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lunes, febrero 19, 2007

Raquel Tibol: Sobre Frida Kalho


Ecos de las Escrituras de Frida Kahlo

Raquel Tibol

Este año se cumple el centenario del nacimiento de la artista coyoacanense, y durante la XXVIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería se presentará la cuarta edición del libro de Raquel Tibol, Escrituras (aumentada ya a 300 escritos), bajo el sello de Lumen México. A su vez, la editora alemana SchirmerGraf editará un pequeño volumen con 71 cartas amorosas de la artista, selección del mismo Escrituras: El prólogo de Tibol a esta “joyita”, como le llama, es el que se reproduce ahora por vez primera, tras un recuento editorial.


La primera edición de un conjunto de textos de Frida Kahlo (cartas, recados, mensajes, confe-siones, recibos, corridos, solicitudes, protestas, agradecimientos, imploraciones, poemas y algunas redacciones más elaboradas), reunidos y anotados por mí, apareció en 1999, editada por la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuyo programa editorial era dirigido entonces por Marco Antonio Campos.Contenía alrededor de 150 Escrituras, tal fue el título que elegí y que se conserva hasta el presente. En la segunda edición de la UNAM, de 2001, el contenido había aumentado a 200 textos. De este volumen apareció una versión en inglés, con el título de Frida by Frida, editado en 2003 por la casa RM, y en 2004 por SchimerGraf en alemán con el título Jetzt, wo Du mich verläst, liebe ich Dich mehr denn je. En 2004, con el sello Plaza y Janés, de Random House Mondadori, se publicó la tercera edición, ya con unos 250 textos. Por primera vez tuvo un prólogo de muy alto y gracioso sentido analítico, a cargo del filólogo Antonio Alatorre. El sello Lumen de España, de la misma casa Random House Mondadori, decidió publicar un compendio, aparecido en 2005, con el título Frida Kahlo: ahí les dejo mi retrato. Con el mismo título de Frida by Frida, RM sacó la tercera edición en inglés en 2006. El próximo 3 de marzo, en la Feria del Libro del Palacio de Minería, presentará la cuarta edición en el sello Lumen de México, ampliada ahora a unos 300 escritos, la cual pronto tendrá versiones en francés y holandés.


En este 2007, para celebrar el centenario del nacimiento de Frida, SchirmerGraf sacará un pequeño libro, pensado como una joyita, que reunirá 71 cartas amorosas enviadas por Frida Kahlo a Alejandro Gómez Arias, Diego Rivera y Nicolás Muray. Para este volumen, titulado Die sende ich mein ganzes Herz. Liebesbriefe (A ti te mando todo mi corazón. Cartas de amor), escribí un prólogo que dice así:“Los modos de amar de Frida Kahlo”Las cartas reunidas en este volumen fueron escritas por Frida Kahlo entre 1923 y 1953, o sea, entre la adolescencia y una madu-rez tronchada temporalmente por la muerte. Son amorosas y revelan la precosidad sexual de quien suplicó, demandó, confesó, imploró, exigió, compartió, arrulló, protestó, debido a un delirio que normó su existencia. Están dirigidas a sus tres principales afectos, que no fueron los únicos. A Alejandro Gómez Arias (Oaxaca, 1906-Ciudad de México, 1990), su primera relación, lo conoció en 1920 en la Escuela Nacional Preparatoria; poco después aspiró a ser una novia convencional, aunque él no le correspondió en tal sentido, pues nunca pensó sobrepasar una intimidad de jóvenes amantes, a la que ella llegó ilusionada en contraer matrimonio, no tanto por cumplir un ritual de señorita “decente”, sino porque le atraía su cultura, su inteligencia, su propensión natural al liderazgo que no sobrepasaría el medio estudiantil al principio y que alcanzaría luego una presencia político-social discretamente comprometida, sus-tentada en la práctica de la abogacía y en el ejercicio de un periodismo analítico distante de los extremos. Su relación con Frida no se distingue por cierta generosidad espiritual; prueba extrema de ello es el episodio del accidente que sufrieron ambos el 17 de septiembre de 1925, del que ella salió terriblemente lastimada y él con escasos golpes y raspones, lo cual le permitió alejarse de la enferma extremadamente grave, pretextando la visita a una tía inexistente y para tomar cursos que no pasaron del turismo cultural. Frida prefirió no oír las voces de la intuición o las evidencias, y refugiarse en el supuesto de que ella merecía el amor de él dado que ella lo amaba o necesitaba amarlo y prefería no renunciar a ese sentimiento susurrado por ella, gritado por ella, y que se hubiera convertido en algo demasiado triste e insano si Diego Rivera (Guanajuato, 1896-Ciudad de México, 1957) no hubiera aparecido en su horizonte, marcado ya por la desgracia, y la hubiera arrancado del desasosiego abriéndole las puertas a dimensiones vitales más complejas, entre las que estaba incluido el arte, fantasías eróticas insólitas, la inexistencia de cualquier prejuicio sobre la fidelidad, un oscilar a veces perverso entre celos desesperantes y la insaciable entrega por ambas partes a amoríos casuales, para arribar al fin a una íntima amistad, construida con atormentada tolerancia por parte de ella, y un contradictorio y muy profundo apego de él hacia la pintora y el ser humano que tanto llegó a admirar, pues ninguna otra de las muchas mujeres que conoció había demostrado en hechos concretos una tal distancia de convenciones y moralidades, capaz de asumir su temperamento singular y sus debilidades con señorío y fuerza apabullante.


Otro personaje receptor de cartas fue Nickolas Muray (Hungría, 1892-Estados Unidos, 1965), fotógrafo, crítico de danza, aviador, campeón de esgrima, cuya simpatía la flechó en 1931, al punto de escribirle un primer requiebro amoroso húngaro, idioma que ella desconocía y para lo cual debió pedir ayuda. La relación apasionada tuvo un curso breve pero intenso en Nueva York entre 1938 y 1939. De todos sus amantes fue al único que llegó a expresarle: “Te adoro, mi amor, créeme; nunca he querido a nadie de este modo jamás –sólo Diego está tan cerca de mi corazón como tú”. Quizás el mejor testimonio de aquellos días de placeres sea el extenso ciclo de fotografías que él le tomó buscando siempre destacar su gracia, sus gestos elegantes, la originalidad de sus atuendos lucidos con atractiva propiedad.


Ni con Muray ni con ninguna otra de sus relaciones tuvo Frida rupturas enojosas, al contrario, las pasiones se convirtieron en perdurables y afectuosas amistades; así ocurrió con Gómez Arias, con Muray y hasta con el propio Rivera. No puede decirse lo mismo de sus sentimientos hacia León Trotsky, con quien sostuvo coqueteos superficiales y aun intrascendentes, inflados por algunas biógrafas y revisionistas históricos.


En todo caso cabría destacar que tanto el político ruso como Rivera acudieron a Frida como intermediaria en sus confrontaciones ideológicas. El obsequio del autorretrato y la dedicatoria afectuosa nada prueba más allá de la pose altanera y por lo mismo implícitamente irónica, tan diferente a otros gestos pintados con evidentes susurros amatorios.


No se puede medir bien el alcance anímico de estas cartas sin considerar otros modos de amar de Frida, como sería su bisexualidad y su insaciable apetito de contacto físico, de una piel a piel a como diera lugar. Más allá de especulaciones y de inspecciones de sábanas, hay una referencia concreta a su lesbianismo en carta del 11 de abril de 1933 desde Nueva York a Clifford Wight, escultor inglés, ayudante de Rivera en los murales de San Francisco y Detroit. Desinhibida le cuenta: “Pobrecita O’Keeffe (la pintora Georgia O’Keeffe) estuvo tres meses en el hospital y se fue a Bermuda a descansar. Ella no me hizo el amor en ese tiempo. Creo que el motivo es su debilidad. Muy malo”.


Entre sus contactos físicos más insólitos está el que sostuvo con Carlos Pellicer, el célebre poeta gay mexicano. En noviembre de 1947 le escribe: “¿Se pueden inventar verbos? Quiero decirte uno: yo te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medida (…) gracias porque vives, porque ayer me dejaste tocar tu luz más íntima”. Se entiende que él se ha dejado masturbar, y aunque ella hubiera deseado repetir esas aproximaciones, él las evade, tal como lo demostró en tres sonetos que le dedicó cuando Frida fue sometida a la amputación de su pierna derecha en agosto de 1953. En una estrofa le confiesa “te quiero”, y se disculpa: “No pude ser tu buen samaritano”.


Los escritos dirigidos a Rivera después de 1940 deben ser ponderados a la luz de las siguientes circunstancias: Diego le había pedido el divorcio el 6 de noviembre de 1939, sin revelarle que lo hacía para evitarle problemas debido al asalto perpetrado a la casa de Trotsky por el pintor David Alfaro Siqueiros al frente de un grupo, haciendo uso de una camioneta prestada por Rivera. Cuando pasó la tormenta volvieron a contraer nupcias el 8 de diciembre de 1940 acordando: comprensión mutua, libertad de cada quien para entablar relaciones sentimentales eliminando celos, discusiones, malos entendidos y trato sexual, más aportación de los dos gastos domésticos. La consecuencia de tal convenio se tradujo en un nuevo miedo de Frida de amar a Diego, combinando fraternidad, maternidad, complicidad y un fantasioso apego platónico. Seguramente fue un añejo orgullo herido el que la llevó a calificarse ante él como “la gran ocultadora” ?

1 comentario:

arrumacos dijo...

Muchas gracias, Irene, por remitirme a este texto, a fin de complementar lo poco que sé sobre Georgia O'Keeffe.