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domingo, julio 01, 2007

Gabriel Fuster: MARPAGO



-Hey, Paco, sobre tu hombro izquierdo. En la cabina de teléfono…¿la ves?
-Ahorita no. Estoy cansado. Me estoy distrayendo.
-Coño, Paco, échale un vistazo
-Aguanta, mi Pancho. Mira, si no te callas y me dejas acabar mi cerveza tranquilo, te juro que voy a sacar la lujuria a sillazos de tu cabeza.
-Ok, que sea como quieras, pero te juro que no parecen operados.
-¿Qué?
-Olvídalo, Paco. Tú dijiste que hallar un juego de abadesas es como la lotería.
-Mierda, dame la cara cuando me estés hablando
-Estoy tomando mi agua mineral, después voy a orinar.
-Escucha, cretino, hemos estado el día entero buscando en vano.
-El panorama concluye en los párpados…
-Te pido disculpas, socio. A ver, ¿Cuál de ellas es?
-La morocha a tu lado izquierdo. ¿La distingues?
-¿La de ropa deportiva?
-No, la que está hablando al teléfono sobre el baño de mujeres. Ella trae un kaftan rojo. Espera a que le dé la luz de la puerta. ¿Viste? Grandes y sanos y negros, como los quiere el pintor.
-Mi querido Pancho, tú realmente eres un exagerado.
-¿En serio? No mames.
-Ahora hazme caso y deja de mirarla antes de que se dé cuenta que somos acosadores. La cosa es natural.
-¿Quién dice? El lugar está atiborrado de curiosos.
-En cualquier momento ella termina su llamada y se retirará del lugar.
-Y nosotros no vamos a perderla. ¿Verdad, amigo?
-Pancho, comete otro cacahuate y déjame emborracharme.
-Coño, Paco, piensa en la mutua sorpresa cuando nos pague el pintor.
En su atrevimiento, Pancho y Paco provocaban recordar a los irlandeses William Burke y William Hare, los asesinos de West Port, quienes en los secretos días de 1820, estrangulaban a la gente al azar y por proveer de cuerpos a las prácticas de disección en la Escuela de Anatomía de Edimburgo, en Escocia. El ilegal exhumador de cadáveres y su cómplice fueron los más famosos traficantes de órganos que hicieron historia. Pero en esta ocasión no era el Doctor Robert Knox el más interesado en pagar un fabuloso y mortal precio dentro del mercado negro, sino el pintor concentrado ante su pintura y buscando suministros de mirada para hablar de atención en una probable muestra de galería.
-La dejas ir. En fin, que sea como quieras, pero te juro que no parecen operados.
-¡Pancho!
-Ok, Paco, okay. ¡Carajo, tenía tan bonitos ojos!

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