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viernes, junio 06, 2008

Enrique Patricio: Acerca de lo racial


Sendos cuestionamientos en torno a la
investigación sociocultural contemporánea



Aunque de forma somera abordaremos aquí las siguientes muy puntuales observaciones que giran, muy globalmente, alrededor de, 1)un marco conceptual que tiene que ver con categorías raciales y, 2) en derredor de una específica postura ético-profesional en los estudios que se llevan al cabo para América Latina y el Caribe. Ponderaciones éstas, concebidas en ese tenor, toda vez que consideramos hoy día se encuentran en estado crítico dentro de la actual esfera para el conocimiento sociocultural. Son puntos teóricos tales que, por obvias razones, atañen directamente al científico social del siglo XXI repensarlas. Es decir, investigar qué está pasando con la investigación, incluida pues la construcción teórica, pero no de una manera “express” sino exhaustivamente. Por nuestra parte, únicamente diremos que este atrevimiento periodístico –como una modesta propuesta--, no sólo obedece a la idea de señalar sino de colaborar propositivamente en este, así lo creemos, crucial momento histórico para las ciencias sociales.

De lo racial

No está de más comentar que en verdad sorprende en nuestros días el escuchar hablar en ciertos tópicos a algunos académicos de forma racial (no a los historiadores, que en este caso se cuecen aparte), vale decir, el que se pongan en el momento actual a hacerlo ya no tanto para “defender” desde su discurso (que lo venían haciendo) a carta cabal la no discriminación, como sí –lo contrario—para ensalzar ahora a una determinada “raza humana” (lo cual presumiblemente está “bien”).

Así, grosso modo, están las cosas. Nada más que ello nos mueve a suponer que gracias a este inverosímil enfoque académico, se está pasando por alto que en realidad están proponiéndonos una idea racista de todos modos, sólo que presentada de una manera inversamente proporcional a la ya conocida. Pues es exactamente lo mismo discriminar y/o alabar racialmente en cuanto a peso específico. Una idea inconcebible entonces para todos nosotros por que simple y sencillamente no existe un racismo bueno ni uno malo. Por lo que no debe así hablarse tampoco de una visión de racialidad “nueva”, ya que nada hay de novedoso en voltear la tortilla.

Y, de otro lado, se pregunta uno ¿en qué empolvado lugar yacen los resultados de los estudios relativos al análisis del ADN que nos han corroborado con creces que no existen las razas humanas, nada más que una, la de todos, la raza, el linaje humano? Algo definitivamente no marcha bien como se supone que hoy debiera ser en el campo de la reflexión y el análisis teórico sociocultural. ¿A qué obedece esto? ¿Qué o quién está marcando la pauta? Y es que aunque está claro que sigue habiendo racismo en el planeta pese a los avances científicos obtenidos, lo cual desde luego no es ningún secreto de estado, ¿por qué razón es dado igualmente desde la misma Academia el seguir hablando racialmente? Bien sabemos que el pensamiento social no debería ser el mismo, o sea, el generado en este círculo al de la calle (siendo aquél no sólo reflejo de éste), mas es igual, por ser racial. Pues tenemos que así como existe un hablar discriminatorio en las calles, para mal, así mismo se “teoriza” en la esfera académica, cuasiglorificando a algunas “razas”, para ”bien”; siendo que en realidad se sigue también fomentando y propagando la oposición y el odio racial de todas maneras así. ¿Se estará interpretando un Himno a la Alegría sui géneris, por mal ejecutado?

Y es que se sigue malinterpretando, pues en el mismo instante que está usted leyendo el presente señalamiento, continúanse escribiendo trabajos en el sentido que ya apuntamos. La tarea del investigador pareciera entonces que es más la de un novelista moderno (de novela histórica o de una historia novelada) que la que se espera sea la correspondiente al pensador social de este milenio y de este siglo. De modo que finalmente nos repreguntamos, no ingenuamente sino inmersos ya como estamos en la mundialización, ¿tiene todo esto (el cuestionarse) que ventilarse aun hoy día única y exclusivamente en cubículos, aulas y laboratorios? Entonces, ¿por qué no se está haciendo ahí?... que es donde debiera. O, ¿puede y debe dar cuenta de ello el periodismo científico y/o cultural sin tomarse como una intromisión? No lo sabríamos a ciencia cierta, sin embargo, nosotros por lo pronto comenzamos como ya dijimos cuestionando y, hasta donde nos sea posible hacerlo, intentando descongestionar el tema a continuación.

Vayamos por partes, partamos de la suposición de que este patente desfase que en la ciencia social representa la pervivencia de categorías raciales que fundamentan hoy día, no obstante, científicamente ese “nuevo” discurso que, engañosamente pretende no ser racista, está dado básicamente por: a) evidentemente la falta de una mejor definición teórica al respecto y, b) a la posición “correctamente política” o “incorrectamente política” adoptada por el especialista en la cuestión. Expliquémonos cada uno de ellos en los siguientes términos.

a)

En cuanto a este punto plantearemos que no se trataría, obviamente, de “traducir” el vocablo raza por otro, pues no se pretende la búsqueda de un neologismo nomás, ya que no es etimológico el asunto, tampoco el imponer otro concepto, como etnia, raíz, etc., sino el de transmutar el pensamiento más allá de la significación social actual (de raza), el de tener una concepción teórica distinta acerca de los seres humanos, valga decir llanamente, otra “visualización” de la humanidad. Por así llamarle, verdaderamente humanista, no sólo “más humana”, sino también más original en cuanto a la percepción de lo humano. No es, por así decirlo, posible el inventarse humanamente uno mismo sin reinventar a su vez el imaginario social.

Lo que debe imperar no es entonces una relectura (racial), sino otra nueva cosa aún por conocer. No es, pues, tanto modernizar como depurar la teoría. Se requiere de una nueva definición derivada desde el enfoque del re-aprendizaje. No más de lo mismo y sí, en cambio, ser los investigadores más proposititos teóricamente hablando. Como que de pronto éstos no han respondido, no han sabido responder en teoría innovando, según los diferentes factores de cambio que se generan en el mundo multidisciplinario contemporáneo en tiempo y forma. Su discurso ha sido más bien acomodaticio, corresponde más al patrón de una cómoda lógica tercamente academicista, antes que ver con una creativamente académica. En suma, culturalmente hablando les es más cómodo seguir pensando, bajo el dominio de la memoria colectiva, en términos de la distinción de los diferentes tipos raciales (fundamentalmente en referencias políticas que van más allá de las diversas manifestaciones artísticas y culturales, o sea, que valen en lo político pero no necesariamente en los demás renglones de la misma manera).

Y desde el anterior punto de vista es que se continúa con el convencionalismo teórico. Vale más lo ya aceptado, que el quebrarse la cabeza en conseguir uno nuevo, por muy necesario que sea. ¿Es esto actuar irresponsablemente? O, ¿hay incompetencia? No lo creemos así. Antes bien, valoremos lo siguiente: Que no se trata de una mera resistencia al cambio sino que, ingenuamente el no aplicarse obedece a la dificultad intrínseca que representa un aceptación de facto, en otros términos, prontamente, o sea, de adaptarse a aquello para nada parecido de lo que “toda la vida” se había creído como inmutable.

Cual si de buenas a primeras ocurriese el que desapareciera toda frontera entre las naciones, ¿sería pues, fácil o difícil dejar de ser, de la noche a la mañana mexicano, camerunés, eslovaco, etc.? valga como ejemplo; o, verbigracia, cual si terminaran de haber en el orbe, como por arte de magia, las clases sociales. Pues desde luego que llevaría su tiempo acostumbrarse a lo nuevo y muy diferente de lo “por siempre conocido” por todo el mundo. De manera que llamémosle como le llamemos, un asunto de geopolítica y de economía política en nuestros anteriores ejemplos, o de racialidad para nuestro tema, sin embargo, tarde que temprano habría que comenzar, tanto emocional como cerebralmente por aceptar el cambio, todo cambio que nos afecte como comunidad mundial, cualquier cambio, superando intelectualmente la confusión inicial. Con lo cual, se volvería necesario: 1) que se vaya, por principio de cuentas a la par de otras ciencias y, 2) el contar para ello con las herramientas terminológicas y metodológicas junto con todo el resto del andamiaje teórico disciplinario requerido para el efecto.

b)

Ahora bien, aclaremos, en este punto no nos estamos refiriendo a los estudios de la época colonial en que existió un predominio jurídico-moral sobre la sociedad. Estaríamos aludiendo entonces a la moral esclavista y su formato rigurosamente estamentado. Por tan obvia razón, dichos trabajos históricos han de tener necesariamente que emplear las categorías no sólo raciales sino intraraciales, partiendo de raza negra, etc., hasta lo peyorativo de zambo, mulato, pardo, saltapatrás, etc. Aunque algunos especialistas ya han utilizado eufemísticamente la primera raíz (la indígena), la segunda raíz (la europea) y, la tercera raíz (la africana). Se sirvan pues de éstas para destacar fielmente ese momento histórico.

Exceptuemos también todos aquellos estudios que apuntan a la interrelación biogenética a través del tiempo y producto de los procesos migratorios. En donde queda demostrado por diferenciados fenotipos y mediante cartografías y mapeos, diversos emparentamientos de las distintas etnias hasta nuestros días. Otra forma de ver la historia humana, al género y a la especie. Y mismas relaciones que van más allá de lo meramente demográfico, apuntan igualmente hacia la sociodemografía, como también hacia los cada vez mayores intercambios genéticos dados los constantes flujos de personas a nivel intercontinental

Ambas clases de trabajos los consideramos en el camino adecuado y quedarían fuera de toda discusión para el cuestionamiento que estamos haciendo. El primero se halla delimitado a su campo específico que es la Historia y, por lo tanto, no hace un uso indiscriminado (estereotipado) racial. Y en el segundo considerando, la Biogenética impone su propio lenguaje por encima de razas. Están pues, a nuestro parecer, más allá del punto a debate aquí; no apuestan a lo racial per se. (Punto y aparte, comentamos que en Sudáfrica recientemente se presentó un masivo caso xenofóbico entre pares, digámoslo así, o lo que es lo mismo, de naciones vecinas africanas, entre africanos pues. Recordémoselos a los investigadores político-raciales para que lo tomen en cuenta. Aunque tratando de no olvidarnos que en el planeta también existe ese otro apartado que es la xenofobia racista, que se divulga más en los medios de comunicación masiva occidentales, con lo que ocurre preferentemente en escenarios europeos y estadounidenses, por ejemplo, donde está más acentuada, pero igual sucede en otros puntos del orbe sin que lo sepamos del todo).

En realidad nos hemos de referir aquí a todos aquellos trabajos netamente raciales en la investigación sociocultural contemporánea (los llevados a cabo por pensadores comprometidos, ideológicamente hablando, a partir de un contexto el de la globalización, los opositores a ella pues), a un pensamiento teórico que en su conjunto expresa tácitamente una resistencia cultural a la homogenización, ese “otro pensar” que se manifiesta con toda libertad en contra del pensamiento único y lo ahistórico (otro mundo es posible). Sí así es, aunque también es de reconocer, de otra parte, dentro de ese particular punto de vista, que es por que duele tanto a muchos aceptar el cambio de lectura, lo cual podría interpretarse como una derrota académica; es decir, la “revolución textual” finalmente “no le hizo justicia a algunas razas”, otrora dominadas, esclavizadas, maltratadas. Cuando todo hacía suponer que ya se estaba alcanzando el triunfo tan anhelado vía la instrumentación textual, apareció la globalización.

Y sí, pues por si fuera poco un resultado de ADN (¿una primera derrota?) la globalización nos alcanzó y cayó encima por sorpresa, y no sólo a estos “inocentes” humanistas altamente politizados sino también al resto de la humanidad. Pero, ¿y los muchos años de lucha “teórica”, de esfuerzo titánico por alcanzar las propias metas machaconamente raciales pudieron verse “perdidos”, olvidados, de solazarse en la incertidumbre? Muy probablemente, de no haberse reaccionado políticamente. Hubiese sido la aceptación del fracaso de todo lo poco conseguido a favor de alguna “raza”. No quedó entonces más que la “movilización académica”. Y aparecieron de entre los teóricos, los hombres de acción.

Pero antes de continuar, abramos este pequeño y a nuestro parecer necesario paréntesis para decir lo siguiente: Que una cultura global que sólo uniforma (la globalización mal entendida no unifica pero sí uniforma) con el pensamiento único, no beneficia, hace daño. Es una cultura que pretende entre otras cosas derrocar en lo cultural, a mediano plazo y a través de una mediática tiranía, las tradiciones (tal y como las conocemos), salvo para el entretenimiento al turista ya como espectáculo (remedo de) tradicional. Atenta, en suma, contra toda la historia cultural humana (¿el fin de la historia?) y aspira, en principio, hostil como es, a sofocar las diversas manifestaciones en aras de una posthumana cultura única. Esquemáticamente lo diríamos así: si la raza humana es divergente en su pensar, y el pensamiento único convergente en su hacer, culturalmente hablando, entonces no es nada más una especie de contradicción el pensamiento único sino que además es, o más precisamente es, la contradicción misma acerca de la especie.

Mas a ¿qué hombres y mujeres de acción nos referíamos? Pues al investigador sociocultural investido de agente de cambio (no sólo en lo cultural, también en su modificar al contorno económico, político, social). Uno que ideológicamente toma partido en sus estudios, en forma proactiva, más que solamente activa junto, o para ser más exactos, pasando inclusive por encima del objeto mismo de ese estudio. Ellos son los forjadores de “nuevos valores” todavía raciales (de ese algo más que mero reconocimiento de retribución a una “raza”), afincados ni más ni menos que en nuestras humanas tradiciones. Ellos, los que perfilan lo identitario en torno a un esfuerzo de interpretación y de integración, a la unidad, en forma étnica-política.

Pero, ¿acaso sólo sirve nada más como pretexto la utilización de ese lenguaje para la consecución negociada de otros “fines” en este mundo global? De ser esto así, ¿es realmente válido todavía su uso? Pues estamos hablando de “nuevos valores” que evaden en cierto tópicos de investigación contemporáneos la imparcialidad, la objetividad, la neutralidad que se sobreentiende debe acompañar a todo confiable investigador. Ahora que, aquellos que desarrollan toda una retórica para alcanzar un ¿utópico? desarrollo (perdón por el pleonasmo), se vuelven especialistas maestros en este uso léxico étnico-político.

Y para que no lleguen a tildar equivocadamente a uno de una suerte de censor que lo único que pretende es coartar la libertad de expresión por las observaciones dadas a continuación, es que sólo digo a mi respaldo que es precisamente a favor de la libertad de expresión que así procedemos y argumentamos. Pues bien, ¿acaso es que desconocemos lo que ocurre al mezclar en los hechos actuales, contemporáneamente globales, algo más que un punto de vista político (no nos referimos de ninguna manera a las arengas o a los panfletos), aun sesgadamente, con lo cultural? Pues que se “intenta”, digámoslo así, ni más ni menos que forzar la Historia hacia un solo lado por parte de esos investigadores. Aclarando que la lucha “activistamente política” de unos nos es necesariamente la de otros. Y es que no es lo mismo hablar objetivamente de elementos políticos inherentes a un proceso histórico sociocultural, que tomar la justicia de la reivindicación racial en sus propias manos haciendo de alguna manera política por medio de sus escritos. Y el debate partiría, por supuesto, de la carga “subjetiva” que puedan admitir éstos.

Así el asunto, por lo pronto cabe preguntarse si es, ¿tanto aceptable moralmente, como políticamente “correcto” e intelectualmente honesto de su parte? Pues mientras -unos actúan así políticamente, hay otros teóricos que desafortunadamente ni siquiera les parece escribir esta palabra (política). Pero, ¿qué o quién les otorga patente de corso para intervenir (algunos no tan indirectamente) en los hechos culturales? ¿Es la pasión o es la razón? ¿Es el sentirse afectados?... Y, de otra parte, neurálgicamente ¿es esta “información”, así de manipulada, científicamente verdadera? ¿Hasta qué punto es éticamente posible el crear una empatía tal con los implicados en el objeto de estudio como para de ese modo proceder? Aunque habrá, desde luego, algunos que contestarán simplistamente que sí, en tanto otros dirán que es mejor mantener una sana distancia con los interlocutores en una investigación. Y así, de esta manera entramos a otra dimensión, que se presenta cuando el científico social habla por los investigados cuando se presume que lo que debería hacer es hablar de ellos. ¿Está de este otro modo haciendo una investigación éticamente posible? Porque, ideológica y políticamente posible sí es, ¿pero éticamente?

De una ¿nueva ética?

Una avasallante y no muy amistosa globalización ha ido “permitiendo” hacer al investigador social lo que supuestamente no debería, desde nuestro muy modesto y particular punto de vista hacer, o sea, ser a la vez juez y parte. Extraparticipa pues, y se convierte en algo más que un especialista del tema, motiva una conducta ¿ética? Ahora bien, ¿se alcanza un progreso ético profesional de esta manera? Veamos, la idea es que un sociólogo, un antropólogo, un etnomusicólogo, etc., pueda seguir siendo imparcial en una tesis con sus apreciaciones sin coartar su libertad de expresión. Porque podríamos casi decir que, hoy día, pareciese ser que se da una extrema libertad en ese sentido, que va hasta el punto que el estudioso por sí mismo desee. La libertad ha de tener un límite, para no caer en irresponsabilidad, pero no hay punto alguno establecido de antemano por la Academia. En principio, podríamos hablar no de un riguroso código de conducta personal pero sí de un juicio ético personal para la actividad que profesa, y hablar entonces de equilibrio, ponderación, ecuanimidad, prudencia, sentido común, amén de pensamiento lógico por parte del investigador, para observar el mayor cuidado ante los posibles efectos y repercusiones en este mundo cambiante con sus trabajos.

Mas, ¿en qué momento comienza a entenderse, o a responder, una investigación a un proyecto más de una índole personal (activamente político) que a un proyecto meramente profesional (neutralmente político). Cuando el objetivo y la ideología del investigador se presentan como un todo y no como cosa separada, se alcanza un tono político que le distingue. También cuando se va más allá del objeto de estudio en los planteamientos. Pueden entonces muy bien pasar a ser más que destacados pensadores contemporáneos, muy buenos políticos con esos tipos de análisis, Hay una manera de ser de estos estudiosos que en su hacer se ve reflejado. Mas, ¿su “lucha” los hace necesariamente ver como unos investigadores más éticamente confiables? Estos investigadores se convierten así, a su vez, en sujetos de investigación, se vuelven tema para el estudio de esta etapa del pensamiento social en este crucial momento histórico.

Porque nos cuestionamos desde aquí si es el sistema de relaciones sociales en desarrollo, la actividad socio-productiva histórica, la única que puede transformar hoy día (en la globalización) incluso toda una comunidad determinada o, si de manera importante influye en ese posible viraje el investigador sociocultural politizado junto a otros agentes de cambio igualmente politizados pero no políticos, vía el uso de la teleinformática. Y pasamos a la siguiente pregunta, ¿es para el estudioso actual, en la medida del conocimiento que tiene de una necesidad y del dominio de ella en la actividad como queda para éste determinada su libertad investigadora? Porque aparentemente lo es en la medida en que toma conciencia de los intereses sociales, del bien social, y que hace coincidir éstos con sus intereses y exigencias personales, como entonces actúa moral y éticamente “bien”.

Sin embargo, esta reflexión sobre lo ético no puede quedar nada más apuntando a los estudiosos netamente politizados o políticamente activos, que para el caso vienen siendo lo mismo, hay otros. Sólo que, por lo espinoso que se vuelve el tema al estar generalizando, más vale entonces “aterrizarlo”, exhibir un caso en particular, poner un ejemplo, contar con una prueba fehaciente de lo expuesto, válido también para esos otros. Y así, para un mejor entender, veamos enseguida un caso paradigmático mexicano.

-(Acerca del teorema jarocho. O, detrás de la puerta, un ética inquebrantable).-Acerca del jarocho mundo mucho se puede decir mucho se ha dicho ya y, sin embargo, mucho se seguirá diciendo aún. El llamado movimiento jaranero, que corresponde a la cultura del son jarocho y el fandango, en su devenir a cursado por varias fases de desarrollo, de las cuales no entraremos en detalle ahora, pues lo que aquí importa es que desde su despegue obtuvieron el respaldo de una intelectualidad, desde hace más de una década. Y en donde se han visto involucrados varios investigadores ha través de todo ese tiempo (o sea, que hasta el día de hoy lo están), mismos que han revalidado y apoyado con sus escritos y ensayos el citado movimiento, así como su mayor difusión; y entre otras cosas, con su autoridad no nada más intelectual sino moral han además promovido el estudio, la reflexión e, incluso, la investigación entre esos jóvenes adeptos, que son aparentemente los “protagonistas de todo.

Restaurar una tradición aún viva pero restringida a la comunidad (“rescate” le nombraron ellos, porque los más jóvenes la estaban perdiendo) fue la consigna. Hubo por lo mismo, que formar para ello a jóvenes talentos en el son jarocho, que obviamente forjaron a su vez nuevos valores soneros, eso por un lado, en la expresión musical, y mercantilizaron la manifestación por otro. Había que vivir de ello, como alguna vez lo hicieron fuera del terruño Nico Sosa, Andrés Huesca o Lorenzo Barcelata.
Aunque nos sea muy evidente que no tenga ningún sentido (a no ser el mercantil), verbi gratia, el que grupos pluriétnicos y multiculturales reclamen para sí esta manifestación en lo específico (cual si de una moda se tratase), algo hoy muy común, veámoslo por ejemplo en: una danza afro o mexica siendo interpretada actualmente por gente de tez blanca, ¿algún sentimiento racial despierta respecto de la expresión cultural? ¿Cuál? ¿La asimilación de las diferencias la hace perfectible? Aunque supuestamente trate de refrendar una africana dicha exhibición “especial”, resulta ello ciertamente en ¿una genuina manifestación artístico-cultural revalorizada? Exactamente lo mismo está pasando con el son jarocho; son casos y cosas de la mundialización.

De tal manera que, conforme el movimiento iba creciendo ya por su propia inercia, cobró tal fuerza que se salió no sólo del control (de manos de los estudiosos) sino de su cauce natural: la tradición jarocha. Así en nuestros días podemos encontrar en él grupos de jipirochos o jarochilangos, por citar a algunos, en pleno “refuego sonero”, son jóvenes que no cuentan con la tradición sotaventina en usos y costumbres, y que por lo mismo no pueden entenderse como portadores culturales de ella, además de que culturalmente también, pertenecen a la nueva generación tecnológica. Buscan, sin buscar realmente, algo que consideran les es propio, pero hay más bien un dejo nostálgico y hasta bucólico en ello, y que sin embargo, lo que pretenden es en lo musical sonero, es innovar, fusionar a partir de allí, es esa su única y aparente finalidad, su interés más inmediato. Aunque reconocemos que no toda está mal (puesto que tampoco se trata de satanizar), comenzando por los que perpetúan la herencia de una genuina tradición fandanguera y siguiendo con algunas mixturas que se pueden considerar una evolución natural del son. Mas, en estos precisos momentos aquellos investigadores que le dieron vida a lo que ahora se ha convertido en un monstruo, tratan de reencauzarle, tratan de enmendar su error. ¿Se podrá aún enmendar? ¿Será una pérdida de tiempo hacerlo, porque simple y sencillamente ya no hay remedio? Y, sobre todo, se pregunta uno ¿por qué continuar con la terca idea de seguir tomando todavía el control de la cultura en sus manos? El daño, a todas luces, ya está hecho.

Y así, al repensar lo que está pasando con el son jarocho, ha llevado a los investigadores incluso a repensar en nuestros días, también lo Jarocho. ¿Qué es? Ahora se va en reversa. Es decir, tratando de dejar de lado la folcklorización, lo mediático, mas no lo academicista, ahora sí ¿ya no politizarán? Algo entonces, que nunca imaginaron que sucedería, sucedió, y que de haber sabido que pasaría, ¿no hubieran querido que aconteciera? ¿Quién sabe? Pero pasó. Como igual le ha pasado ya al flamenco español. Y aquí cabe decir que no sólo es el mercado, también las instituciones públicas tienen que ver. Al grado que los Estados anteponiendo a lo cultural otros fines ajenos se encuentran activamente expropiando las tradiciones populares para explotarles como espectáculo. De la festividad comunitaria se pasa así tranquilamente a una festivalización de la cultura. Y lo diferente que da identidad, pierde fuerza ante lo homogéneo y lo espectacular. Lo que distingue ha de desaparecer y uniformarse a corto plazo. Porque ¿qué representatividad puede tener por ejemplo el espectáculo Jarocho con respecto a esa tradición a la que aparentemente alude. Hubiera dado lo mismo que llevara por título “X,Y,Z”, que Jarocho, pues tan sólo se trata de un estilizado espectáculo. No obstante, sabemos muy bien que la idea que está detrás es más profunda y va más allá que solamente a fastidiar al intelecto por fastidiar, va duro contra la tradición.

En fin, que pasan cantidad de cosas, que todo pasa…, sin embargo, los “creadores” del teorema jarocho nunca nos informaron acerca de ¿qué tan sano es para la investigación el que exista un especialista del tema que ha creado empatía con el objeto de estudio? Y, ¿qué tan saludable es que además sea del mismo terruño, que toque un instrumento musical o que diga o “cante” décimas, o que baile en una agrupación sonera jarocha?…


Conclusión

Muchas son las veces –en esta “era postmodernamente global de la información”-- que las voces de alarma provienen de fuera del universo académico y su discurrir. Pudiese muy bien ser este el caso, desde la óptica de un periodismo cultural, de una parte convencido del beneficio de los cambios bien pensados y, de otra, sabedor de que toda la opinión pública merece estar enterada, periódicamente, también del acontecer científico, o sea, no sólo divulgando acerca de su quehacer sino incluso de su ambiente (relajado o no), tanto internamente como externamente a él. Las publicaciones culturales, desde luego, abrevamos igualmente de la ciencia social. No obstante, y/o precisamente por ello, es este un periodismo que así mismo cuestiona, y para el presente caso creemos que muy bien vale esto de qué es lo que hace que gente fuera de la esfera académica vea, lo que ésta no es que no vea, pues sí ve, pero que continúa aplazando en una inercia que la ata y la domina, que de algún modo la censura, la atornilla, para que no transite por los nuevos derroteros del mundo de hoy, Y quizá sea este el momento de hacer un alto en el camino, detener la inercia, para reflexionar acerca de si lo que se está haciendo se está haciendo bien. Urge el saberlo, sin necesidad de crear para ello toda una teoría ética de investigación social.

Por lo pronto hemos recorrido, a grandes rasgos, nuestros puntos planteados al inicio: 1) que “nuevos valores” en la estereotipación racial no conducen en realidad a nada nuevo, Es la “misma” propuesta racial (a veces casi racista), pero presentada en esa forma inversamente proporcional que decíamos. Algo así como sugerir, políticamente hablando, que ahora las “minorías” ya son “mayoría”. 2) Y lo otro igual de preocupante, ¿cuáles son o han de ser las normas, principios o reglas de conducta ético-profesionales que rijan los planteamientos ideológicos, subjetivos, de juicio y hasta sentimentales, así como demás actos personales, por dos razones fundamentales, con el fin de alcanzar alguna objetividad y para saber conducirse éticamente en una investigación, estudio o análisis contemporáneo. Con tal de que no vuelva a suceder con otras manifestaciones artístico-culturales lo que le ha ocurrido ya al son jarocho y a otras más; pero no por decir nomás, sino por dicha cuestionadora razón que establecíamos.

Redimensionarse teóricamente, cambiar esquemas, instrumental metodológico, lo que sea necesario para renovarse, para revitalizar a la ciencia social de algunos males que de seguir van a parecer éticamente endémicos. Y tampoco se trata de sentir algún menosprecio por otras ramas del saber científico, sino de efectuar una revaloración teórica, hacer una autorreflexión, una autoevaluación centímetro a centímetro y con sentido autocrítico forzosa y necesariamente, y así acompañar al resto del avance científico. El descontinuar todo celo profesional y realizar una reconstrucción teórica es pues pieza clave para el científico social de este naciente siglo. Reestructurar la visión sociocultural para llegar no nada más a una más ética tarea de investigación, sino auténticamente verdadera. Y digamos, ya para finalizar este escrito, que ojalá y se tomaran cartas en el asunto así como se toman para otras muchas actividades que le incumben a la ciencia social, y es que quizá para algunos estos cuestionamientos aquí presentados carezcan de sentido (puesto que es algo sobre de lo que tal vez no desean escuchar) pero aun así, sigo pensando que más valdría no echarse en saco roto como está el mundo. Es pensamos, buena idea hacerlo, con el mapa latinoamerticano y caribeño actual estando como está, convulso socialmente, políticamente, económicamente y, ahora, culturalmente también.

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