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jueves, marzo 29, 2007

Alix M. Nakayuma: Los haiku de Basho


Para Ignacio, amante y hacedor de la poesía y su asombro

Basho (1644) es sin duda uno de los más completos poetas del lejano Oriente, a la vez que uno de los más complejos para quienes pensamos desde el punto de vista aristotélico en Occidente. Samurai por derecho propio y poeta por vocación, Basho va a dejar en el transcurso de su vida una serie de poemas en los que importa es la simpleza y el sin adorno: dejar que sea el lector quien dé su propia versión del poema. Según algunos, Basho fue alumno durante un tiempo del gran poeta e investigador de la literatura china Kitamura Kinguin, de quien recibió cursos particulares, lo que probablemente le ayudaría a convertirse en el gran maestro de la poesía que fue. En el año 1686 Basho compuso el haiku más famoso de la literatura japonesa, inspiración constante de innumerables poetas a partir de entonces, que resume perfectamente el espíritu del haiku:

“Un viejo estanque;
se zambulle una rana,
ruido de agua".

El poema (para quienes sólo vemos aguas y ranas) consigue el milagro de hacer confluir lo eterno (el agua del viejo estanque) con lo instantáneo (el salto de la rana) y el fluir de la vida entre esos dos extremos bajo el propio ruido del agua; todo valiéndose del lenguaje más sencillo y conciso del que puede hacerse uso. La poesía de Basho, más que tratar de escribirla para ganar fama o decirles a otros lo que deben hacer, es una búsqueda y un encuentro constante con la naturaleza, la humildad y la búsqueda de la esencia espiritual.

La estrecha senda de Oku (de las que Octavio Paz realizó extraordinarias traducciones) es el fruto de un peregrinaje por tierras norteñas que le ocupó seis meses, y que le llevó al templo de Ise, el corazón del shintoísmo japonés, de donde derivan poemas realmente maravillosos. El poeta muere en 1694 víctima de la disentería, rodeado de sus amigos y con un último haiku que dice:

"Habiendo enfermado en el camino
mis sueños merodean
por páramos yermos".

He aquí una muestra de estos poemas que nos conduce a territorios desconocidos en donde el alma puede disfrutar esa tranquilidad ansiada.

El mar ya oscuro:
los gritos de los patos
apenas blancos


A la intemperie
se va filtrando el viento
hasta mi alma

Soy un hombre
que come su arroz
ante la flor de asagao

Este camino
nadie lo recorre
salvo el crepúsculo*


Sobre la rama seca
se posa un cuervo:
tarde de otoño


Quietud:
los cantos de la cigarra
penetran la roca

La primavera pasa
lloran las aves:
son lágrimas los ojos de los peces

Aroma del ciruelo,
de repente el sol sale:
senda del monte


* Cuando Julio Cortázar intentó escribir poesía (muy mala por cierto) pensó publicarla (y así lo hizo) bajo este verso de Basho: “Salvo el crepúsculo”.

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