Encuentra a tus autores aquí

viernes, agosto 10, 2007

Alicia Dorantes: Ginko






Recuerden Hiroshima y Nagasaky,
cuya lección es que se debe aborrecer la guerra nuclear
y esforzarse por la paz. ¡La guerra es mortal!

.................................................................................................................................................Karol Wojtyla

Conocí el árbol llamado ginko biloba hace algún tiempo. Fue durante una cálida tarde granadina, al visitar la casa de Federico García Lorca, el poeta y librepensador español cuya voz acallaron las balas asesinas y cobardes ordenadas por mentes represoras... La cantarina fuente que brota en el corazón del jardincillo y antecede a la modesta vivienda, parece declamar los versos del poeta... Uno a uno... conservando su pasión y la métrica cadencia de sus voces.


Cuando se tiene la fortuna de acercarse a un personaje y a la vida que le rodeó, sentimos adueñarnos un poco de él, de su obra. Algunas de sus frases y pensamientos se tornan familiares y logran un mayor significado. Esa fue la agradable sensación que experimentamos en aquel dorado atardecer andaluz, mientras despacio, nos alejábamos de la blanca vivienda.
Cruzamos el jardín. Los rosales floreaban esparciendo amables su suave fragancia. Parecía que cada flor viva deseara tener el don de la palabra. Flanqueando las bardas crecían árboles de formas caprichosas. Parecían adolescentes rebeldes en pleno desarrollo. Sus hojas pecioladas en forma de abanico, estaban divididas en dos o tres lóbulos y se mecían juguetonas al compás de la brisa. Alguien del grupo los señaló y dijo que se trataba de verdaderos fósiles vivientes; agregó:

–Se llaman ginko. En Japón los conocen como el árbol de la vida y los nombran así, porque fueron los primeros en crecer, en resurgir después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.

Después de aquella alejada tarde, ocasionalmente los recordé. Hoy en día, se han convertido en una panacea, ingresando como tal, al arsenal de medicamentos porque se les atribuyen un sin número de efectos curativos. Cuando escucho eso, sonrío y me traslado a aquella radiante tarde, en la lejana Granada…


Tiempo después, visitamos Tokio. Lo primero que captó mi atención en sus amplias y bien trazadas avenidas, fue la presencia de enormes árboles ginko, que llegan a medir hasta treinta metros de altura. El guía nos confirmó que efectivamente les conocen como el árbol de la vida y son el símbolo y emblema del Japón renaciente.
¿Por qué motivos inició la primera guerra mundial? ¿Por cuáles la segunda? ¿Podrá iniciar una tercera y quizás una última conflagración? Desconozco las respuestas. Tampoco creo que me interese conocer las causas desencadenantes de las dos primeras, pero la última de las respuestas... me aterra conocerla.


La ciudad de Hiroshima está situada en el suroeste de la isla más importante del archipiélago Nipón: la isla de Honshu. Se fundó en 1594 sobre la superficie de seis pequeñas islas en la delta del río Ota. Desde 1868 en que inicia la última fase del Japón Imperial, la ciudad tuvo un pujante desarrollo y para el año de 1945, contaba con unos 400,000 habitantes.
Nagasaki era... y es, la capital de la prefectura que lleva ese nombre. Su enorme bahía de casi cinco kilómetros de extensión, constituye una de las mayores bahías del país. Nagasaki contaba para aquellas fechas, con poco menos de trescientos mil habitantes.


Era la mañana del seis de agosto de 1945. Pasaban apenas unos cinco minutos de las ocho... El cielo estaba azul y limpio. Hiroshima despertaba a un día normal. Súbitamente el ronquido de los motores de un avión, atrajeron algunas miradas. Era el Enola Gay. Todo fue tan rápido... ¿quién puede contarlo? Una mortal explosión. El ensordecedor bramido de la muerte debió silenciar muchos gritos de dolor y pánico... Un hongo de color negro infierno comenzó a levantarse, a crecer y a proyectarse hacia el cielo minutos antes azul y tranquilo. Nunca nadie lo había visto. Jamás se había conocido la barbarie humana en su máxima expresión: la muerte nuclear.
La explosión arrasó con diez mil kilómetros cuadrados, el 60 por ciento del área de la ciudad. El reporte oficial fue de 130,000 muertos... solamente ese día. Los demás fallecieron poco a poco a consecuencia de las quemaduras producidas por el calor, o por los efectos nocivos de la radioactividad. Por último, perecieron los que desarrollaron aplasia medular, leucemias o diferentes tipos de cánceres. Ciento ochenta mil personas quedaron sin hogar. ¿Importó acaso si los muertos, los enfermos o los despojados eran niños, mujeres, o ancianos?


No. Muy lejos de las líneas de combate están los que deciden quienes viven o quienes mueren. Ellos no arriesgan, sólo ganan. Ellos pensaron que los que ahí morían eran solamente humanos y los humanos nos hemos vuelto material desechable. Fácilmente nos pueden sustituir… ¡habemos tantos!…
Tres días más tarde, el día 9 de agosto, tan cálido y sereno como el de hoy, otro avión, otra bomba atómica... ahora sobre Nagasaki. La información oficial: 66.000 personas murieron o resultaron heridas, o desaparecieron. El emperador Hirohito se rindió. El día 2 de septiembre, a bordo del acorazado estadounidense, Missouri, con dos firmas finalizaba este trágico periodo: la segunda guerra mundial... vergüenza para la humanidad pensante.


Dicen los que saben o creen saber, que estas muertes fueron necesarias para evitar otras más. Pero yo no sé ni quiero saberlo. Quizá sea porque en casa, ayer mi padre, ahora mi hijo, han luchado contra la muerte y eso nos permite conocer el valor que tiene la vida... la vida humana.
Es por ello que hoy, 9 de agosto, y de todos los agostos que habrán de venir, sólo anhelo admirar el rostro inocente de los chiquitines del planeta Tierra... su pícara mirada, su risa cristalina…
En Hiroshima y Nagasaki queda el doloroso recuerdo de lo sucedido en aquel agosto… hace sesenta y dos años. En el sitio de la explosión se erigieron parques. En 1949 el gobierno japonés nombró a Hiroshima Santuario Internacional de la Paz.


Para ellos, para los que cayeron durante esos aciagos días, más que el eterno recuerdo, démosles todos unidos, la mejor de las promesas. Digamos a una sola voz:
¡Por favor, nunca mas!

No hay comentarios.: