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jueves, octubre 04, 2007

Ignacio García: Ernesto Cardenal, El Evangelio de la Poesía


Ernesto Cardenal, El Evangelio de la Poesía

Creo que si alguien puede ser llamado como poeta, como ser humano, y con toda justicia “un hombre de Dios” ─como lo asevera nuestro José Gorostiza─, es Ernesto Cardenal. Alguien ha dicho que este poeta escribe siempre sus libros como si fuera el primero y el último, y bajo una convicción inalterable. Así, cada obra suya, es un renuevo: la palabra del sacerdote, del profeta y del revolucionario; del testigo ocular de un mundo al que ha enfrentado sin miramientos, sin bien, él mismo admite, los demonios de este orbe parecen imbatibles y se llaman Legión. Para quienes han criticado y denostado al padre Cardenal en su papel de sacerdote católico, y a la vez ser un combativo defensor de los marginados --como si esto fuera un delito o un anatema-- se debe recordar que los grandes profetas de la Biblia recibieron esa misma crítica, y un trato despectivo e inquisidor por parte de los ofendidos por la Palabra. El desnudo Isaías, el solitario Jeremías o un Oseas (obligado a casarse con una prostituta) son sólo algunos ejemplos de hombres que enfrentaron el poder, la maldad, la explotación del hombre por el hombre y la hipocrecía eclesiástica; todo lo vivieron con valor desmesurado y siempre con la frente en alto. Ello y más ha convertido a Ernesto Cardenal, de acuerdo a José María Valverde, en el "más sonoro portavoz de los ‘cristianos por el socialismo’, no por dedicación política, sino como toma de posición espiritual en cuanto a sacerdote". No es extraño, entonces, que el padre Cardenal acuda a esa fuente inagotable que es la Biblia para ponernos al día a través de sus propios poemas, convertidos ahora en realidad desnuda: Salmos, por cierto, no descubiertos por él, sino dichos a través de sus hombres por el mismo Dios en el que muchos profesamos creer y obedecer En una paráfrasis al Salmo 7, Cardenal nos dice:

Líbrame Señor / De la SS de la NKVD de la FBI de la GN /
Líbrame de sus consejos de guerra / De la rabia de sus jueces y sus guardias

Tú eres quien juzga a las grandes potencias / Tú eres el juez que juzga a los Ministros de Justicia / y a las Cortes Supremas de Juticia

¡Defiéndeme Señor del proceso falso! / Defiende a los exiliados y deportados / los acusados de espionaje y sabotaje / condenados a trabajos forzados

Las armas del Señor son más terribles / que las armas nucleares / Los que purgan a otros serán también purgados

Pero yo te cantaré a ti porque eres justo / Te cantaré en mis salmos/ En mis poemas

Para Ernesto Cardenal, esta fusión entre poesía y plegaria, debe ser no sólo una acto contemplativo o una asistencia pasiva a la liturgia dominical: el Evangelio debe ser llevado a la realidad, y la poesía ser ese instrumento capaz de hacer “resonar mis himnos en medio de un gran pueblo/ Los pobres tendrán un banquete / nuestro pueblo celebrará una gran fiesta / El nueve pueblo que va a nacer.
Este resonar abarca la fe y la esperanza de un hombre que sueña, tiene fe y no pierde la convicción de que algún día nuestros indígenas y aquellos desposeídos que a veces ni familia poseen, obtengan la justicia esperada. Pero eso no se puede hacer desde la banca del templo o bajo el éxtasis a las afueras del atrio ni en la comodidad de una conciencia inamovible.

Suena a Perogrullo, pero la figura central para el padre Cardenal es Jesucristo y su doctrina plasmada en los evangelios. El Jesús rodeado de los desechados de este mundo; de los obreros, de los enfermos, de los presos injustamente, los ciegos, leprosos, y aquellos cuya esperanza se funda en un reino de Dios que comienza en la tierra.

Ese reino se ensaya y tiene nombre: Solentiname, en Cocibolca, una de las muchas islas del Gran Lago de Nicaragua, donde Cardenal funda una escuela de pintura --que llegará a ser reconocida en todo el mundo-- e inicia el proyecto de lectura del Evangelio entre los campesinos del lugar. Una lectura de la Biblia a la manera de los primeros cristianos, de apoyo comunal y del comer juntos, al lado de la voluntad del mismo padre de descentrar la figura del sacerdote como polo disciplinador en la exégesis bíblica. En Solentiname no es la voz de él la que hegemoniza la lectura del Evangelio, no es la Iglesia el único espacio donde se puede tener acceso a la Palabra; la Iglesia para Cardenal no es una jerarquía: es el pueblo mismo quien la forma y a quien se le otorga el derecho (subrayo, al mismo pueblo) a dar su propia interpretación de lo leído. Allí, todos tienen una copia del pasaje bíblico y entonces se da el milagro de las verdaderas buenas nuevas; o como lo pone Thomas Merton, maestro de Cardenal en Nuestra Señora de Getsemaní en Kentuky: Si en Tu cruz, Tu vida y Tu muerte y las mías son una, El amor me enseña a leer en Tí el resto de una nueva historia.


Si bien para Cardenal, este modo de “oficiar” se sucede apenas con un puñado de creyentes de la isla, bien podría ser la forma de que las grandes urbes (allí donde reina el pronunciamiento del amor a Dios de dientes para afuera) tome conciencia y comprenda el Evangelio de Jesucristo en su real dimensión; uno siempre compadecido por la situación de los oprimidos por los grandes poderes de este mundo.

Paradójicamente (o más bien, por lógica de la maldad en el hombre) el padre Cardenal es censurado (ya lo hemos dicho) por enseñar a los hombres la justicia divina. Se convierte en un peligro para las huestes del imperio y sus esbirros; parafraseo: “La policía ha estudiado todos sus hábitos / y son exactamente los mismos suyos...Sus huellas coniciden / y se comprueba que él es también de la banda”. (Oración por Marilyn Monroe y Otros Poemas). La postura de Cardenal, frente a los polos que obran entre explotadores y explotados, provoca, asimismo, que la jerarquía eclesiástica (la no-Iglesia) le suspenda en 1985 a divinis (es decir, lejos de Dios).


¡Qué ironía! ¡Qué desperdicio querer alejar a un alma ardiente por el amor a los pobres, del mismo Señor quien a través del apóstol Santiago (incluido en el libro sobre el que hace votos y jura obedecer quien algún día realizó su voto y luego se convirtió en comparsa del poderoso señor de los dineros) nos dice: !Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza... Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.

De esta forma la poesía y el discurso de Cardenal aterrizan en manos del hombre sin más arma que su pobreza: en manos de aquellos a quienes Dios prohibido, se les explote. Así, el poeta Cardenal se convierte en una voz, primero del mundo nicaragüense y, luego de toda la historia contemporánea latinoamericana; con una implacable denuncia de los abusos políticos y económicos, de la injerencia del imperio estadounidense y sus incondicionales, quienes bajo codicia y avaricia frenan el proceso de una vida digna para los habitantes de América Latina. Y dirá Cardenal: “El Dios que existe es de los proletarios”. (Salmo 57 (58)). Y también, en otro de sus Salmos, Cardenal canta al Dios omnipotente y justiciero y pregona: "Escucha mi protesta / porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores". La respuesta de los poderosos y jerarquía religiosa ha sido mofarse y propalar a través de su inmensurable recurso mediático, que esa, la Teología de la Liberación, ha caducado desde hace muchos años. Cardenal revira y, con una fe inquebrantable contesta: “En tanto existan pobres sobre la tierra, el movimiento la Teología de la liberación seguirá viva”.

Para casi dar fin a mi lectura, retorno a los Evangelios en Solentiname, en donde Cardenal nos ofrece una hermosa visión de solidaridad con el prójimo. En una de sus partes, dice el propio padre: “Esto lo acabo de descubrir en esta reflexión junto con ustedes”. ¿Y qué es lo que el poeta descubre junto a y con nosotros? Que, --citando a San Agustín-- “Dios es el amor con que nos amamos”.
No obstante, este amor no es uno que está para ser burlado, oprimido o despreciado. Con posterioridad ─ya cuando Solentiname ha sido barrido por las tropas y armas obsequiadas al dictador Anastasio Somoza García, Cardenal apunta: En realidad, todo auténtico revolucionario prefiere la no violencia a la violencia; pero no siempre se tiene la libertad de escoger. Todos los domingos en la misa comentábamos con los campesinos en forma de diálogo del Evangelio, y ellos con admirable sencillez y profundidad teológica comenzaron a entender la esencia del mensaje evangélico: el anuncio del reino de Dios. Esto es: el establecimiento en la tierra de una sociedad justa, sin explotadores ni explotados, con todos los bienes en común, como la sociedad que vivieron los primeros cristianos. (Lo que fue Sonetiname)

Finalmente, para quienes creen que un hombre como Cardenal no puede escribir más del amor Ágapeque, o el Filus que comprende el amor al prójimo; no pude ceder a la tentaci{on de transcribir estos, sus versos de juventud llenos de un Eros conmovedor; cito este Epígrama, hoy ya más que famoso, y que da cuenta de la sensibilidad increíble de este poeta.

"Yo he repartido papeletas clandestinas,

gritado: VIVA LA LIBERTAD! en plena calle

desafiando a los guardias armados.

Yo participé en la rebelión de abril:

pero palidezco cuando paso por tu casa

y tu sola mirada me hace temblar."

Al editarse este primer tomo de su Obra Poética Completa, la Universidad Veracruzana, honra a una de las voces más sobresalientes de la literatura latinoamericana, a la vez que se deleita en escuchar y dialogar con este poeta cuya fe en tantas cosas y en la palabra parece reescribirse cada día a contra-corriente de la historia. Estamos seguros que para Ernesto Cardenal, y todo lo que él encierra (el poeta, el místico, el revolucionario) esta honra apenas si lo mueve de una postura que, a ojos de todos, ha sido siempre aquella que los Evangelios ilustran como la de un siervo fiel a su causa: uno, que después de haber realizado todo lo que se le ha encomendado, se dice a sí mismo: “Siervo inútil soy, pues apenas he hecho lo que debería yo de hacer.”

Feria Internacional del Libro Universitario, FILU 2007
3 de septiembre del 2007
USBI, Boca del Río, Veracruz, México
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