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jueves, julio 05, 2007

Gabriel Fuster: Verónica Du Terres




No digan que no sucedió.
No digan que el suceso tuvo lugar en un universo paralelo. Por supuesto, ocurrió. Yo estaba ahí cuando los acontecimientos se llevaron a cabo. Fue un evento de terror tolerable. Hermoso, a su modo. En el día del Juicio Final, vuestro servidor, encargado del registro protocolario, tendrá una pregunta que hacer al ángel de la muerte. Ninguno aprende la lección.
El edificio de las Naciones Unidas se erige estéticamente honesto a la ciudad de Nueva York, sobre la vista del East River. El complejo de la sede internacional fue diseñado por un equipo de arquitectos que incluyeron a Le Corbusier, de Suiza, y Oscar Niemeyer, de Brazil, presidido en un momento de incurable optimismo norteamericano por Wallace K. Harrison. Existen desacuerdos entre los escolares sobre la atribución de esta autoría definitiva. Inaugurado el 9 de Enero de 1951, la fachada del edificio es un simple paralelepípedo, todo cristal y granito. Al lado, se ubica una estructura horizontal, el recinto de la Asamblea General. Si tú te asomas en una de las ventanas de cualquier edificio sobre, digamos, East 45th Street, al techo del edificio de la Asamblea General, este podría parecerte un hombre gordo con lentes de natación en una tina. El domo y el pabellón en conjunto parecen alucinantes al brinco del ojo. Pero el edificio de la Secretaría, ese panel de ventanas que refleja el impío perímetro de los rascacielos de Manhattan en días claros, no es materia de broma ni soluciones en el quijote. Dentro del mismo, la tarea del mundo se lleva acabo. En su interior, los planes y sueños y frustraciones de billones de hombres y mujeres son estudiados y catalogados y resumidos en hojas de memorandum que circulan de oficina a oficina. Yo trabajo en ese edificio.
Llámenme Ismael, de 9 a 17 horas. Lunes a Viernes. Soy un interprete. Yo hablo tres idiomas, además del ruso. A saber, inglés, francés y árabe. Sin acento ni vaguedad con la cabeza loca de audífonos o canto de las ballenas. Mi labor para la ONU ha sido muy elemental, agregado diplomático. La diplomacia es como una escalera que se tira una vez que se ha utilizado para subir. Talento legítimo. En mi caso, sumo don marcado con teorías de Jdanov, Molotov y Stalin en asuntos de salud política. Y eso es muy malo. Empiezo a preguntarme si, después de diez años de labor, este trabajo no parirá un clamor, un aullido informe, un quejido embrutecedor, un monstruo. La bomba refuta por igual a Marx y a Spencer, al revolucionario y al evolucionista. Desafortunadamente, fui testigo del mayor desastre que haya asolado a la especie humana. Les contaré al respecto, pues existe verdad en lo que diré y la anécdota ahora tiene una dimensión trágica y otra luminosa. Por implicación, es una verdad que encierra los tres tiempos: el ayer, el mañana y el hoy.

La asamblea extraordinaria de ese día – 16 de Agosto de 1975, sábado – era una casa de locos. La agenda estaba en un punto gélido. La sala de sesiones mantenía la vigilia estéril de diez diferentes conflictos, imperativos, y cualquiera de ellos podía detonar la gran guerra. Sí, la gran guerra que podría hacer parecer a la Segunda Guerra Mundial como una vil pelea callejera.
Todos hemos cocinado esta olla de presión por años. El 25 de Junio de 1950 las tropas norcoreanas cruzaron inesperadamente el paralelo 38, con lo que dio comienzo a la guerra de Corea. Las negociaciones de paz se iniciaron en Julio de 1951, pero el armisticio no se firmó hasta Julio de 1953. En agosto, del mismo año de la muerte de Stalin, la Unión Soviética detona su primer artefacto atómico experimental. Los norteamericanos ponen a prueba su primera bomba de hidrógeno en el atolón de Bikini, meses después. La fusión de tritio y deuterio supera tres veces las expectativas de campo. La actividad secreta empieza la crecida de arsenales termonucleares entre ambas potencias que lleva a un acelerado deterioro de la política de coexistencia pacífica. Diablos. En la antigüedad, Roma prescindió de 28 dioses para su salvación. En 1956, Egipto nacionaliza el Canal de Suez. En respuesta, Israel invade la península del Sinaí. Ni siquiera el establecimiento de nuestra fuerza de paz de Naciones Unidas logra un alto al fuego inmediato. En 1957, crece la violencia racial en Sudáfrica, el término apartheid aborrece incluso a los caracteres negros con qué no queda más remedio que expresarlo. Sputnik es puesto en órbita. En 1958, los rebeldes nacionalistas árabes se apoderan del gobierno iraquí y asesinan al Rey Faisal. En 1959, la guerrilla cubana lleva al triunfo a la revolución y Castro asume el poder de la isla. En 1961, Alemania del Este levanta un muro sobre el paisaje del desamparo que separa a Berlín en dos. Un viento llamado Dag Hammarskjöld, nuestro amado Secretario General, nuestro mejor abogado para la paz, es muerto en un accidente aéreo en Rodhesia. Bahía de cochinos es una maniobra paralítica que termina en una matanza. En 1962, la crisis de los misiles cubanos paraliza el vientre del mundo y nunca ha sido más insufrible la náusea del miedo. En 1963, 15,000 tropas americanas intervienen en Vietnam y la guerra adquiere otro nivel. El presidente Kennedy es asesinado en Dallas. En 1964, el Partido Comunista Chino detona su primera bomba atómica. En 1965, ocurre la revolución en República Dominicana. En 1966, Kwame Nkrunah es derrocado en Ghana y todos, los animales salvajes y las deidades nativas y los espíritus ancestrales, en círculo luctuoso entonan los tambores por la diáspora africana. En 1968, los estudiantes de París enfrentan a la policía, seguidos de una huelga general que dura un mes. En México, los disturbios universitarios son reprimidos brutalmente en Tlatelolco. En Norteamérica, los jóvenes son frutos, maduran y caen. Los protestantes toman las instalaciones de la Universidad de Columbia. Italia, Argentina, Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia admiten brotes similares de sedición. La Unión Soviética y otras naciones del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia para separar los campos de juego y los campos de batalla. Karl von Clausewitz se pasea por en medio.
Entre 1969 y 1975, para la historia tan lenta, la muerte presente entre nosotros, los registros graves de una negación: Dos millones de vidas se pierden en la guerra civil de Nigeria, mientras seis millones más perecen de hambre en Biafra. Otra guerra civil sucede en Pakistán. Brasil sistemáticamente elimina a sus indios, el solo de la flauta del fémur. India invade Pakistán. La guerra religiosa estalla en el norte de Irlanda. Terroristas de la organización palestina Black September asesinan a 11 atletas olímpicos en Munich. Asesinatos políticos en Grecia, Afganistán, Madagascar y Chad. ONU aplica "tiersmondisme" a los polígonos de Sudamérica y Africa. La cuarta y más cruenta confrontación árabe-israelí en 25 años. Tensión en Tailandia y Laos. Los campos de la muerte en Cambodia. El viable sucesor de Franco es asesinado en Madrid. Ignorante de la derrota o más perspicaz que la Organización de las Naciones Unidas, el soldado japonés Teruo Nakamura se rinde en la isla de Morota, en Indonesia.
Piensa global, actúa local. Entonces la válvula de presión explota. Agosto 16 de 1975. Sábado.
La República Popular de China invade Japón. Los norteamericanos envían sus submarinos dentro de las aguas territoriales del puerto ruso de Murmansk y aseguran el estuario del río Kola. Los israelíes retoman su posición en Gaza y no se detienen. Seis naciones le declaran la guerra al Estado de Israel. Argentina invade a Chile. La situación era como si la locura hubiera mandado por los aires el ajedrez silencioso que se juega en los cementerios antiguos, junto al perro asirio. Todos contra todos. El mundo era la suma de todos los odios. Nadie lo pondría en duda: era el armagedón.
En el Consejo de Seguridad del organismo mundial, la situación era una larga lengua morada que suelta palabras de miedo y espanto. La amenaza gobernaba ese día, principalmente el encono. Despierta, calla, escucha. Incorpórate un poco. Vocifera. Cada representante de nación es un hombre rodeado de espectadores que tienen advertencias y acusaciones para esconder un paso en falso..
El Secretario General, un nazi renegado de la SA llamado Kurt Waldheim, utiliza su mazo de autoridad y la sesión restablece el orden.
Yo traduzco.
Las siguientes dos horas se ocupan de la arenga del representante de Etiopía en contra del triunvirato otomano donde surge Turquía. Pocos minutos después de iniciar la tercera hora, un ruido llega del vestíbulo.
No soy el único en advertirlo, el resto de las cabezas de los delegados voltea en dirección a la puerta. En tanto el ruido crece, el orador africano calla y voltea al hombre a su lado buscando una explicación. El representante de Reino Unido sacude las manos en confusión. Me quito los audífonos y me pongo de pie para pegar la frente al cristal de mi cubículo. Las puertas se abren de golpe y los niños pasan al recinto.
Cierto, uno pudo haber esperado cualquier otra cosa. Los taxistas de la ciudad o las hordas de Genghis Khan. En el mejor de los casos, invasores de Marte o invitados a cenar. Cualquiera de ellos pudo haber sido más apropiado, pero nunca un grupo en proporción directa al aumento de niños.
Sí, chiquillos de carita limpia y distintas razas, vestidos de todos los concebibles estilos étnicos. Todos diferentes, pero ninguno mayor a los diez años. Niños y niñas, en grupo ordenado, tomados de las manos, caminaban en medio de los adultos. No había una sola sonrisa o un saludo. ¿Cómo lograron juntarse? Eso nadie lo sabe. ¿Cómo lograron burlar la seguridad y entraron a la asamblea? Eso nunca lo sabré. It’s a small world after all.
El grupo alcanza el estrado y fija la vista en el Secretario General. Una niña se separa del conjunto y toma la voz al micrófono. Ella es Verónica y esto es lo que tiene que decir.
Yo traduzco.
“Jefes y Gobiernos de mundo, queremos que detengan su guerra ahora. Tenemos miedo. Nuestros terrenos de juego se han convertido en campos minados. Los niños queremos la paz y la hemos esperado y esperado y no llega. Nuestra advertencia es esta, si no ocurre una tregua de inmediato, nosotros nos iremos para siempre”
Los cancilleres del mundo permanecen en silencio.
Verónica baja del podium. Los niños la envuelven y como la unidad del continuo temporal, abandonan el lugar.
Lo que sucede después es el pandemonium. Carcajadas, insultos, desazón de las lágrimas. El representante de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialista toma la voz y acusa a los norteamericanos de una treta capitalista para infundir sentimientos asociados en el drama. Enseguida, ofrece un referendum, preguntando: ¿Debemos cambiar la Carta de las Naciones Unidas para mudarla a Disneylandia?
El portavoz de Washington acusa de discurso comunista al Kremlin.
El delegado Chino insulta al representante de Francia
El egipcio le pica los ojos al alemán.
Mientras yo traduzco el ¡bum! de un explosivo de tiempo sembrado en el edificio, ¿Qué hora es en Europa, Asia y Africa, simultáneamente? Ya es tarde, siempre es tarde, siempre en la historia es noche y es deshora.
Año 2005 y no ha habido otro nacimiento en ninguna parte del mundo desde entonces. El mundo pronto morirá de viejo, sin descendientes, sin niños. Irónico. Uno esperó por un final del mundo apocalíptico. Esta vez, los adultos jugamos el rol del flautista del cuento y dimos con la nota equivocada. Diablos. No digan que no sucedió, Verónica.

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