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lunes, junio 11, 2007

Isabel Lorenzo: La promesa



"Las olas del torrente me envolvieron,
me aterraron los torrentes devastadores,
me cercaron los lazos del abismo
los brazos de la Muerte llegaron hasta mí.
Pero en mi angustia, invoqué al Señor
grité a mi Dios pidiendo
auxilio; mi grito llegó hasta sus oídos y
Él escuchó mi voz desde su Templo”

La luminosidad era tan grande que le lastimaba los ojos. Debía de ser el cielo, porque en lo alto, recortado a contraluz pendía un ángel con las alas abiertas. Inmensas de casi tres metros. Los rayos que lacerantes pasaban a través de sus plumas blancas no le permitía distinguir sus facciones, pero verlo era suficiente. Seguro estaba muerto. Lo curioso era la sensación corporal, cómo el dolor de la espalda, una infinidad de agujas penetraban por ella, la boca totalmente reseca con los labios cuarteados le impedía hablar, qué decir de su cabeza que de un momento a otro iba a explotar. Debe ser que así duele cuando dejas el cuerpo justificó pues sí cuando naces duele, porque no habría de doler cuando mueres. O ¿sería el infierno? A lo mejor esa era la razón de este calor febril en el que ardía; pero no recordaba haber hecho algo tan malo como para merecerlo. Un poco glotón sí, a lo mejor un bastante. ¡Cuantas lagartijas no había hecho cuando pensaba que se le pasaba la mano! En sí se consideraba lo que se dice un buen chavo, no le gustaban las broncas, aunque sinceramente eso no le costaba, lo cierto es que desde niño odiaba los gritos o cualquier clase de violencia. Tampoco bebía, ni fumaba y mucho menos meterse cualquier porquería. ¿Qué era un poco flojo? Quizá, pero no tanto cómo para irse al infierno ¿o sí?

Entonces recordó claramente cómo se deslizaba al uno dos suave y rítmico sobre plato de agua siguiendo la estela de sus amigos. Para variar llegó tarde, hasta tuvo que correr para alcanzar el remolque antes de que se llevara su kayak de regreso; y es que por más que intentaba levantarse temprano, siempre se le hacía tarde. Era lo malo de ese deporte: la obsesión de salir casi de madrugada. Claro también tenía lo bueno, cómo la sensación de magnificencia que infunde la creación cuando esta ausente la mano del hombre. El silencio. El perfecto equilibrio sin aspavientos. Estaba seguro que a eso se refería Einstein cuando declarara: que mientras más observaba el universo más se reafirmaba su creencia en Dios. Sobre todo Su presencia, tan tangible que no necesitaba ninguna clase de explicación. Cómo cuando entras en tu casa y sin verla sabes que mamá está en ella, así le pasaba. Podía ver todo aquello en Discovery, pero no dejaba de ser un programa, lo increíble era estar ahí, metiéndose en sigilo en el alma de Dios.

Le costó obtener el permiso en su casa, no por falta de confianza, sino porque el mar siempre es peligroso, por eso buscó que el instructor fuera a hablar con su padre, éste le confirmó que en el grupo algunos socios alcanzaban los ochenta años, razón más que suficiente para convencerlo de que era muy sencillo.

La excursión comenzó en una pequeña playa; costeando al lado izquierdo se veía Playa Escondida, seguida de la Cueva del Pirata, a la derecha pero cómo quinientos metros más adelante se presentaba majestuosa la Isla de los Pájaros. Todo roca y guano como si fuera un gigantesco pingüino marinela. A pesar de ser tan temprano estaba sudando, el bloqueador de forma generosamente aplicado empezó a resbalarse por su frente, saltando la barrera de las cejas hasta inundar sus ojos. Le ardían. Había oído acercarse el motor de una lancha pero el sol de plata se enjilaba entre las olas que dejaba su estela y no pudo reaccionar a tiempo, en cuestión de segundos la mar se apoderó de su cuerpo, y cómo un rehilete descendió rodeado de burbujas hasta que el chaleco salvavidas lo impulsó hacia fuera. En la eternidad de los minutos que logró recuperar el aliento, sus compañeros desaparecieron tras la isla camino al horizonte. Gritó, pero ya estaban lejos y no lo oyeron. Buscó el kayak, mas este cabalgaba en la cresta de la ola qué dejó la lancha, tan lejos, que prefirió no seguirlo. Así quedó en medio del mar, flotando en su chaleco. Tuvo que decidir entre ir tras él, o enfilar a la isla, ni pensar en la playa, estaba muy alejada para nadar hasta ella. Recordó su desconcierto y cómo siempre, se había odiado por esa indecisión que le venía a veces.

No tenía idea de cuanto tiempo había permanecido en el agua, cuando el sol fue intolerable, nadó hasta la isla. Nada, ni nadie, solo él y algunos nidos abandonados. Se encaramó hasta lo alto. Arañado por las filosas piedras. Sediento. Poco le duró su tanquecito que cargaba en la espalda, pese a que lo bebió a pequeños sorbos mientras el sol llegaba a la cúspide. Ni siquiera había desayunado, en el kayak estaba todo, allá estaba bailando frente a la cueva al vaivén de las olas. Hasta llegó a pensar en los huevos regados por todas partes, pero le dieron asco y no los tocó. Lo último que recordaba era el sol aplastando su cabeza mientras miraba el mar durante las largas horas hasta perder la conciencia.


El ángel lo picó con su espada justo en las costillas, cosa que lo desconcertó mucho. No podía moverse, le dolía tanto el cuello y la espalda que no lograba enderezarse para alejarse de él.

” Dios mío despiértame de esta pesadilla, prometo levantarme temprano hasta los domingos” imploró “Tú que habitas al amparo del Altísimo, a la sombra del todo poderoso” y siguió llamando al 911 cómo les decía el pastor cuando eran niños.


Se talló los ojos hinchados que le ardían, quería ver cual era ese ángel, hablar con él. Se restregaba los ojos con aquella camiseta reseca y salada por el agua de mar; aún así, apenas distinguía la clase de seres que iban formando un cerco en su derredor. Pero no, no eran extraterrestres, ni demonios ni nada por el estilo, eran cientos de cormoranes que con el sol de la mañana lo descubrieron sobre sus nidos y empezaron a atacarlo, su buche se inflaba tomando una coloración rojiza.

Bájate de ahí muchacho loco- le gritaban desde lo alto


El ángel voló convertido en otra ave al sonido del helicóptero, por la pared de la isla, un grupo de hombres subía hasta él. Aún así no lograba moverse, pero al menos empezaba a entenderlo todo. Dos paramédicos lo bajaron en una camilla. Escuchaba entre los graznidos y el helicóptero la voz cortante del instructor.

No sabes que no puedes salir al mar tú solo, se te dijo bien claro que siempre tienes que ir acompañado de alguien. Te has puesto en peligro y has provocado un verdadero caos. Tendremos que reconsiderar tu estancia en el grupo

No le diga eso- aseveraba el octogenario del grupo.-No te preocupes hijo, todos cometemos errores, te servirá de experiencia y no volverá a ocurrir ¿cómo se te ocurrió subirte con los pájaros?

¿Qué importaba todo eso?-pensó- No estaba muerto ¿no? Ahora lo cañon estaba en cumplir su promesa.

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