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lunes, noviembre 12, 2007

Borges: El mundo es absurdo



"Bueno, el mundo es absurdo. No sabemos por qué actuamos, no sabemos por qué vivimos, quizás algún día recibamos esa misteriosa revelación, al menos eso es lo que espera la gente religiosa. Yo no. Porque, si bien he escrito mucho sobre Dios, incluso una demostración casi humorística de Dios, a fin de cuentas no sé si creo en una idea de Dios. Creo que algo -que no somos nosotros- está detrás de las cosas, pero tengo miedo de creer en Dios, porque casi siempre creemos en Dios más por autocompasión que por otra cosa. Es muy vergonzoso que la lástima por nosotros mismos y por los demás nos lleve a invocar a Dios; prefiero decir como Bernard Shaw que en vista de las circunstancias he renunciado a las bondades del cielo. Particularmente en cuanto a Jesucristo, siempre he sentido una admiración muy grande por lo que él es. No me cabe duda de que es el pilar de la historia del mundo y lo seguirá siendo inclusive más allá, en el futuro. Pero siento que hay algo que le falta, o que le sobra, y que no lo hace todo lo simpático que podría ser. A mi parecer, Sócrates es más simpático, y Buda también. En Jesucristo hay algo como de político que no me acaba de convencer. Hay momentos en que lo encuentro hasta demagógico; aquello de que los últimos serán los primeros, ¿por qué?. Me parece que es una aseveración injusta. Aquella de que los pobres de espíritu heredarán la Tierra, ¿por qué?. No lo entiendo, y menos entiendo aquella idea de que los ricos no entrarán al reino de los cielos solamente porque en la Tierra ya recibieron su recompensa. Si el reino de los cielos es eterno, ¿cómo puede compararse a unos cuantos años aquí en la Tierra?. Yo creo que las cosas eternas no tienen derecho a competir con lo temporal; por eso no acepto esa idea miserable de la condenación eterna. Me parece increíble que existan dolores que se prolonguen más allá de nuestra estancia aquí en la Tierra, que ya es dolorosa de por sí. Mi abuela decía que su concepto de Jesucristo estaba relacionado íntimamente con la belleza. Yo pregunto: ¿cómo Dios que se hace hombre y que está a favor de los míseros y de los humildes, de los pobres de espíritu y de los desheredados, va a concebirse como un ser bello?. Sería una actitud injusta de Dios, sería una acción racista entre las acciones de Dios. Por eso creo que Jesucristo debió de haber sido francamente un hombre feo...Pero no me gusta mucho hablar de Dios, puesto que es fácil herir susceptibilidades. Los católicos son muy sensibles en cuanto a esto; mi madre fue católica, pero yo no puedo serlo, aunque he admirado a varios escritores católicos, como Chesterton o León Bloy. Yo no tengo religión, sino la esperanza grandiosa de morir eternamente, de morir en cuerpo y alma. Como mi padre, también quiero desaparecer del todo de una vez; preferiría que luego de mi muerte nadie recuerde siquiera mi existencia. Siento horror de que alguien piense en llamar con mi nombre alguna calle, porque no quiero ser una calle. Quiero que Jorge Luis Borges sea olvidado. Me aterra la posibilidad de la inmortalidad: todas mis esperanzas están cifradas en la mortalidad definitiva, en desaparecer de una vez y para siempre. En morir y luego no saber nada más de nada: esa es mi única esperanza. Entonces, yo no tengo religión y me reconforta poder decirlo. Pero no significa que por ello no tengo una convicción personal acerca del Universo, sino más bien que estoy convencido de que mi destino personal, como individuo, no importa nada. Recuerdo una obra de Shakespeare en la cual se narra la historia de un cobarde que ha sido puesto en evidencia como cobarde; como él tenía un alto grado del ejército, cuando es degradado, dice: "ya no seré más un capitán, de modo que solamente lo que soy ahora será la fuente que me hará vivir". Igualmente, eso que he sido no me interesa que siga viviendo. Por eso recuerdo con afecto la idea del río Leteo de los antiguos: las aguas del olvido que se beben para dejar de ser. De modo que pienso al contrario de Unamuno, para el cual era de vital importancia seguir siendo Miguel de Unamuno, aún después de la muerte. Yo no vivo en ese estado de ansiedad, siempre en el temor de cómo o cuál será mi destino después de la muerte. Creer así le da a uno cierta fuerza que la gente religiosa no tiene. Realmente, me niego a creer que exista un ser que sea Dios. A mí me parece que Dios es una invención de la literatura fantástica, tal como el centauro y el ave Fénix. Por eso el problema de Dios para Borges no es importante. Yo sé que todo lo que ocurre no es demasiado importante puesto que no pasaré más allá de la muerte y entonces es lo mismo que decida una u otra cosa. Me basta tener un sentido ético de la vida y ser consecuente con dicho sentido. Aunque, y es cierto, la idea de alguien todopoderoso y omnidotado es mucho más apasionante que las más exquisitas creaciones de la fantasía, creándose y recreándose historias que al final siempre llegan a deducir que Dios es perfectamente inexplicable. Por eso rechazo los credos estructurados en torno a la idea de Dios, que se estructuran como si Dios fuese un hecho concreto y probado definitivamente. Cuando veo que hay gente que piensa que Dios está preocupado de sus vidas, me parece una inmoralidad, porque están evidenciando una existencia vulgar de Dios, a quien, sinceramente, si existe, no creo que le interesen problemas menores como los que a nosotros nos acechan. Así es que, aunque creyera en Dios, no me cabe duda de que no tendría ningún interés específico en relacionarse conmigo. Entre tanto, yo sigo milagrosamente vivo, poblado de recuerdos y emociones. Hay momentos en que no sé dónde comienza el recuerdo de alguna cosa o la confundo con la misma cosa descrita por un amigo o un buen escritor...me he sentido confuso y desesperado, porque se mezclan a veces tantas cosas en mi memoria. Pero me reconforta saber que me acerco cada vez más a ese día en que se aclarará para mí la sombra del misterio mayor de los hombres. Sé que debo morir y quisiera morir luego...estoy muy cansado. Así es: mi único miedo es no morir entero, la eterna perdurabilidad. Por eso me he obligado a creer en lo absoluto de la muerte; no sé hasta dónde me he convencido, pero deseo creer que moriré totalmente. Esto es lo único absoluto que me interesa...me pregunto, ¿es posible que yo tenga que morir como mueren las rosas y como murió Aristóteles?. En esto también hay algo de placer...aunque creo, sinceramente, que he vivido más de lo que me correspondía, porque si bien es cierto, dije, que la Biblia pone como límite de vida los setenta años, agrega sabiamente que los días posteriores a ese plazo son de angustia y aflicción. Hay un poema interesante que habla de ésto, La sepultura; nada sabemos acerca de su autor, pero sabemos que no es cristiano porque no ofrece el Cielo ni la Tierra ni el Infierno. Es un poema medieval y no es la historia de un hombre que se dirije a otro. Se trata de la voz del destino y dice: Para ti fue hecha la casa, antes de que nacieras. Para ti fue destinada la tierra antes de que salieras del vientre de tu madre. No la hicieron aún. Su hondura se ignora, no se sabe aún qué largo tendrá. Ahora te llevo a tu lugar. Ahora te mido a ti primero y a la tierra después. Tu casa no es muy alta. Es humilde y baja. Cuando yazgas ahí, las vallas serán bajas, humildes las paredes. La techumbre está cerca de tu pecho. Habitarás entonces en el polvo y sentirás frío. Toda tiniebla y toda sombra, se pudrirá la cueva. Esta casa no tiene puerta y no hay luz adentro. Ahí estás firmemente encarcelado y la muerte tiene la llave. Aborrecible es esa casa de tierra y atroz morar en ella. Ahí estarás y te partirán los gusanos. Ahí estás acostado lejos de tus amigos. Nadie irá a visitarte. Nadie irá a preguntarte si esa casa te gusta. Nadie abrirá la puerta. Nadie bajará a ese lugar porque muy pronto serás aborrecible a los ojos. Tu cabeza será despojada de su cabello y la hermosura de tu pelo se acabará.

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