 19, a las cinco de la tarde? Yo le explico que volando en dirección contraria a la rotación del planeta, cruzamos la línea internacional del tiempo y ganamos un día del mismo modo que Phileas Fogg lo logró, pero ella no entiende el concepto de los husos horarios. Finalmente le digo que el avión que nos tocó ahora es muy, muy rápido. Ella me lo cree. Habilidades del Globo Sapiens.

Agosto / 2004

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