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domingo, diciembre 16, 2007

Ignacio García: Romper el silencio con la pluma



Texto de prsentación al libro Algo me dice tu silencio de Lucía Deblock
Juves 6 de diciembre de 2007 - CEVART Veracruz

Dice un proverbio chino muy hermoso: "No rompas el silencio, si no es para mejorarlo".
Con este pequeño libro de cuentos, espléndidamente escritos, Lucía Deblock no sólo mejora ese silencio sino que lo transforma en un instrumento que dice, habla, comunica, nos hace cimbrar y conocer a alguien; a la misma Lucía, quien nos muestra que manejar ese silencio es más difícil que manejar la palabra misma: su estilo, su escritura en este libro, es una que se percibe bien medida y estructurada: sublime en el hilo conductor que jala al lector a darse un “quién vive” de asombroso con las virtudes del silencio que esta noche nos ocupa.
Algo me dice tu silencio es una serie de ocho cuentos cuyo tema central no es, precisamente, el silencio que crea la música, ni tampoco aquel que Confucio conocía como “el amigo que jamás traiciona”; en este caso se trata de la ausencia del sonido del alma; de ausencia y extrañeza corrosivas y prolongadas que se da entre las parejas, las rivales en amores, o aquellos que desde el balcón de su soledad, tarde a tarde hacen de la figura solitaria de otro, su paliativo y compañía. Hablamos no de un silencio que se hace para leer o meditar mejor, sino uno que nos es ya común y surge directamente de las entrañas del hombre y de la mujer cuyo inventario de emisión de sonidos se ha reducido a la indiferencia, y cuya máxima virtud radica en la falta de comunicación, y con ello, en el soportar situaciones degradantes, co-dependientes, así como de esclavitud anímica que conlleva, a su vez, a la falta de denuncia, a la carencia de rebeldía, a la creencia de que “así es la vida” y así hay que vivirla; sin que ese silencio estalle, se haga trizas, y de una vez por todas ya no diga nada al otro, sino se lo desafíe con el poder de la palabra y actitudes libres que demuestren que, si algo puede comunicar el silencio, es, exactamente, un estado espiritual que debe alzarse en armas.
No hablamos tampoco de un libro “machista” ni de actitudes sumisas por parte de los personajes femeninos, sino, por el contrario, de cuadros de vida verdaderos hechos para aprender que cuando el silencio habla, es hora de la denuncia, el rompimiento y el dejar de ser pisoteadas(os) para elegir por una vida mucho más fructífera.

Si hubiera que calificar la manera en como Lucía Deblock erige su obra, tendría (desde mi muy particular punto de vista) que ser con la palabra etérea, sin peso, sin sospecha. Quiere esto decir: hecha con frases de una factura bien elaborada, ya sean párrafos pensados o aleatorios, estos se hallan contaminados por una calidad latente en la escritura de su autora. Esto hace que cada historia conduzca al lector más allá del lugar común y olvidarse de las historias prediseñadas, que hay que abandonar apenas se abre el libro de lectura tediosa por deletreante y evidente. La autora no es una que anuncia el porvenir de la siguiente frase, ni mucho menos predice cuál será un posible y trillado final de su pieza literaria. Muy por el contrario, en cada punto, en cada dos puntos o en el punto y aparte de esta escritura, nos aguarda lo inesperado, lo sorprendente, lo ilógico; y también esa parte aérea de la cual la propia autora nos hace descender después que hemos estado en los dominios de lo in-aprehensible de su lenguaje. Y todo, lo hace Lucía sin hacer uso del ya manido recurso escatológico del que muchas “escritoras” echan mano, sólo para demostrar que ya se han “liberado” y pueden utilizar la palabra que manipula el querer “coger a mis anchas”, “meter el dedo allí en mi concha esponjosa y húmeda” --lo que demuestra en ellas más que oficio, una carencia absoluta de riqueza de imaginación para el lenguaje de quien por más que se llame “escritora” lo es sólo por el avatar de vender sus libros entre sus incondicionales.
A cambio de ello, Lucía Deblock, deja a un lado ese lado fácil y común hallado en algunas escrituras, y nos demuestra que posee una riqueza de lenguaje que la misma poesía a veces le reclama. Como cuando expresa: “Se decía que el tiempo de una mujer abandonada estaba conformado por infinitas horas buscando respuestas, y minutos, tratando de integrar a la cotidianidad las sobras que le quedaban de una misma. En ocasiones, superar la costumbre de la espera, era más arduo que tolerar la ausencia”.

Pero, si la escritura de Lucía es, como he dicho, etérea, alguien ha asegurado que la ingravidez a veces se llena de peso, y cae. Y sí, sí cae. Cuando uno termina de leer este libro, se pone a filosofar: surge la pregunta de si el silencio en verdad puede decirnos algo. La respuesta no se hace esperar, porque inmediatamente ese silencio encarna en uno; se involucra en situaciones similares ya descritas por la autora en su libro; ese silencio viaja por estados de ánimo, sentimiento, vivencias y situaciones reales, en las que esa carencia del habla dice mucho más que mil palabras, si bien, Lucía tiene posee el lujo de resumírnoslas en unas cuantas de ellas.
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Y esto es así, no sólo porque Lucía llegue a la belleza de la abstracción cuando describe la situación de sus personajes, sino que a base de maestría en su escritura (a veces difícil y hecha para volver a leerla no una sino hasta dos o tres veces) nos trae el asunto del silencio a tierra…sólo para hacernos ver de qué material (si al silencio puede llamársele así) estamos hechos. Y uno, al entrar a la filosofía del individuo común y corriente, se dice que tal vez estamos hechos de eso que ella misma dice: “de impuntualidad que llega a convertirse en parte de nuestros desórdenes”; o bien, formamos parte de aquell@s que “practicando la inanimada y tiesa rutina de esperar, nos gratifica la exactitud del tiempo”.

Finalizo diciendo que este es el primer libro de Lucía Deblock. Algunos dirán que se tardó en escribirlo, pues hoy se estila publicar a los 20, máximo a los 30. Me cuento entre los amigos de Lucía que leyó su manuscrito antes de obtener el Premio Sergio Galindo para Obra Publicada, y puedo decir que hubo razones para que ella decidiera hasta hoy dar a conocer su libro: Lucía concibió su obra, ahí donde todo verdadero artista debe crear y transformar el mundo para nosotros: en el silencio mismo. Lo que éste le haya dicho antes o después, es asunto que sólo ella sabe y llevará en su corazón. Me resta agradecer a esta escritora, a esta artista, a esta amiga, el halago que ha hecho de mí al permitirme presentar éste, su tan lleno de placer y conmoción, libro que habla de un silencio para nada esquivo o rutinario. Yo sé que me han faltado las palabras para hacer honor a tan esmerado trabajo. Expongo ante ella y ustedes una apología y me sirvo de mi otro admirado escritor argelino Albert Camus, quien asegura que “El silencio es la conversación de las personas que se estiman. Lo que cuenta no es lo que se dice, sino lo que no es necesario decir”.

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