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viernes, agosto 03, 2007

KC Baker Fields: El otoño recorre las islas




Su ciencia predijo el terremoto devastador.



Sucedieron dos siglos de sacudidas intermitentes como advertencia. Los rodios, con el desentrañamiento del código genético del hueso sacro, encontraron el modo seguro de regresar al mar. Rodas no sería conocido como un continente perdido, sino un continente abandonado. En las épocas que siguieron, la humanidad y sus historiadores en la búsqueda de pistas sobre la lista de los centros magnéticos del mundo, aprenderían que cuando el cielo se partió en dos y la luna y su corte celestial bajaron cabalgando en la cresta de una ola desmesurada, los rodios ya habían desarrollado branquias y membranas para cumplir la espeleología subacuática. La leyenda señala que su nombre venturoso proviene de la ninfa Rhoda, hija de Poseidón y, por consiguiente, del mar. El geógrafo Estrabón, en el siglo I de nuestra era, dio la siguiente notica histórica: “La ciudad de los rodios está situada en la isla mayor de un archipiélago que se conoce como el Deodecaneso y, por sus puertos, caminos y murallas, es tan distinta de la otras islas que no encontramos parangón en parte alguna. Su gobierno es una oligarquía con una fachada democrática, luego es posible referirse a lo bello y ordenado de la ciudad como uno de sus bienes más preciados. Las calles rectas y amplias con sucesivas terrazas que imitan el anfiteatro de un circo. Allá, una acrópolis para los templos y las celebraciones oficiales. Y acullá, cinco puertos en la parte baja. Uno de ellos, de tipo militar aunque los rodios no son excesivamente belicosos y atrevidos. No obstante los sitiadores en 302 a. c., sino que las ofrendas votivas que recibe como eje comercial y foco de cultura se guardan en el Templo de Dionisos y en el gimnasio. Pero su monumento más destacado fue el Coloso de Helios. Lo destruyó un terremoto y no se ha vuelto a levantar por culpa de un oráculo que inspira temor”.



El terremoto al que se refiere Estrabón fue seguramente el que despertó a Loukas Sideras, a mitad de un sueño donde se veía a sí mismo sosteniendo amores clandestinos con una oveja, mientras alguna prima lejana se hace varones a la medida de su anchísimo papel de viuda de un tal conde laurel. Loukas Sideras, un granjero con dos hectáreas de escabrosos olivos de una rara mezcla de aire quemante y los ecos de fiesta del populoso barrio marítimo que se conoce ahora como Mandraki, ese Loukas Sidaris consumido en un bostezo y que halló la descomunal estatua tirada en la esquina noreste de su propiedad, durante la última semana de Agosto. En la temporada de terror de temblores que traen consigo ripios del pasado, pues el tiempo existe más allá de nuestra experiencia.
A la mañana siguiente, saliendo al huerto con vistas a un aguacero de dudas, Loukas Sidaris miró al interior de la fosa que no existía antes y encontró de espaldas la figura de 34 metros y un peso de setenta toneladas. Las proporciones son aproximadas a los de la moderna estatua de la Libertad, ubicada en Nueva York, pero de tristeza pétrea. Loukas Sidaris busca el paracaídas de una explicación, no sin antes arrasar Bizancio dentro de su cabeza y contempla la gran cavidad que interrumpe su huerto. En el interior, un ruido casi imperceptible, casi imaginado o recubriendo su atonía como la voz débil de ultratumba sube entre el polvo y los insectos vigilantes. No está dormido como tú duermes. Y, en el remoto centro de ti mismo, traza abominaciones y fuego griego, sueños insensatos y monumentales piedras sobre el tejado. Loukas Sidaris parpadea lánguido por un rato.



-De setenta codos de alto, me construyó Cares de Lindos –declara el Coloso.
A partir de ese momento, Loukas Sidaris decide terminar el hábito del ouzo y la masturbación nocturna.

Niños y demás curiosos, los adultos criados en la montaña, en la ladera y los barrancos, llegan al huerto de Loukas Sidaris. La voz se corrió ferozmente en todas partes, la isla entera oye la noticia y la repite, aunque la monotonía parezca haberle mellado los dientes. Keisy Baker Fields, quien escribe ocasionales piezas de filosofía que mantienen el interés en el resto de los anuncios del Journal, llega en un carro alquilado al lugar, simplemente para descubrir que es imposible entrevistar al dueño porque está escondido en el vacío, mirando por la ventana, calvo de todo pensamiento desde que las autoridades locales han decidido traer grúas y tractores para poner la escultura nuevamente de pie. Por principio de cuentas, este monumento horizontal no era un engaño. No se trataba del gigante de Cardiff, que compró y exhibió teatralmente P.T. Barnum, en 1869. Sino la cuarta de las siete maravillas del mundo, apenas desplazada por las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de babilonia y el trono de Zeus en Olimpia. Tres días después, Keisy Baker Fields da testimonio de la oferta que trae Phil Spector, el moderno Phineas Taylor Barnum, al disecado cadáver de Loukas Sidaris para llevar a cabo un magno concierto de rock, lleno de luces y yugulares. La corbata es su lenguaje, pero si se la quitara del cuello ya estrangularía al verdugo. Loukas Sidaris recibe cinco mil dólares por su consentimiento. No obstante, si las sumas y restas no dan cifras iguales, es extraño hablar de negocios entre ricos y pobres.



El micrófono, la radio, la televisión y las celebridades del plano artístico y del ámbito social sucumben complacidos en cada una de las enormes piernas separadas, miran por encima de sus cabezas el muslo de grandes dimensiones, hecho con placas de bronce sobre armazón de hierro. La noche de inauguración se desliza entre los barcos anclados. En la placa develada consta, escrito en versos yámbicos: The 9th. Wonder of the World. Sí, la novena maravilla del mundo, razonaría Madonna con un destello de sabiduría y un sentido de historia distinto al orden cronológico establecido por la obra De Septem Orbis Spactaculis, porque King Kong había sido la octava. Dan Rather lleva a cabo la entrevista para la emisora CBS Evening News.
-Amigos, si Alejandría era famosa por su biblioteca y por su museo, Pérgamo por sus pieles curtidas aptas para la escritura, por ende llamados pergaminos, y Éfeso con sus grandes termas, circos y templos. Rodas lo era por la colosal estatua.



-Mira el tamaño de eso, no puedo envolverlo para regalo, Dan
-Madonna, han pasado once meses desde su descubrimiento y miles de turistas han venido a verlo y los artistas a sentirse un poco mejor, un poco importante.
-Vaya, si el tipo tuviera bolsillos, seguro la hoja de parra cubre el paraíso.
-Sí, la importante escuela artística de Rodas creó otras esculturas famosas. Entre ellas, la bella representación de la victoria alada, instalada en la isla samotracia.
-Bah, …¡Y me llaman la chica material!
Loukas Sidaris llega a la playa inundada de luna, donde vigila el gigante. La soledad –ya barco- encalla en la costa de los tímpanos y le hace escuchar una explicación.
-Hago la función de faro nocturno
-¿Hay algo que pueda yo hacer?
-Nada, ya pronto ellos regresaran para asirse después al noray.
Loukas Sidaris voltea hacia el horizonte.
Lejos, en otra isla, siete moais cobran vida. Los gigantes de la Isla de Pascua echan abajo la porfía del argonauta. Recientemente, un equipo arqueológico finlandés ha descubierto que en los huecos de los oculares se colocaban placas de coral a modo de ojos. Estos fueron retirados, destruidos, enterrados o arrojados al mar, en donde también ocurre un ansia de luz en las circulaciones sísmicas. Esto concuerda con la teoría que los siguientes pobladores con carnes de molusco los rechazaron y derribaron por venir de otra ciencia. El otoño recorre las islas, es hora de regresar a casa.

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