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jueves, mayo 08, 2008

Gabriel Fuster: ENCORE



ENCORE

El letrero de la vitrina saca los panderos a la calle: “Se solicita pianista”.
Un caminante aparece en la corriente del viento, arranca el anuncio y entra con éste a la taberna. El tubo neón tiene un temblor de moscardón, mientras el recién llegado lleva a cabo su rápido origami al duro aire y lo clava en un grito de sorpresa. Muerto quedó el bebedor de XX Lager, con un unicornio en la espalda y que no lo conocía nadie.
El dueño del lugar hace a un lado el cuerpo del borracho y exclama:
-¿Esto es un chiste o es en serio?
-Es en serio
-Ah, qué alivio…porque no me gustan esta clase de chistes.
-Deseo el trabajo del anuncio
-Oigamos primero que tan bien tocas
El tipo se sienta al piano con mantos rojos y emprende la más hermosa balada que el recio gerente haya oído. Las lágrimas corren de la mejilla del hombre al caer la nota final.
-Hey, esa es una melodía muy bella, aunque me parece nunca haberla escuchado antes ¿Cómo se llama?
-Ah, es una canción original que compuse. La llamo “Guardo bajo el sombrero el condón disecado con los jugos de tu coño”
-Oh, que interesante –contesta el gerente, enderezando la postura -¿Tiene alguna otra? ¿Algo clásico?
-Por supuesto, soy un compositor prolífico, barroco.
El pianista voltea al teclado y empieza a improvisar un solo de jazz, mucho más auténtico y fulminante que la primera pieza.
El corpulento manager nuevamente se siente arrebatado en sus sentidos, poseso en los nardos febriles del Sol sostenido.
-Caramba, es usted un artista de primer orden. Ha sabido conmoverme con ese ritmo emulativo, aunque nuevamente me parece desconocida la pieza.
-Gracias, también es composición mía. La llamo “Chinga tu madre mientras una avioneta escribe Pediculus Pubis en el cielo de mi lluvia dorada, Suite en Si bemol”.
El manager se rasca la calva.
-No sé, amigo. Mire, lo voy a contratar, pero con una condición: nomás no le diga a mis clientes los títulos de sus canciones.
El músico acepta y esa misma noche abre el espectáculo. El lugar está lleno de ruido y humo en la admiración de una sabiduría juerguista, pero paulatinamente va guardando silencio en la medida que los justos acordes atrapan su interés. El pianista todavía desconocido termina por recibir una ovación de pie al final de la segunda interpretación.
Luego de una hora ininterrumpida de aplausos en baile colectivo y agitar de pañuelos y servilletas, el músico anuncia:
-Damas y caballeros, voy a hacer una pausa de quince minutos. Mientras tanto disfruten su bebida y las muy raras mezclas de brindis y otras alusiones que a mí se me hacen patéticas.
Dentro de lo tradicional, el tipo va al baño. Orina plácidamente mirando al techo y sale olvidando cerrar su cremallera. A mitad del camino al escenario una hermosa mujer lo detiene y le dice:
-¿Se sabe salpicando el piso de orines desde que regresó del baño y la bragueta asoma que está circuncidado?
-¿Qué si me la sé? Hombre, si yo la escribí…
-No importa, disfruté mucho tu actuación y pienso que eres el guitarrista más sexy que haya conocido. Me gustaría llevarte a mi casa y brindarte la más loca noche de sexo que hayas tenido.
-La última mujer con la que tuve sexo, supe que en fondo no me amaba tanto como yo a ella. Lo podía adivinar por el modo cortante que me pidió su dinero.
-Entonces, ¿Cuál respuesta me tienes?
-No soy el guitarrista. Los guitarristas hacen cantares populares, enturbian las coplas del corazón.
-¿Qué te pasa? Pareces deprimido, realmente.
-Mi mujer me dejó porque dice que soy un pervertido que sabe gramática.
-¿En serio? Mi marido me abandonó porque dice que soy una esposa infiel y una ninfómana, con la sonrisa digna de Mesalina.
La mujer suelta la baranda como bailarina mortal y cae en la unión de dos palabras serias sobre el tema.
-Hey, parece que ambos tenemos algo en común. Luego entonces, ¿Qué tal si te llevo a mi casa y vemos que sucede entre dos adultos sin posible sosiego?
-Me parece una gran idea. Nomás le renuncio al dueño del lugar, sencillamente por educación.
-Mmm, espera a darte una sencilla lección sobre fiesta atrevida
La mujer quiere hacer cosas surrealistas, pero falsas, hechas con la inteligencia, que es incapaz de hallar lo que halla el instante. A pesar de todo, ella asume la humillación erótica en la tradición del shibari, palabra japonesa para el arte del encordamiento del cuerpo humano. Antes gusta identificarse con el atavío de la escena sadomasoquista. Para ella, el tipo de ropa debe estar basado en el látex, el cuero y el metal. Y acaba por incluir elementos de connotaciones abiertamente fetichistas: corsé, medias de rejilla y ligueros, botas de tacón alto, bustier transparente, collar de sumisión con adornos de abalorios, tachuelas o incluso campanillas para llevar en público y las muñequeras de cuero con púas y el antifaz nulo de ser espectador de su propia persona. En la mano derecha, el pequeño látigo de colas es el dolor poético y a éste se atiene. En la mano izquierda, la manija abre lentamente el único sitio adonde se espera durante veinte minutos con la seguridad de ver salir la más deslumbradora belleza BDSM. El momento que pone sus ojos en las esposas de acero, el invitado da un puntapié al sofá de sala, buscando la salida.
-Oye, ¿A dónde vas? ¿No venimos a hacer algo depravado?
-Por mi parte, me cogí a tu perro schnauzer y sus cuatro crías, luego me cagué dentro de tu bolso Prada de tipo imitación y ahora me voy a fumar un porro de mota a la iglesia.
-Interesante, pero me suena a plagio de otra canción
Encore.

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