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miércoles, mayo 02, 2007

Isabel Lorenzo. Francisco Javier Clavijero


Hablemos de historia
Francisco Javier Clavijero
(Primera de dos partes)
Isabel Lorenzo

Me parece que la verdad está
más hermosa cuanto está más desnuda


Conocer la historia es mirar hacía atrás, ver en el corazón de los grandes, comprender sus acciones, y empatizarse con ellos; al final amarnos por ser parte de la saga.
Nuestro hombre en particular, era un cura jesuita, nacido en Veracruz; criollo, hijo de peninsulares; a diferencia de otros, su padre que era funcionario, decidió que Francisco naciera en estas tierras, aunque ello lo dejaba imposibilitado para obtener un cargo público, pues según la ley, sólo los españoles peninsulares tenían este derecho.


Clavijero estudió en Puebla y se recibió como sacerdote. Con esta investidura recorrió la Nueva España aprendiendo sus lenguas y leyendo sus códices, tuvo puestos importantes en Guadalajara y México. Después vino el destierro, el dolor lacerante del desarraigo, sobre todo por lo injustificado. Cuando a causa de una de las más grandes masacres protagonizadas por los jesuitas en defensa de los indígenas en el sur del continente (Iguazú), fueron expulsados de las Españas por Carlos III. No olvidemos que este regente hereda una España en exceso católica, siendo él de ideología liberal, encuentra una disculpa realmente válida para deshacerse de la orden más crítica de su reinado. Así fue como Clavijero embarcó en el año de 1767 en el puerto de Veracruz rumbo a Italia. El viaje fue largo, debido a una enfermedad que lo obligó a detenerse en La Habana un tiempo, para después seguir hasta Ferrara, Italia.


La añoranza, el dolor de la ausencia fue convirtiéndose en una obsesión por leer y estudiar todo lo relacionado con la patria. Pese al destierro, siempre lo movió el deseo de servir a sus connacionales. Él mismo lo dice en su prólogo de la Historia antigua de Méjico, publicada en Bolonia en el año de 1780, en italiano Storia antica del Messico: “en el deseo de acabar con la fastidiosa y reprensible ociosidad y para restituir á su esplendor la verdad ofuscada por una turba increíble de modernos escritores de la América…”
Estudió con dedicación todo lo relacionado con México, recurriendo a una variedad de fuentes que iban desde historiadores clásicos hasta sus contemporáneos, especialmente datos proporcionados desde Cádiz y Madrid y de otras ciudades de Europa, así como pinturas, códices y estelas cuyas copias pudo conseguir. Con la suerte de conocer la lengua de algunos pueblos, se dedicó a recopilar, cotejar y concluir la versión más fidedigna de la historia.


Manifiesta que hubiera deseado tener al alcance las librerías de México. Su afán por conservar los nombres reales y no cómo se estilaba de cambiarlos al grado de no poder ubicarlos y ejemplifica: Tal es el caso de Solís que habla de Hueyotlipan donde pone Gualipar y casos por el estilo. Mitofóbico, toma la decisión de no fantasear, no añadir reflexiones filosóficas o políticas y señala : “me parece que la verdad es tanto más hermosa cuanto está más desnuda”. Se vanagloria de haber seguido dos leyes al pie de la letra que considera indispensables en un buen historiador: “no atreverse a decir mentira ni temer decir la verdad, y me lisonjeo de no haberlas quebrado”.

(Continuará)

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